11-02-2019

Relatorías. Encuentros Laav_ 18

Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Relatoría gráfica. Coral Bullón

Relatoría gráfica. Zoe Hernández

Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca


Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Febrero 2019

La universidad y el museo. Alguien allí presente las definió como dos estructuras monstruosas sometidas a la lógica capitalista, lastradas por las políticas antiguas de la vieja modernidad y aisladas en sí mismas. No era el más esperanzador de los escenarios para arrancar los Encuentros Laav_18. Museos y Universidad. Investigar en un espacio híbrido, que pretendían precisamente tender puentes entre las dos instituciones a través de la participación ciudadana y de la experimentación audiovisual, pero dejaba claro que existía un muro por romper y un camino por construir.  

El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental[1] del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León convocó en noviembre de 2018 a docentes, investigadores, artistas, galeristas y estudiantes[2] para quebrar ese muro e imaginar ese camino. A partir de notas tomadas durante esas jornadas, este texto pretende rescatar algunas de las ideas que salieron a relucir en la reunión, en la que se trató de dar respuesta de forma colectiva a varias preguntas clave: ¿Es posible llevar a cabo una investigación desde el ámbito académico que se desligue de lo textual? ¿Ofrece el museo ese campo de libertad a la universidad? ¿Qué podría hacerse para romper la dinámica estanca que aleja a las facultades de los centros de arte, aunque sea desde la utopía?

La hipótesis de un espacio común

Las tensiones entre el arte, la ciencia y los espacios de legitimación vienen de lejos, y adquieren especial visibilidad hoy en museos y universidades, organismos que, al tiempo que alientan la innovación y el descubrimiento en sus respectivos campos de conocimiento, demandan un sometimiento al canon. Ambas instituciones se rigen por sus propias reglas, a veces contradictorias, y ponerlas a dialogar, como era el propósito de los Encuentros Laav_18, no parecía sencillo. Ni siquiera las facultades de Bellas Artes, Educación, Comunicación Audiovisual y Antropología, representadas en la reunión para construir en común, comparten entre ellas los mismos objetivos y metodologías. El reto consistía, entonces, en encontrar una vía en la que los saberes y herramientas de cada disciplina pudieran enriquecerse mutuamente, revirtiendo en el museo al mismo tiempo que el museo revirtiera en ellas. Esbozar un marco compartido para la investigación social, abierto a las comunidades y enfocado al trabajo colectivo, para acercarse a la realidad a través de la creación.

Como recuerda Néstor García Canclini[3], “construir espacios en los que el saber y la creación puedan desplegarse con autonomía es una de las de las utopías más enérgicas de la cultura moderna, desde Galileo a las universidades contemporáneas, de los artistas del renacimiento hasta las vanguardias”. Por lo antagónico de sus propósitos, los procesos que constituyen la modernidad están condenados a entrar en conflicto y a convivir con crispación, sometidos siempre a presiones que chocan entre sí relacionadas con la sofisticación, la difusión, la autenticidad o el rendimiento económico. Al artista se le pide independencia, pero a la vez se requiere su encaje en la maquinaria. La academia exige rigor, pero busca trascender. Los centros de arte desean conectar con el público, pero con frecuencia siguen siendo percibidos como espacios cerrados. Estas y otras cuestiones afloraron en los encuentros Laav_18, donde se revisaron algunas de las causas que obstaculizan que facultades y museos acompasen sus ritmos.  

Tal y como se constató en los encuentros, el sistema de investigación de la universidad, jerárquico, competitivo, autorreferencial y sometido de forma permanente a la validación de la ANECA[4], dificulta que profesores y alumnos se desvinculen de la lógica del currículum para involucrarse en proyectos externos, en este caso museísticos. Cuando las carreras profesionales se miden en congresos y papers resulta complicado trabajar al margen de la meritocracia y los índices de impacto. Los créditos ECTS[5], que cuantifican la productividad en horas, no ayudan. Tampoco lo hacen las exigencias del mundo exterior, que condicionan los proyectos académicos o la oferta de titulaciones a su encaje en el mercado.  

En el campo concreto de las Bellas Artes, los ponentes subrayaron que existe una fuerte división entre teóricos y creadores, abonada por la disparidad de las leyes académicas y museísticas, que entorpece el desarrollo de propuestas originales y la ruptura de esta dicotomía forzada. En el de la Antropología, subsiste cierta iconofobia[6] que tiende a relegar las imágenes a una mera función ilustrativa e impide que las investigaciones visuales sean mayoritariamente aceptadas como un formato del todo válido para la transmisión del conocimiento científico. El texto, ya sea en el catálogo de una exposición con su necesario ISBN o en un artículo indexado que razona la metodología empleada en un trabajo etnográfico experimental, todavía manda en la universidad. No obstante, los enfoques híbridos propician el nacimiento de ideas nuevas que permiten avanzar. Como propuesta para desarrollarlas, el Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental invitó a utilizar el museo como espacio para la investigación social.  

El trabajo del Laav, un posible puente entre dos mundos

Desde su creación en 2016, el laboratorio del Musac combina herramientas artísticas y de las ciencias sociales para trabajar con comunidades en proyectos de investigación. Sus trabajos, enfocados a la autorrepresentación de los colectivos que participan en ellos, incorporan metodologías pedagógicas, etnográficas y audiovisuales, pero a la vez se sirven del arte para acercarse a lo real. En ese cruce de perspectivas se han gestado en los últimos años grupos de trabajo como La Rara Troupe, Teleclub, Puta Mina, Libertad u Hostal España. Proyectos colaborativos que generan textos y vídeos y que, pese a abordar temas tan dispares como la salud mental, la cultura rural, la memoria minera, la guerra civil o las personas mayores, comparten una apuesta común por la narración crítica, polifónica y experimental.   

Para quienes hemos abordado la antropología con herramientas audiovisuales desde el ámbito académico, como es mi caso, las propuestas del Laav resultan inspiradoras como ejemplo de obras reflexivas y sociales que pueden llevarse a cabo desde fuera de la academia aplicando tanto técnicas que proceden de ella como recursos ajenos. Es el caso de la película Puta Mina (2018)[7], cuya versión definitiva se estrenó en el Musac durante los encuentros tras haber girado por varios festivales. Nació por iniciativa de la antropóloga Conchi Unanue apoyada por el Laav, pero se diseñó y construyó por las personas que intervinieron en ella como una obra de autoría compartida. A través de las conversaciones entre varias mujeres mineras de la cuenca del Gordón (León), la cinta saca a la luz las vivencias y recuerdos de quienes jamás bajaron al pozo a faenar, pero que sin embargo convivieron a diario con ese duro oficio, hoy en extinción, que marcó la vida de la comunidad durante medio siglo. Se trata de un relato femenino crudo, incómodo, contrahegemónico, alejado de las frías crónicas de los periódicos sobre el desmantelamiento de la industria del carbón, pero también de las narraciones de los propios mineros, hombres, a veces esquivas con la cara menos amable y heroica de la mina y la lucha obrera.

Cuando se proyectó en León pudo adivinarse su impacto por el clima que se generó en el patio de butacas. Hubo personas que abandonaron la sala y otras que tomaron la palabra para compartir su emoción y agradecimiento. Superando la simple representación binaria del Otro través del género, parecía que Puta mina había conseguido revertir una pequeña parcela de poder, en este caso narrativa, que era a la vez muy específica y local. Y lo estaba haciendo desde el museo. Quizás, pese a la desconfianza inicial que generaba la capacidad de esta institución para conectar con la calle y desbordar sus márgenes, había motivos para el optimismo. Quizás, ese deseado encuentro entre lo antropológico, lo artístico y lo colectivo no quedaba tan lejos.

Algunas propuestas para avanzar

Como se puso de relieve durante los Encuentros Laav_18, toda etnografía es en sí colaborativa, ya que siempre sale a buscar el objeto de estudio fuera de la institución. También existe una relación antigua entre la antropología y los museos, en la que la primera ha suministrado a menudo material a los segundos. Por ello, las metodologías de la disciplina pueden ayudar hoy a estudiar qué artefactos son los que entran en los centros expositivos y, sobre todo, cómo se producen.

Aunque por lo general las facultades de antropología y los museos se desenvuelven en ecosistemas cerrados y resulta difícil mezclarlos, existen iniciativas que tratan de buscar convergencias. Además del Laav, en los encuentros se mencionó la Muestra de Antropología Audiovisual de Madrid, que cada año proyecta una selección de películas con vocación etnográfica en el Museo Nacional de Antropología. Organizada por el Instituto de Antropología de Madrid en colaboración con este centro, se desarrolla en un espacio abierto al público que facilita el acceso a quienes no están necesariamente vinculados a ninguna de las dos instituciones. En su última edición incorporó además una sección dedicada a trabajos audiovisuales realizados por estudiantes, permitiendo el visionado y el debate en torno a obras de creadores no profesionales, trabajos de alumnos o ensayos fotográficos y audiovisuales gestados dentro de la academia que normalmente no encuentran en ella su cauce para ser difundidos.

