La imposibilidad de un cine antropológico. Andy Davies.

Mayo 2017

 

En Las Hurdes de Buñuel la voz en off es, a veces, bastante despectiva: “Aquí vemos otro tipo de cretino…”. Si lo entiendo bien es una técnica eficaz, el público se siente cómplice del director y de la voz en off, que era la de Buñuel en las primeras proyecciones, y tiene vergüenza de sí mismo. Es como si estuviera diciendo que todo el cine antropológico es una vergüenza. Algo de razón tiene y es curioso que lo diga antes incluso de que tal cine verdaderamente existe.

Andy Warhol, hablando sobre su cine, lo relacionaba con la gente que observa o vigila la calle desde la ventana. En ingles les llaman curtain twitchers, ya que suelen esconderse detrás de la cortina y levantarla un poquito para ojear la calle sin ser vistos. Hay algo utópico en esta mirada antropológica que lo ve todo desde el anonimato sin participar (lo que en el cine documental se llama ‘fly on the wall’), pero también hay algo del voyeur implícito en ello, sin el deseo no tiene sentido. Por supuesto no es una mirada neutral, los vecinos siempre hablan.

Jean Rouch entiende perfectamente el engaño y su cine reconoce la importancia de la presencia de la cámara y el equipo. Lo incluye como parte imprescindible de lo antropológico pero tampoco se puede decir que se estudia precisamente a sí mismo, más bien se limita a reconocer el efecto que tiene sobre los demás. ¿Si el antropólogo es parte de la antropología no nos hace falta otro equipo filmando el equipo que filma y así infinitamente?

Después de Rouch el cine de Trinh T Minh Ha investiga más a fondo lo personal y lo etnográfico. Sus películas son ensayos etnográficos que conectan más bien con la tradición de Vigo, Resnais o Marker. Un cine que subraya la lectura personal de los acontecimientos en donde se entiende que lo etnográfico viene a ser una manera de conocerse a sí mismo, un cine de especulación mas que del espectáculo

Una generación de ensayistas y artistas contemporáneos han llevado esta modalidad de cine-ensayo etnográfico hacia un terreno más político y abiertamente poscolonial. No hace falta ser antropólogo para adentrarse en culturas ajenas porque se trata de revelar los daños y prejuicios que ocasiona occidente, el otro de los otros, o sea nosotros. Hay un peligro implícito en ello en el sentido de que se sirve de lo exótico precisamente con la intención de denunciar la destrucción de ello y es difícil no sentirse incomodo frente a la fácil asimilación de los imágenes etnográficos a cualquier discurso, ensayo, ficción o documental por muy bien intencionado y razonado que sea.

A propósito de esto es interesante la película Unsere Afrikareise de Peter Kubelka, compuesta de imágenes que filmó para un grupo de cazadores Austríacos durante sus vacaciones en África. Dura 12 minutos, pero Kubelka tardó cinco años en completarla, aprendiendo de memoria cada fotograma de las 3 horas del rodaje y llevando, durante años, trozos de la película en sus bolsillos, tocando el celuloide continuamente, manoseándolo. Es una película anti-colonial, pero está hecha manualmente y lentamente. El resultado es complejo, con muchas capas de lectura y conexiones diversas. Kubelka no cree mucho en los artistas ni en los especialistas y está más interesado en la variedad y amplitud de la experiencia. Es un artesano de lo complejo y de las relaciones secretas entre los distintos elementos de una obra.

En las antípodas de Rouch está el cine de su contemporáneo Robert Gardner, antropólogo en la universidad de Harvard, que se recrea sin complejos en la belleza y extrañeza de lo etnográfico. Deja de lado la