En ese sentido, en los Encuentros Laav_18 se convino que la universidad puede superar la rigidez de su burocracia y de sus canales de transmisión tradicionales y servirse de la flexibilidad del museo para dar visibilidad a sus proyectos. También ayudar a diseñar propuestas específicas destinadas en origen a su exhibición fuera del campus desde distintas áreas del conocimiento, como el arte, la antropología, la comunicación audiovisual o la educación. El contexto propicia, sin duda, un campo de libertad extra no necesariamente reñido con el rigor.

Sin embargo, ninguna de estas opciones, que devuelven desde la universidad al museo lo que este les brinda en forma de información, archivos y espacios, contribuye en última instancia a liberar del todo la investigación social y artística de la institucionalización. Los ponentes invitados recalcaron que los comisarios de los centros de arte han de justificar sus proyectos ante sus financiadores de maneras muy concretas, mientras que el sistema de acumulación de méritos por el que se rige la academia induce a profesores y alumnos a participar en actividades computables y a excluir el resto por una cuestión de falta de tiempo. De alguna manera, los procesos acaban siendo mediados por normas que se dan la espalda. Como se expresó en los encuentros, si se desea una transformación esta debe venir desde dentro, buscando resquicios en las estructuras oficiales de legitimación que permitan revertir el trabajo colectivo invertido entre todos los eslabones de la cadena creativa.

Afortunadamente, es posible que la colaboración entre museos y universidades cristalice de muchas maneras. Más allá de las muestras y las proyecciones, quizás los formatos más habituales en los que se produce ese acercamiento entre los dos mundos, en los Encuentros Laav_18 se propuso canalizar ese esfuerzo común a través de encuentros de intercambio de saberes, grupos de investigación multidisciplinares o espacios nómadas de exhibición que salgan a la calle. Se barajó el diseño compartido de cursos de extensión universitaria y de cursos en línea masivos y gratuitos[8] como una forma de propiciar la apertura de los contenidos desde la docencia, al tiempo que se recordó la importancia de dar forma a posibles talleres tras escuchar las demandas de las comunidades participantes en vez de someterlos a esquemas concebidos a priori. También desde una perspectiva pedagógica, se instó a que los proyectos de antropología audiovisual establecieran lazos con la educación no solo universitaria, sino secundaria, en la línea seguida por el grupo de trabajo Libertad, que involucró a adolescentes en un trabajo de memoria histórica empleando herramientas de vídeo analógico. Todo parecía conducir, en definitiva, a huir de estructuras rígidas y mostrarse permeable a escenarios imprevistos para explorar lo colectivo, aunque estos apenas estén esbozados. Tras asistir durante dos días a la exposición de sugerencias, ideas e incertidumbres, quienes acudimos en noviembre a León nos fuimos con la certeza de que no había una sola fórmula de experimentar, sino múltiples.

Ni las investigaciones sociales de carácter audiovisual que surgen al abrigo de la universidad ni las que se gestan desde el museo se libran de momento de su adscripción al texto. La justificación teórica sigue siendo requerida en ambos contextos, incluso cuando estos se hibridan, pero eso no impide que este tipo de trabajos se desarrolle y continúe explorando vías nuevas de representación cultural que se desliguen de la palabra escrita. Mi experiencia personal como autora del primer TFM[9] audiovisual dentro del Máster en Investigación en Antropología y sus Aplicaciones (UNED), que en principio no contemplaba este formato como soporte de entrega, fue complicada pero satisfactoria. El reto nos animó a Sara Sama, mi directora, y a mí a buscar la manera de que este proyecto pudiera ser evaluado como el resto en un entorno no necesariamente especializado, lo que exigió la elaboración de un texto teórico adicional en el que se detallaban los objetivos, retos y metodología empleados. Pese a las dificultades, pudimos llevar a cabo la tarea con éxito, lo que nos demostró que existen formas de revertir los obstáculos y maneras gratificantes de sacar adelante investigaciones híbridas. Puede que los espacios en las que estas tienen cabida sean todavía escasos, pero quizás ese sea el estímulo para continuar imaginándolos.   

NOTAS

[1] El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental, coordinado por Chus Domíngez, creador audiovisual, y Belén Sola, responsable del Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC, es un espacio para la investigación y la creación desarrollado desde el DEAC MUSAC.

[2] Entre los ponentes invitados a los Encuentros Laav_18 figuraban, entre otros, Diego del Pozo, artista, productor cultural y profesor en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Víctor del Río, ensayista y profesor de Teoría del Arte en la Universidad de Salamanca; Alberto Santamaría, poeta y director del Departamento de Historia del arte/Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Olaia Fontal, profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Valladolid; Lorenzo Bordonaro, doctor en Antropología y artista; Sara Sama-Acedo, profesora de Antropología en la UNED; y Javier Fernández, director de cine y profesor asociado en el Dpto. de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III. El texto recopila ideas aportadas por todos ellos e incorpora algunas nuevas.

[3] García Canclini, N. (1990). De las utopías al mercado. En Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Capítulo I (pp. 31-63). México. D.F.: Grijalbo.

[4] Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación.

[5] European Credit Transfer System.

[6] Castaing-Taylor, L. (1996). Iconophobia: How Anthropology Lost It at The Movies. Transition No. 69 (1996), pp. 64-88.

[7] Puta mina (2018) fue desarrollado por Laura Alonso, Raquel Balbuena, Chus Domínguez, Mari Fernández, Áurea González, Belén Sola, Cristina Turrado, Conchi Unanue, Mercedes Ordás.

[8] MOOC (Massive Open On-line Course)​ o CEMA (Curso En línea Masivo y Abierto), en castellano.

[9] Sánchez Nagore, E. (2016) Vida social de un graffiti (Trabajo Fin de Máster). Facultad de Filosofía UNED.


Elena Sánchez Nagore es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra y máster en Investigación en Antropología por la UNED, donde obtuvo la medalla de la Facultad de Filosofía al mejor expediente académico. Trabaja como periodista y editora en prensa, donde ha coordinado proyectos editoriales para diversos medios, entre ellos El País en la actualidad. Fotógrafa y camarógrafa ocasional, como investigadora le interesa el cruce entre la etnografía y el arte.


Coral Bullón.

Febrero 2019


Coral Bullón (Ávila, 1995) tras terminar la carrera de Bellas Artes en Salamanca, se sumergió en las cuestiones teóricas acerca del arte y actualmente realiza un máster de Filosofía por la especialidad en Estética en esa misma ciudad. A pesar de centrarse en la investigación – en arte contemporáneo, fotografía y feminismos, entre otros temas – también realiza proyectos artísticos de manera individual y colectiva.


Zoe Hernández.

Febrero 2019

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Zoe Hernández, nacida en Zamora, manifestó su inquietud por lo artístico a una temprana edad, lo que la llevó a comenzar su formación en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de su ciudad natal. Estudiante ahora de la facultad de Bellas Artes de la USAL, continúa sus estudios en el área de escultura con especial interés en lo experimental y la poética de lo intrascendente.


Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca.

Febrero 2019

Durante los Encuentros Laav_ que organizó el MUSAC de León el 23 y 24 de noviembre de 2018, se produjo un intenso debate sobre algunos de los aspectos que atraviesan el espacio del museo desde la perspectiva de la antropología visual. Entre los temas debatidos en ambas sesiones, apareció de manera recurrente el problema de la investigación como parte del proceso de producción de conocimiento en la contemporaneidad.

No cabe duda que existe una profunda preocupación sobre este hecho tanto en museos como en el ámbito académico, aunque por diferentes motivos. Esta cuestión tiene que ver con la propia génesis del conocimiento y los procesos de legitimación del saber, una realidad compleja que tiene además numerosos matices. Este texto es fruto de la reflexión colectiva surgida durante estas jornadas.

La investigación es una actividad intelectual, reflexiva y sistemática que trata de analizar o comprender alguna situación o problema específico de una realidad compleja. No obstante, ante los diferentes posicionamientos, es necesario plantear una serie de interrogantes sobre qué significa investigar en la contemporaneidad, qué otras maneras de investigar existen más allá de la académica (producción artística, cultural, proyectos comunitarios, etc), si los museos deben ser contemplados como centros especializados en esta materia o si la producción artística puede ser considerada investigación.

Responder a estas preguntas no es sencillo y, en cierta medida, forma parte de un debate mucho más complejo sobre la legitimación de la producción del saber. Además, la investigación se enfrenta a numerosos problemas como la falta de financiación, tanto pública como privada, el reconocimiento como centros de investigación de espacios ajenos a lo académico y el complejo condicionante de las temporalidades de estos procesos, ya sea de índole administrativa-burocrática, institucional o de los agentes implicados.

En los últimos años, los museos han anhelado su declaración como centros de investigación. Las labores de conservación, estudio, exposición y difusión del patrimonio material e inmaterial que marcó el ICOM en el año 2007, no parecen suficientes para que estos espacios sean reconocidos en esta labor.

Nadie parece dudar del enorme potencial que presentan los museos en esta tarea, dado que cuentan entre sus muros con factores determinantes: los artefactos culturales, sus públicos y comunidades de aprendizaje, además de una intensa actividad susceptible de formar parte de este tipo de procesos. Si esto es así, no se entiende su falta de consideración como centros de investigación, como tampoco se comprende que la práctica artística no sea reconocida como una actividad indagatoria.

En cualquier caso, parece que nadie del sector cultural queda plenamente satisfecho con esta situación. Existe, por tanto, una suerte de crisis sistémica de la cultura, en la que sus agentes parecen estar instalados en un malestar continuo.

El proceso de “producción” de conocimiento ya intuye una concepción propia de la economía de mercado. En el caso de la Universidad, inmersa en las lógicas del capitalismo cognitivo, ha tendido en los últimos años hacia un modelo de economía neoliberal que ha privatizado incluso la producción del conocimiento, favoreciendo la división del trabajo, entre teoría y práctica, entre teóricos y productores. Esta situación ha sumido a sus profesionales a una intensa e interminable tarea de contribuir con sus aportaciones a esta maquinaria de creación del saber, de superproducción curricular. Nunca antes hubo tantos proyectos de investigación y publicaciones académicas que han llegado, incluso, a saturar el mercado científico.

El panorama de muchos museos no es mucho más optimista, más si cabe desde la crisis económica que ha favorecido la externalización de numerosos servicios, algunos tan importantes como la educación, que tanto ha contribuido a la producción y gestión del conocimiento en estas instituciones. Además, los museos se enfrentan desde entonces a grandes problemas de financiación, lo cual repercute en la investigación. Estos centros están sometidos a los vaivenes políticos que, en muchas ocasiones, buscan una rentabilidad cortoplacista, no con el fin de crear las estructuras necesarias de accesibilidad a los ciudadanos, sino para multiplicar exponencialmente el número de visitantes como parte de una estrategia política.

La Universidad ha ostentado el monopolio en materia de investigación, al menos en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales. Las relaciones con los museos se han establecido tradicionalmente desde una supuesta jerarquía del conocimiento. De hecho, no son pocas las ocasiones en que desde el ámbito académico se ha puesto el punto de mira en los museos: públicos, artefactos, autores y políticas expositivas. No obstante, habitualmente han dejado al margen de los procesos de indagación a sus profesionales, seguramente por el carácter endogámico del ámbito académico, el desinterés por parte de los investigadores de incluir a otros agentes culturales, la ausencia de una tradición en este tipo de colaboraciones o la falta de reconocimiento de los museos como centros de investigación.

Si esto es así, por qué los museos no plantean investigaciones sobre sí mismos. Tal vez, la pregunta no sea la adecuada, sino, más bien, qué tipo de indagaciones se realizan desde dentro de la institución. Los museos no desarrollan los mismos modelos de investigación que las universidades, porque difieren de estas en el contexto, los recursos, las vías de difusión o en las dinámicas de sus profesionales. Por tanto, tal vez sea el momento de reivindicar otras formas de investigar que dependan más del contexto y no tanto de una forma de concebir la propia epistemología de la investigación.

En cualquier caso, no es el mejor escenario que ambas instituciones, al menos cuando hablamos de investigación, se sitúen en diferentes niveles respecto a la producción del conocimiento. Durante el debate quedó clara la postura de sus participantes, la apuesta por explorar vías de colaboración que favorezcan un enriquecimiento mutuo.

Museos y universidades deben plantearse la construcción de vías de colaboración que se traduzcan en proyectos de investigación entre iguales, sin relaciones jerárquicas. Por tanto, en primer lugar, se debe problematizar el propio concepto de investigación en el marco del sistema económico en el que estamos inmersos.

Tal y como se apuntó al principio del texto, son muchos los interrogantes que surgieron durante estas jornadas y pocas las respuestas, si es que estas existen. El debate puede ayudar a establecer puentes entre agentes e instituciones, favorecer proyectos de colaboración o generar alianzas estratégicas donde implicar no solo a los profesionales del ámbito universitario, museístico o creativo, sino también al territorio, al contexto local y, por supuesto, a sus comunidades. Museos y universidades deben ser aliados en esta empresa. Pese a los inconvenientes, debemos pensar en plural, en comunidad, en colaboración y, tal vez, sea el momento de repensar otras formas de investigar.


Pablo Coca eslicenciado en Historia del Arte, Doctor en Educación Artística y profesor del Área de Didáctica de la Expresión Plástica de la Universidad de Valladolid. Ha sido Coordinador del departamento de Investigación y Educación del Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo Español (2008-2018), de los Departamentos de Educación y Acción Cultural de los museos provinciales de Castilla y León (2008-2010) y responsable educativo en Valladolid del programa expositivo “Constelación Arte” de la Junta de Castilla y León (2005-2010).


 

30-01-2019

Academia de majaras. La rara troupe, relato de un recorrido. Belén Sola Pizarro

Revuelta en el frenopático,
el hombre del tiempo ahorcado por haber informado:
granizos, rayos, truenos y viento huracanado.

La asamblea de majaras se ha reunido
La asamblea de majaras ha decidido:
mañana sol y buen tiempo.

Kortatu

 

Enero 2019


Palabras clave: salud mental, saberes profanos, prácticas artísticas relacionales, auto representación, políticas afectivas, audiovisual.


 

Año 2012 en la ciudad de León, provincia del norte de España con apenas 130.000 habitantes en su capital y con un sistema de salud pública que mantenía un psiquiátrico en las afueras, El Hospital de Salud Mental de Santa Isabel, y una red de apoyo a través de los Centros de Atención Primaria y de intervención psico-social[1]. En paralelo, la asociación de familiares y amigos de enfermos mentales (ALFAEM) iba fortaleciéndose sostenida en un discurso protector que consigue fondos para la creación de residencias, pisos tutelados y otros recursos destinados a las personas diagnosticadas con una enfermedad mental.

Comenzamos[2] presentaciones en el hospital y en diferentes centros de atención a la salud mental cargadas con unas cuantas grabadoras de voz y unas pequeñas vídeo cámaras caseras. Enseñamos a las personas que se acercan a conocernos los principales propósitos que nos marcamos en un proyecto que explicamos como un taller donde aprender a utilizar los medios audiovisuales para narrar nuestras experiencias de vida en primera persona.

A las pocas semanas de empezar los talleres en el hospital de Santa Isabel entendimos que estábamos corriendo un peligro habitual en este tipo de propuestas para un museo que intenta trabajar con personas y en el contexto de lo real; ser utilizados como recurso ocupacional por el hospital o por las propias personas, que se acercaban, en muchas ocasiones, con un nulo interés en el formato audiovisual y con pocas ganas también de hablar desde la primera persona. Programas de radio con invitados, canciones dedicadas o tertulias con los equipos médicos y otros profesionales asistenciales, eran algunas de las propuestas que se hacían, pese al esfuerzo en trasmitir un trabajo “otro” fuera de los formatos habituales de radio fórmulas[3].

En pocos meses decidimos salir del hospital y comenzar a trabajar de forma estable y continuada en el museo, un espacio que entendíamos neutral[4] para las personas del hospital o de los centros  de ALFAEM; “un espacio sin diagnóstico” como algún compañero diría posteriormente (Sola, 2015, p. 234, párrafo 5). El museo se ha convertido así en un espacio que convoca desde la “normalidad” de un taller de arte, al que se “apunta” gente diversa; artistas locales, estudiantes, personas conocidas de otras actividades del museo y otras que se enteran del taller a partir de la experiencia de usuarias del hospital y de ALFAEM o por los propios equipos médicos.

Es entonces cuando se da un primer giro inesperado en el proyecto; surge el deseo de estar juntas, de no dar fin al taller sino pensar qué podríamos “llegar a hacer” y por tanto qué podríamos “llegar a imaginar” personas tan dispares si continuamos encontrándonos y trabajando colectivamente. Ha nacido el grupo de personas que van a constituir el motor futuro de La rara troupe y lo hace desde el deseo de compartir un espacio de tregua, un descanso de nuestros diagnósticos cotidianos y de caminos trazados que no sólo tienen que ver con la enfermedad mental sino más bien con el malestar social que nos convoca.

Nombramos el taller Yo/nosotrxs intentando expresar de esa forma la intencionalidad no sólo enunciativa sino también comunicativa del acto de hacer audiovisuales. Pero más allá de las proclamas proyectivas, los cuerpos que nos juntamos conseguimos generar a partir de la confianza de pertenecer a algo que aún está por hacer, y sobre todo a un algo que está por hacer por nosotras mismas, ésta es tal vez la sensación que nos anima y envuelve en los encuentros y que estará cosiendo de forma trasversal todas las acciones del taller durante el año 2013.

En esta primera etapa, la apuesta metodológica fue el intercambio de vídeo cartas[5], primero entre nosotras y después con otros colectivos de fuera de León. Estos  ejercicios consiguieron su propósito, restablecer a un estado de igualdad las diferentes voces desautorizadas por pequeñas, invisibles o aturdidas, darnos cuenta de las pocas diferencias que existen en nuestros anhelos y miedos, abrirnos al pudor de sentirnos mal, saber qué es eso que te ocurre a partir de las sensaciones y reflexiones que nos dejan las imágenes, de lo profundo que puede ser un silencio o de lo histriónico de una risa.

Correspondencias: Otoño 2012

Correspondencias: Primavera 2013

Correspondencias: Otoño 2013

 

Yo/nosotrxs se ha convertido en un espacio posible desde la convivencia de personas que de otra manera no podríamos coincidir en un mismo lugar. Hemos ganado una batalla, el derecho de estar juntas, de crear “comunidad de cuerpos enajenados” [6], pero esto no nos era suficiente, necesitábamos conseguir los medios para crear, investigar y producir conocimiento de nuestros encuentros y hacerlo a nuestra manera. Escuchar al otro u otra y reconocernos en el o ella,  será el primer paso para llegar a ser juntas desistiendo de la corrección inclusivista pues, de acuerdo con Aracil (2016) “la lógica de inclusión que protagoniza la mayor parte de clínicas y terapias para enfermos mentales se revela como una práctica victimizante dirigida a desarmar el saber-hacer del otro” mientras que en nuestros encuentros, llegar a ser juntas pasa por la operación de desactivar individualidades victimizadas a través de la puesta en valor de lo vulnerable, anómalo, enfermo o raro, abrir un espacio para los saberes de los cuerpos que sufren y comenzar a hacer desde un punto de partida común; expertizar la vida, politizar el malestar, inscribirlo en el cúmulo de desagravios de los modos de vida contemporánea.

En 2014 los talleres se amplían y la actividad rebasa las horas de trabajo en el museo; quedamos para grabar, tomar un café, comentar los encuentros de la semana, las dificultades que encontramos con algunxs compañerxs o las ideas que nos rondan.  Proponemos textos para leer juntas e invitadas que nos gustaría tener[7], comenzamos a sentir que sobre la diversidad que encarnamos nos cubre la piel de un mismo tambor y empezamos a respirar y a generar residuos a la vez que experimentamos con nuestros propios límites y deseos.

Las resonancias son múltiples pero necesitamos contarlas en colectivo.

Fin de línea (2014)

 

En este momento decidimos nombrarnos Rara web queriendo remarcar el espacio de encuentro con “les otres”. Esa ventana virtual desde la que mostrarnos a un mundo que no nos ve pero nos nombra y diagnostica, acaba de rebasar una nueva frontera, ya no somos más “yo y el mundo”, “yo y el afuera”, sino que hemos conseguido ser un plural a partir de la identificación de nuestros límites y corporalidades.

Si como dice Garcés (2011), tratar honestamente con lo real sería, no tantoañadir la visión de las víctimas a la imagen del mundo, sino alterar de raíz nuestra forma de mirarlo, Rara web consigue exactamente esa mirada transformada desde el momento en que se proclama en plural. Es más, como he dicho anteriormente, remarco la idea de que en Rara ya no hay “víctimas”, las personas que se acercan al grupo en un principio por “pertenecer” a un diagnóstico han conseguido salir de allí[8], se ha abierto un espacio de posibles desde el anhelo de ser otras o mejor aún, de ser nosotras mismas.

Se ha producido un nuevo giro en el proyecto donde Rara web se va a transformar en el grupo que ahora se nombra como La rara troupe. La rara ha dejado sólo de contar(se) como individualidades y comienza a actuar como cuerpo colectivo, realizando sus películas desde las ideas de todas y ejecutando más que nunca las políticas de afecto, que conllevan poner en juego las emociones y saber hacerlas circular creativamente (Amhed, 2015).

El sufrimiento mental es la temática que nos convoca y provoca intensidades que desbordan los límites individuales, es en el dolor y el malestar donde anclamos el sentido para estar juntas, y es desde el dolor y la frustración que nos sentimos autorizadas para producir maneras de nombrarnos y de tratarnos.

Por otro lado, esa relación de afectos se está ordenando de forma circular y apela no sólo a las identidades, que se organizan de forma colectiva y no jerarquizada por roles profesionales o diagnósticos médicos, sino también a las propias producciones fílmicas que realizamos. Esto es interesante porque otorga un lugar relevante a los audiovisuales no solo como instrumentos transmisores[9], sino como objetos que funcionan emotivamente dentro del grupo convirtiéndose en eslabones de unión desde la identificación afectiva que establecemos con ellos. Volviendo a Amhed, tal vez resulta esclarecedor cómo “en las economías afectivas los sentimientos no residen en los sujetos ni en los objetos, sino que son producidos como efectos de la circulación” (2015, p.31) esto es exactamente lo que se observa en La rara, que produce o crea movida por los efectos relacionales (de tipo emotivo) en base a una organización circular entre los sujetos y los objetos que nosotras mismas producimos y con los que nos identificamos.

Empezamos el año 2015 con una residencia de creación invitadas por Azala[10], una experiencia de una semana de convivencia que nos permitió testar hasta dónde podíamos tensionar los espacios de colaboración entre nosotras. Un escenario nuevo donde el espacio privado y los espacios comunes, el trabajo creativo y los estados de ánimo particulares de cada una tenían que encontrar su lugar. Es en este momento cuando nos comenzamos a llamar La rara troupe nombre que ya no abandonamos y que surge de la idea de viaje que nos ofrece la residencia y del visionado de fragmentos de algunas películas (Serra, 2006, 2011 y Fassbinder, 1971) que nos sirvieron de estímulo.

El proyecto planteaba investigar en la idea de troupe como colectivo de artistas o creadoras que se desplazan juntas, como “compañía” en el sentido etimológico original de la palabra, como cuerpo de actores, bailarines o técnicas… así como en los roles que desempeñamos cada una dentro del colectivo, para reconocernos en ellos o cuestionarlos. Por otro lado, estábamos desplazándonos de nuestras “instituciones” de referencia en el día a día; de nuestro trabajo, del hospital, la casa compartida o el museo, así que decidimos nombrar la residencia des-plazadxs. En definitiva, la semana de trabajo juntas iba a suponer una oportunidad para ahondar en la noción de lo comunitario y las contradicciones y fricciones que se dan en nuestro trabajo colaborativo.

Tal vez, lo que Azala nos enseñó como grupo fueron más las diferencias que las coincidencias entre nosotras, las personas que querían experimentar con la cámara frente a las que estaban disfrutando de los mejores días de sus últimos años; los litros de café y los kilos de azúcar que consumimos parecían ratificar el ejercicio de libertad que decían necesitar muchas compañeras.

Los días de residencia pasaron con una intensidad que nuestro invitado/relator Martín Correa (Sola, 2015, p.297) contaba así:

(…) creo que desde “La rara” están encontrando las preguntas, detectando las necesidades colectivas e individuales y es ese un paso de gigantes. Ante un planteo creativo, el “qué hacer” no es relativo sólo a un formato o a una herramienta (el “cómo”) sino que el “qué hacer” está sujeto a una necesidad o deseo, a una búsqueda que en ocasiones cuesta detectar porque venimos de una trayectoria vital marcada por el sobre-control y en donde casi-siempre le dicen a uno-a lo que tiene que hacer. Decía, entonces, que he visto que han creado ese contexto de reposo, espacio de fractura, límite habitable, en relación a las condiciones anteriores de opresión: Y entonces se van visibilizando las necesidades, las que estaban allí desde antes, pero que ahora se hacen visibles, se comunican, se expresan. Es allí, con esas primeras semillas que es necesario ponerse a trabajar, a componer, a crear. Y es eso lo que  quizás es necesario poner en valor. Muchos procesos creativos se centran en la herramienta, La rara troupe ya sabe que la herramienta es un medio y un fin al mismo tiempo para contar algo que duele, algo que de muchas maneras “urge”…..que es como un “grito” desde dentro. La rara troupe ha encontrado o ha empezado a encontrar ese “grito” que “urge”. Ahora es tiempo de seguir analizando formatos, herramientas, maneras de contar y de construir un cuerpo para lo contable. (…)

Construir un cuerpo para lo contable era el anhelo que contenían los dos vídeos que proyectamos al final de nuestra residencia, Abrazos y Picnic.

Des-plazados (2015)

 

El primer vídeo conseguía a partir de la cámara crear una coreografía de cuerpos que se encuentran bajo el signo del abrazo, como metáfora de la comunión entre nosotras. Picnic, en cambio, supone un ejercicio donde la cámara sólo es una invitada a la escena de conflicto que se produce de una manera totalmente imprevisible.

Me gusta pensar en el primero como un vídeo-máquina, en el sentido de que la herramienta audiovisual organiza y pone a funcionar a los cuerpos para ejercitar la metáfora del trabajo colectivo, mientras que el segundo actúa como un vídeo-síntoma, donde el malestar que se produce es en gran parte consecuencia de no saber desprendernos de nuestros estados mentales y obsesiones individuales. En todo caso, y en base a la escucha de las entrevistas de evaluación que realizamos (Sola, 2015), la semana en Azala supuso para La rara troupe una experiencia de vida y libertad indefectiblemente unida al acto de crear.

Particularmente, me ha gustado escuchar una frase que dije entonces en esta grabación de vuelta: “he aprendido a saber aceptarme en el grupo desde mi rol profesional [11] . Creo que esto hace referencia a la experiencia de transitar de  condición, a aprender a ser otra, a saber incorporar los aprendizajes lentamente aunque eso te obliga a cuestionarte y observarte de forma a menudo obsesiva y frustrante. Ponerte en cuestión como ejercicio para dar cuenta de ti, dos maneras de transitar en el trabajo que provocan dolor y fatiga pero que entiendo como condiciones necesarias en los proyectos creativos donde el cuerpo está presente.

La rara troupe, desde ese momento, se nombra así misma como grupo de creación artística, pero no abandona nunca su identidad política como grupo de pensamiento sobre la salud mental desde la indagación en dos cuestiones:

– La generación de modos de vida contemporáneos que nos enferman y nos producen malestares múltiples y que en última instancia, además nos incapacitan para organizarnos en colectivo.

– La utilización de vidas vulnerables o precarizadas como parte de un discurso normalizador y capacitista que busca abrir espacios donde integrar voces que dice enfermas.

Son curiosos estos días consigue conectarnos en nuestro día a día en el mes de abril de 2016. A través de nuestras cámaras, registrando momentos encontrados al azar o buscados explícitamente, compartimos espacios de tiempo cargados de cotidianidad. La película expresa la dignidad de nuestras vidas vulnerables y quiere señalar la importancia negada por las pequeñas cosas, dotándolas de interés, metáfora también de nuestras pequeñas y precarias pero también significantes y valiosas vidas.

Son curiosos estos días (2016)

 

Un nuevo giro se va a producir en este momento y esta vez no es tanto de tipo endógeno o auto-referencial sino exógeno o reflexivo. Me refiero a la capacidad que ha tenido el proyecto para imaginar un espacio mayor, dentro del museo, para la investigación y puesta en marcha de proyectos de creación con comunidades. Desde el año 2016, La rara troupe se integra en el Laav_, Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental[12] que se pone en marcha en el Departamento Educativo del MUSAC, constituyéndose como el proyecto probeta del que aprender a partir de la experimentación constante del grupo.

En el año 2017, invitadas por Alfredo Aracil, formamos parte de la exposición Apuntes para una psiquiatría destructiva. En el contexto de la muestra proponemos un intercambio audiovisual con otro grupo de personas de Madrid que se iba a coordinar desde el equipo de mediación de La Sala de Arte Joven donde tiene lugar la exposición. Así surgen dos vídeos que nacen de la intención de indagar sobre la construcción de un cuerpo colectivo manejando ideas cruzadas entre la performance, el rito, la fiesta y el juego.

El primer vídeo CocinaPlaza/PlazaCocinada, supone una experiencia planteada después de la lectura de extractos del libro Ser o no ser (un cuerpo) de Santiago Alba Rico. Conseguimos, no sin mucho esfuerzo para llegar a consensos, juntarnos, en una plaza medio abandonada de una de esas urbanizaciones a medio acabar que hay en cualquier capital de provincias, para hacer una paella. En el vídeo se diferencian dos momentos, en el primero (hasta el minuto 4’45’’) hemos recogido imágenes tomadas el día en que nos acercamos a conocer la plaza y en el segundo, se muestran secuencias en que estamos cocinando la paella: en ambos casos utilizamos el sonido grabado en ejercicios de experimentación que estuvimos realizando por el espacio.

El grupo de Madrid nos respondió con un vídeo muy dinámico donde se resaltaba el juego como experiencia colectiva, por lo que nosotras decidimos terminar la correspondencia con la grabación de una fiesta que diera continuidad pero a la vez nos permitiera incluir diversidad de acciones. Lo llamamos El cuerpo del delito y utilizamos como referencia cinematográfica Tongues untied (Riggs,1990) que nos inspiró la coreografía final, subtitulada con el texto de una compañera, Ángela María, que terminó por dar el título al vídeo. Lo demás fue un raro registro de las propuestas hechas por cada una, desde un karaoke hasta un taller libre de pintura pasando por momentos de lectura o disfraces.

Apuntes para una psiquiatría destructiva (2017)

 

Más allá de estos vídeos, la participación de La rara troupe ha supuesto para el grupo un reconocimiento desde los espacios legítimos de la cultura. La rara definitivamente dejó atrás su adscripción al taller de formación para comenzar a ser un espacio de producción o creación, y esta vez no lo dice La rara sino el espacio de legitimación artística por excelencia, la exposición.

Entre el otoño de 2017 y la primavera de 2018 hemos pasado momentos duros. Hay personas que han abandonado definitivamente el grupo y entre las que quedamos nos esforzamos por equilibrar la necesidad de reivindicación activista por parte de muchas compañeras con la radicalización de la propuesta artística por parte de otras. Nuestra última película hasta el momento, La humana perfecta, convive en pocas semanas con textos de Félix Guattari y la película Le moindre geste de Fernand Deligny en el contexto de un grupo de lectura y un programa de pensamiento[13] en el museo Reina Sofía de Madrid. Más allá del simbolismo de que un grupo anónimo que se define raro comparta mesa con nombres reconocidos y autorizados del mundo de la cultura, a La rara troupe se la convoca por mostrarse como un espacio con sabiduría acumulada suficiente para producir y compartir conocimiento, y a esto hemos llegado desde nuestras propias herramientas (auto) elaboradas o lo que es lo mismo, con epistemologías situadas en nuestros malestares.

La humana perfecta (2018)

 

Con este breve recorrido por el trabajo de La rara troupe he querido subrayar por un lado, el papel actual del museo como lugar privilegiado para la investigación social desde las metodologías artísticas de investigación, y por otro, la necesidad de habilitar espacios para la organización en comunidad con identidades subalternizadas y hacerlo desde la toma consciente de la palabra y las imágenes, la construcción de nuestros relatos y la creación por tanto de nuestras propias narrativas genealógicas.

La academia de majaras que es La rara troupe, reivindica y pone en juego su vida, sus estados emocionales y sus malestares y se hace consciente de una alienación común, que nos une en un trayecto donde ni los diagnósticos médicos, ni las recetas neoliberales de ajustes sociales y pastillas consiguen hacer de las personas seres más plenos, personas más felices.

 

NOTAS

La primera versión de este artículo fue publicada originalmente en la revista Re-visiones en diciembre de 2018. Es un relato personal del proyecto La rara troupe, un espacio de creación y convivencia entre personas con y sin diagnósticos clínicos de salud mental que se viene imaginando y reconfigurando desde el año 2012 en el departamento educativo del MUSAC. Recomendamos la lectura combinada con el visionado de los audios y videos enlazados en el texto.

[1] El sistema público de salud mental ha pasado por transformaciones radicales en el estado español,  desde el manicomio o auspicio franquista hasta el actual sistema asistencialista semi-privado que se implanta a partir de los años 80.

[2] Chus Domínguez, creador audiovisual y la persona con la que se diseña el proyecto y yo misma.

[3] https://raraweb.org/programa-piloto.html

[4] Esto no significa que pensamos que el museo como institución es neutral, sino más bien lo contrario. Como apunta Preciado (2017), el museo es una máquina de producción de subjetividad y reproducción de códigos normativos.

[5]  Esto no significa que pensamos que el museo como institución es neutral, sino más bien lo contrario. Como apunta Preciado (2017), el museo es una máquina de producción de subjetividad y reproducción de códigos normativos.

[6] Ver vídeo “el cuerpo del delito” en este mismo artículo. Minuto 4’45.

[7] Otro síntoma de que estamos formando un grupo de investigación es el deseo que surge en el grupo de (auto) formación, para ello comenzamos a ampliar nuestros encuentros audiovisuales con el complemento de los textos y voces invitadas. Empezamos en febrero de 2014 con el Grupo Esquizo Barcelona y desde entonces talleres, charlas y encuentros, así como lecturas varias propuestas por nosotras, han sido fundamentales en el crecimiento de La rara troupe. Para un recorrido exhaustivo de invitadxs y textos se puede consultar. raraweb.org/blog

[8] En todo momento expongo observaciones directamente extraídas del espacio de trabajo y relación de La rara troupe, no pudiendo hacerlas extensibles a otros contextos.

[9] Me refiero a que los audiovisuales que realizamos no están pensados como instrumentos de auto expresión o planfleto anti estigma, sino que son creaciones de imaginarios propios y como tal de nuestras subjetividades en proceso.

[10] Espacio de creación ubicado en Lasierra, Álava. www.azala.es

[11] https://archive.org/details/2.EntrevistaIdaAzala/3.entrevistas_vuelta_Azala.mp3, min. 38

[12] www.laav.es

[13] http://www.museoreinasofia.es/actividades/fuerza-posible-hacia-poietica-vivir-juntas

 

REFERENCIAS

Aracil, A.(2016). “Saber-hacer con el otro, La Rara Troupe o la potencia de la anomalía”. En: https://laav.es/saber-hacer-con-el-otro-la-rara-troupe-o-la-potencia-de-la-anomalia-alfredo-aracil/ (Recuperado el 10/06/2018)

Aracil, A. (2017). Apuntes para una psiquiatría destructiva. Catálogo. Madrid.

Ahmed. S. (2015). La política cultural de las emociones. UNAM (ed.). México, D.F.

Garcés. M. (2011) “La honestidad con lo real”. En Álvaro de los Ángeles (ed.), El arte en cuestión. Sala Parpalló, Valencia.

Preciado, P. (2017) “Salir de las vitrinas: del museo al parlamento de los cuerpos”. Vídeo de la conferencia en https://vimeo.com/239484758 (recuperado el 10/06/2018)

Riggs, M. (1989) Tongues Untied. Película documental. 55’. EEUU.

Sola, B. (2015). Prácticas artísticas colaborativas, nuevos formatos entre las pedagogías críticas y el arte de acción: La rara troupe. Tesis Doctoral. ULE.

Serra, A. (2006) Honor de Cavallería. Película. 110’. España

Serra, A. (2011) El señor ha fet en mi meravelles. Película. 146’. España

Fassbinder, R.W. (1971) Atención a esa prostituta tan querida. Película. 106’. RFA

09-01-2019

Acerca de la imposibilidad de un cine antropológico

Práctica fílmica, ritual y duelo. La emoción como frontera entre el yo y el nosotros. La investigadora y profesora Noemí García Díaz, a partir de la exploración de las relaciones entre arte, antropología y psicología, abre una nueva vía en este proyecto de reflexión colectiva sobre las posibilidades y límites de la antropología audiovisual, “una disciplina que nunca ha logrado consolidarse, ni definirse, situada en la frontera, en una eterna búsqueda de identidad. En ese tránsito inestable que le ha permitido hibridarse con el arte encontramos su máximo interés y potencial”.

07-01-2019

La imposibilidad de un cine antropológico. Andy Davies.

Mayo 2017

 

En Las Hurdes de Buñuel la voz en off es, a veces, bastante despectiva: “Aquí vemos otro tipo de cretino…”. Si lo entiendo bien es una técnica eficaz, el público se siente cómplice del director y de la voz en off, que era la de Buñuel en las primeras proyecciones, y tiene vergüenza de sí mismo. Es como si estuviera diciendo que todo el cine antropológico es una vergüenza. Algo de razón tiene y es curioso que lo diga antes incluso de que tal cine verdaderamente existe.

Andy Warhol, hablando sobre su cine, lo relacionaba con la gente que observa o vigila la calle desde la ventana. En ingles les llaman curtain twitchers, ya que suelen esconderse detrás de la cortina y levantarla un poquito para ojear la calle sin ser vistos. Hay algo utópico en esta mirada antropológica que lo ve todo desde el anonimato sin participar (lo que en el cine documental se llama ‘fly on the wall’), pero también hay algo del voyeur implícito en ello, sin el deseo no tiene sentido. Por supuesto no es una mirada neutral, los vecinos siempre hablan.

Jean Rouch entiende perfectamente el engaño y su cine reconoce la importancia de la presencia de la cámara y el equipo. Lo incluye como parte imprescindible de lo antropológico pero tampoco se puede decir que se estudia precisamente a sí mismo, más bien se limita a reconocer el efecto que tiene sobre los demás. ¿Si el antropólogo es parte de la antropología no nos hace falta otro equipo filmando el equipo que filma y así infinitamente?

Después de Rouch el cine de Trinh T Minh Ha investiga más a fondo lo personal y lo etnográfico. Sus películas son ensayos etnográficos que conectan más bien con la tradición de Vigo, Resnais o Marker. Un cine que subraya la lectura personal de los acontecimientos en donde se entiende que lo etnográfico viene a ser una manera de conocerse a sí mismo, un cine de especulación mas que del espectáculo

Una generación de ensayistas y artistas contemporáneos han llevado esta modalidad de cine-ensayo etnográfico hacia un terreno más político y abiertamente poscolonial. No hace falta ser antropólogo para adentrarse en culturas ajenas porque se trata de revelar los daños y prejuicios que ocasiona occidente, el otro de los otros, o sea nosotros. Hay un peligro implícito en ello en el sentido de que se sirve de lo exótico precisamente con la intención de denunciar la destrucción de ello y es difícil no sentirse incomodo frente a la fácil asimilación de los imágenes etnográficos a cualquier discurso, ensayo, ficción o documental por muy bien intencionado y razonado que sea.

A propósito de esto es interesante la película Unsere Afrikareise de Peter Kubelka, compuesta de imágenes que filmó para un grupo de cazadores Austríacos durante sus vacaciones en África. Dura 12 minutos, pero Kubelka tardó cinco años en completarla, aprendiendo de memoria cada fotograma de las 3 horas del rodaje y llevando, durante años, trozos de la película en sus bolsillos, tocando el celuloide continuamente, manoseándolo. Es una película anti-colonial, pero está hecha manualmente y lentamente. El resultado es complejo, con muchas capas de lectura y conexiones diversas. Kubelka no cree mucho en los artistas ni en los especialistas y está más interesado en la variedad y amplitud de la experiencia. Es un artesano de lo complejo y de las relaciones secretas entre los distintos elementos de una obra.

En las antípodas de Rouch está el cine de su contemporáneo Robert Gardner, antropólogo en la universidad de Harvard, que se recrea sin complejos en la belleza y extrañeza de lo etnográfico. Deja de lado la cuestión de la autenticidad de la imagen para concentrarse en las sensaciones que producen estas imágenes en el público. Hace ‘auténtico’ cine; sus películas se ven en salas comerciales y se entienden como un espectáculo. Parece sugerir que se puede hacer cine con antropología o al revés, pero no ambas cosas.

Recientemente, esta problemática ha recibido una interesante re-configuración a través de una nueva generación de realizadores de Harvard en el Sensory Ethnograhy Lab, donde la tecnología permite, literalmente, ver cosas nunca vistas. En Leviathan, pequeñas cámaras digitales registran la actividad de un barco pesquero desde múltiples perspectivas hasta hace poco impensables, como desde dentro de una red llena de peces que entra y sale de un mar revuelto mientras es arrastrada por el barco. Estas imágenes tienen algo inhumano, sugieren una etnografía de las cosas, de los espacios, de la maquinaria y de todo lo que nos rodea. Seguramente, en un mundo cada vez más lleno de cosas, esto es inevitable, pero si ya es casi imposible no malentender las culturas ajenas, ¿cuánto más difícil es aún pensar la existencia de lo no humano?

Tal vez se puede proponer que YouTube es una especie de archivo invisible de cine etnográfico. Tiene la singularidad de ser una antropología propia, lo que resuelve hasta cierto punto la problemática de la mirada ajena y extraña. También tiene la virtud de ser un cine sobre el cine: cada uno filma como quiere o más bien como entiende que puede y cada toma es un registro de nuestra manera de entender esta forma, cinematográfica, de ver el mundo. Pero es un cine etnográfico invisible por exceso; un ritual tradicional, como puede ser una boda, produce miles de documentos audiovisuales. A no ser que Google se disponga a emplear un ejercito de antropólogos para acercarnos con mas precisión a estos materiales, lo más probable es que desaparezcan sin dejar rastro.

Muchos de los proyectos de cine participativo, community video o auto-representación también esquivan la tradicional separación entre etnografía y etnógrafo. Cuanto mas alejados están los profesionales de la imagen de la filmación y edición de estos videos, mas se acercan a una imagen propia de una comunidad o un colectivo. Es un proceso que puede derivar en imágenes sorprendentes y a medida que el uso de móviles con cámara de video se vaya extendiendo será mas fácil realizar este tipo de trabajos autónomos. Pero la base de lo que consideramos como una imagen válida o interesante sigue siendo una construcción de los medios; el cine, la televisión, el documental, las noticias… y es difícil siquiera imaginar un cine que no se somete a sus reglas de representación.

Si un ‘verdadero’ cine etnográfico no es posible podemos al menos hacer un listado de las cosas que nos parece interesantes: Ver pasar el tiempo en Warhol, las maneras en Kubelka, lo técnicamente extraño de Sensory Ethnography Lab, la cercanía en YouTube y la autonomía en la auto-representación. Pueden ser puntos de partida para algo, pero es interesante también lo que no son; no son conceptos que nos ayudan a entender, no son explicaciones y no son espectáculos. El futuro de este tipo de cine puede estar más bien en los ‘slow films’, la artesanía, las conexiones sutiles y en las imágenes imposibles, invisibles y ‘homemade’ que poco o nada tienen que ver con el cine antropológico que conocemos.


Andy Davies es comisario de video y cine. Entre 1998 y 2000 trabajó como realizador para exposiciones en el CCCB de Barcelona. Desde 1998 hasta 2008 coordinó Sonar Cinema dentro del festival Sonar, fue co-fundador del programa de cine experimental X-Centric en el CCCB y dirigió el festival de audiovisuales en directo Play en La Casa Encendida en Madrid entre 2006 y 2013. Ha organizado varias exposiciones de cine como “Common Sense, Luke Fowler” en La Casa Encendida, Madrid y “Llora cuando te pase, Laida Lertxundi” en Azkuna Centroa, Bilbao.

07-01-2019

Sobre lo histórico y lo fantasmal en antropología visual. Javier Fernández.

Enero 2018

 

“Cuando Baal Shem se tenía que enfrentar a una dura tarea, se iba a un rincón del bosque, encendía un fuego y pronunciaba una oración. De esta forma, la tarea se ejecutaba.

Cuando, una generación más tarde, su hijo tuvo que realizar el mismo trabajo se dijo: ‘Ya no sabemos encender el fuego pero sabemos recitar la oración’. Y el trabajo se llevaba a cabo.

Cuando al hijo del hijo le llegó el momento de afrontar la misma prueba, este afirmó: ‘Ni sabemos encender el fuego ni recordamos la oración pero reconocemos el lugar dentro del bosque y eso es suficiente’. Y en efecto, era suficiente.

Cuando, finalmente, el hijo del hijo del hijo tuvo que efectuar la misma tarea, dijo: ‘No sabemos encender el fuego, ni recitar la oración, ni reconocemos el lugar pero sabemos contar la historia’. Y la historia que contó tuvo el mismo efecto que los actos de sus antepasados”.


Major Trends in Jewish Mysticism
. Gershom G Scholem. Traducción inspirada en el texto original recogido por Scholem y en la adaptación que  realiza Jean Luc Godard en la apertura de su film Hélas pour moi.

 

Durante la década de los sesenta, en pleno auge de los procesos de descolonización, se recrudecen las acusaciones que identifican a la antropología como cómplice necesario para la expansión colonial y, por lo tanto, cuestionan su condición como disciplina académica. Estas voces que, en muchos casos, surgen desde dentro de la propia disciplina, apuntan, entre otras cosas, al tropos habitual en las monografías etnográficas que, invariablemente, sitúan a las sociedades estudiadas en una especie de limbo inmutable fuera de la historia. En definitiva, un recurso retórico que les niega la posibilidad de evolución y que, además, neutraliza la importancia de los efectos devastadores del imperialismo sobre estas comunidades.

Una crítica que ataca la línea de flotación de la propia disciplina y que comparte, algunos rasgos, con las objeciones a la intención idealista del cineasta documental que pretende convertirse en un mosca en la pared (“fly on the wall”) para registrar la realidad. Ambas posiciones parecen obviar tanto las limitaciones del observador, cuya percepción estará condicionada por su propia subjetividad (y destreza técnica), como las relaciones de poder que se establecen de manera explícita y/o implícita entre sujeto y objeto.

Entonces, ¿cómo incorporar la historia? Ciertamente, interpretar (o crear) unas imágenes, un diálogo o una situación registrados en el presente bajo la luz de un devenir histórico, abre potencialmente nuevas perspectivas. Puntos de vista o propuestas que exigen, por lo tanto, formas estéticas capaces de abordar lo histórico -el pasado, en definitiva- en un soporte que, cuando hablamos de obras audiovisuales, es indefectiblemente un registro del aquí y el ahora.

Se podriá objetar que el trabajo con imágenes de archivo escaparía a esta limitación. Sin embargo, cualquier archivo histórico es, por definición, incompleto y el audiovisual aún más, puesto que, por un lado, se limita a un periodo de tiempo relativamente reciente y, por otro, el coste y la competencia técnica estrecha el número de agentes capaces de elaborar estos documentos. Por si fuera poco, las imágenes de archivo no custodian el pasado por sí mismas sino que también exigen, por así decirlo, una activación histórica desde el presente.

En definitiva, nos referimos a uno de los viejos anhelos del cine: filmar el pasado, con todo lo que esta misión tiene de mágica y escurridiza. Un abanico que podría comenzar en las primeras reconstrucciones históricas de los noticiarios del cine mudo hasta, por ejemplo, propuestas como las John Gianvito en Profit Motive and the Whispering Wind, en las que narra el pasado violento de su país a través de las huellas e inscripciones en moumentos conmemorativos de la actualidad, pasando por el recurso a la oralidad, a la palabra, a los testigos, y pienso en Claude Lanzmann o Eduardo Coutinho.

El relato judío con el que abro el artículo resulta inspirador en cuanto a que, metafóricamente, podría referirse a diferentes estrategias audiovisuales según uno se aleja en el tiempo del hecho histórico (o mítico) que no pudo registrar pero que, obstinadamente, condiciona el presente. Se trata de un texto al que vuelvo regularmente para enfrentarme a un proyecto en curso cuyo objetivo es abordar desde el presente las elusivas y maleables capas de la historia que bien se solapan, bien entran en conflicto, bien se diluyen, a la hora de interpretar hechos pasados.

El acontecimiento que exige mi atención es la muerte del Sas Ebuera, el último líder del pueblo bubi que opuso resistencia a la ocupación colonial española en Fernando Poo (actual Bioko). En 1903, el Sas Ebuera muere durante su cautiverio tras ser apresado en su hogar por mercenarios al servicio de la Guardia Civil. Según autores como Dolores García Cantús o José Fernando Siale, este suceso desata una serie de conflictos violentos entre la resistencia local y las autoridades españolas que, en última instancia, diezman la población bubi.

No hay fotografías ni retratos del Sas Ebuera. Tan solo un puñado de documentos, a menudo contradictorios, elaborados por diferentes funcionarios coloniales. Unos textos redactados al servicio de la función del órgano de la administración colonial al que van dirigidos, y en la que la veracidad de lo narrado no es, en absoluto, relevante. Se trata de documentos físicos, legibles, palpables, filmables. También son parciales, interesados e interpretables. La pregunta que surge a continuación es lógica: ¿Qué ocurre con las versiones que de este acontecimiento circulan entre los bubis?

Consciente de llegar más de 110 años tarde recorro el sur de la isla buscando a aquellas personas que puedan contarme qué ocurrió entre el 26 y el 30 de junio de 1903. Los relatos tampoco están claros: hay dudas, contradicciones, olvidos, datos erróneos. Incluso, una mujer que afirma tener información fidedigna -puesto que conserva la inapelable autoridad de la palabra escrita- me remite a una de las versiones españolas más extendidas, extraída de una monografía sobre el pueblo bubi.

Queda el recurso a retornar al “rincón del bosque”. En este caso, de manera literal (foto 1). Tampoco parece haber suerte. Es posible llegar a un punto aproximado pero el poblado donde vivía y fue detenido el Sas Ebuera no existe como tal desde hace mucho -consecuencia, probablemente, de la política de agrupamiento de poblaciones impuesta por la metrópoli-. ¿Dónde colocar el trípode? ¿Hacia qué dirección encuadrar? ¿Qué tamaño de plano?


Foto 1

Vuelvo a las narraciones orales pero desde otro punto de vista. Al fin y al cabo, no se trata de la reconstrucción forense de unos hechos. Barthes escribe: “Cuanto mas cerca está el documento de una voz, menos se ha alejado de la calidez que la ha producido y mayor es el fundamento de su credibilidad histórica. Por eso, el documento oral es, en definitiva, superior al documento escrito. Y la Leyenda a los textos”.

A pesar de que ninguno de los relatos bubis se ponga de acuerdo en la manera exacta en que muere el Sas Ebuera, muchos de ellos sí se ponen de acuerdo en un curioso epílogo: el cadáver del Sas fue enterrado junto a una fuente en las afueras de la capital Santa Isabel (actual Malabo). “Se dice que dicen que”, al contrario de lo que dicta el sentido común, de la fuente mana agua durante la estación seca y no suelta gota durante la temporada de lluvias.

Localizo la fuente. Se trata de un lugar físico, inapelable, que hubiera pasado desapercibido si no llego a conocer esa “marca” que lo activa históricamente delante de mí y de mi cámara (foto 2). De una manera que se podría calificar de “secreta”, constituye un espacio de luto. El primer enclave real que, inequívocamente ofrece significado histórico, es este. Y, sin embargo, su atracción no procede de datos o documentos irrefutables sino de una leyenda. De un relato que remite a una presencia fantasmal que, aparentemente, se manifiesta con una extraña anomalía en cada estación del año.


Foto 2

Pero no se trata de considerar exclusivamente ese lugar por su potencial vertiente conmemorativa. Refiriéndose a los espacios de conflicto, Louise Purbrick escribe que tal operación supondría “subestimar la manera en que continuamente insertan el pasado en el presente. Los lugares de conflicto se convierten en representaciones poderosas por su propia materialidad. Contienen huellas de los muertos y muestran señales de violencia. Están contaminados en el sentido antropológico del término”.

Invocar este tipo de lugares exige adentrarse en el inquietante y liminal territorio de los fantasmas. “Un tipo de insistencia residual, casi material, que interrumpe y estropea cualquier posibilidad de negación. Eso es un fantasma, después de todo: algo que se ha ido, algo muerto, pero que se niega a estar ausente: algo que no está aquí ni ahora, pero que continúa manchando o contaminando en el aquí y ahora”, elabora Steve Shaviro, recurriendo nuevamente a la idea de polución. Los fantasmas se resisten a ser negados y sacrificados ante un relato histórico puro, desactivado en meras relaciones de datos y fechas.

Es en este punto en el que, revisando el material recién grabado, me doy cuenta de que no he grabado sonido directo y, por lo tanto, debo de volver a la fuente. La imagen muda está desposeída de su relieve, de una parte inseparable de su “materialidad” y, paradójicamente, mi instinto me lleva a decidir que la recuperación de ese registro de la manera más fiel  -es decir, incluyendo los ruidos del momento emitidos por el tráfico y los vendedores callejeros, principalmente-, me acerca más a ese territorio espectral.

En su instalación Spirits Still, Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel aislan 686 frames de entre los más de 130.000 que conforman el material en bruto con el que trabajaron en su largometraje Leviathan. Estas imágenes corresponden a apariciones “fantasmales”, invisibles si se reproducen a la velocidad normal. Juegos caprichosos entre el cielo y el océano, la luz y las sombras que dibujan rostros, presencias fugaces y vulnerables que podrían remitir a los cuerpos de aquellos que desaparecieron en el mar.

Ni su trabajo (creo) ni el mío está hablando literalmente de fenómenos paranormales -ni los fantasmas manipulan ceros y unos para aparecer azarosamente en imagénes digitales ni el sonido registrado en Malabo derivó en una psicofonía- sino del poder de la propia materialidad del medio audiovisual y más concretamente, del registro documental antropológico, para accionar resortes perceptivos que permitan, por así decirlo, recuperar fragmentos del pasado -la historia y, por extensión, la presencia de aquellos que ya murieron- de una forma vívida, palpable y tan reflexiva como estremecedora.

Recapitulando, es el relato oral, la leyenda despojada de la ambición de reconstrucción histórica factual, el punto de partida que, finalmente, me permite empezar a modelar una forma posible en la que el pasado traumático se active a través de esa cualidad espectral que las tecnologías de registro visual y sonoro no han dejado de poseer incluso en la era digital.

Y es gracias a ese cambio de perspectiva o de actitud hacia el documento oral -por seguir la leyenda judía del comienzo: la historia que al ser contada produce el mismo efecto que el fuego, la oración o el lugar- como podemos abrir el campo a otro tipo de unidades narrativas o notas al pie que, en última instancia, son las más relevantes a la hora de intentar entender la magnitud de los efectos que décadas de colonialismo proyectan aún sobre el presente en las sociedades que lo han sufrido.

Vuelvo a revisar el testimonio de la mujer mencionado anteriormente. Después de hojear las primeras páginas de la monografía sobre los bubis y remitirse a el texto sobre el Sas Ebuera elaborado a partir de fuentes españolas, la mujer sigue pasando hojas. Se detiene en una en la que aparece una fotografía. El pie de foto indica únicamente que nos muestra “un adivino”. La mujer señala la fotografía y pronuncia el nombre propio del sujeto fotografiado y explica el lejano parentesco que la unía a él. “Hace mucho que murió”, señala (foto 3).


Foto 3

Lo que en el marco antropológico es una categoría, fría e intercambiable, en su voz pasa a ser un individuo, con su nombre y su existencia propia e intransferible. Un individuo, no obstante, fallecido. Una historia individual elicitada fugazmente que impugna el modelo histórico asociado a los documentos oficiales y presuntamente científicos. Esta operación también provoca que, por un momento, ese pasado desgarrado por años de administración colonial aparezca bajo otra luz, no carente de espectralidad.

En Vita Nova, Vincent Meessen experimenta una situación similar. El artista belga parte de la icónica imagen de la revista Paris Match en 1955 que Barthes analiza en sus Mitologías y que nos muestra en primer plano el rostro de un niño soldado africano al servicio del ejército francés. En Costa de Marfil, localiza al joven cadete ya anciano y le muestra un ejemplar de esa revista. “Este es vuestro abuelo”, le dice el anciano a los nietos que le rodean. La imagen ya no es un soporte de propaganda sino un documento personal, de una historia individual que emerge del pasado ridiculizando las pretensiones imperiales del proyecto colonial.

En definitiva, en estas líneas he intentado describir, a partir de un proceso de reflexión creativa personal, unos elementos cuya articulación es crucial no solo para mi trabajo sino también, sospecho, para afrontar debates sobre la propia antropología visual contemporánea: la riqueza casi inagotable del testimonio oral, con sus palabras, silencios, gestualidad (y la variedad de perspectivas desde las que escucharlo): la radiación que emiten los lugares de conflicto marcados por cada uno de esos relatos individuales y/o colectivos; y por último, la materialidad del soporte audiovisual y su paradójica capacidad para permitir el regreso de lo desaparecido, lo extinto, a través de la exploración de sus propios límites.


Javier Fernández Vázquez es director de cine, realizador audiovisual y miembro fundador de Los Hijos, colectivo dedicado al cine de no-ficción, al videoarte y a la etnografía experimental. Entre sus obras figuran los largometrajes Los materiales (2010) o Árboles (2013) y el cortometraje Enero 2012 o la apoteosis de Isabel la Católica, que obtuvieron diversos premios en festivales internacionales (Punto de Vista, FidMarseille) y han sido sido proyectadas en numerosos centros de arte contemporáneo nacionales e internacionales y formado parte de exposiciones artísticas colectivas. Su filmografía completa ha sido objeto de varias retrospectivas (Lima Independiente, Distrital, 3XDOC).

Javier desempeña su actividad docente como profesor asociado en el Dpto. de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III (UC3M) y pertenece al grupo de investigación Larga exposición, las narraciones del arte contemporáneo español para los “grandes públicos” de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Anteriormente, ha impartido clases de antropología visual en la UNED y de cine experimental en la Escuela SUR. Asimismo, ha contribuido a la programación de ciclos audiovisuales en el CA2M y en Tabakalera Donostia.

07-01-2019

Práctica fílmica, ritual y duelo. La emoción como frontera entre el yo y el nosotros. Noemí García Díaz

La investigadora y profesora Noemí García Díaz, a partir de la exploración de las relaciones entre arte, antropología y psicología, abre una nueva vía en este proyecto de reflexión colectiva sobre las posibilidades y límites de la antropología audiovisual, “una disciplina que nunca ha logrado consolidarse, ni definirse, situada en la frontera, en una eterna búsqueda de identidad. En ese tránsito inestable que le ha permitido hibridarse con el arte encontramos su máximo interés y potencial”.

28-11-2018

El Laav_ en Concreta 12, «Cine por venir»

El nuevo número de la revista de investigación sobre la imagen Concreta, dedicado en esta ocasión al proyecto Cine por venir, incluye un artículo sobre el Laav_: Una experiencia de creación e investigación social en el departamento educativo de un museo de arte contemporáneo. Una imagen de la última producción de La Rara troupe, La humana perfecta, ilustra la portada. El acto de presentación de la revista tiene lugar el jueves 29 de noviembre en la Filmoteca de Valencia, con la presencia de Pere Portabella, Nuria Enguita Mayo (Concreta), Sonia Martínez (Cine por venir) y Sofía Asencio (Sociedad Doctor Alonso).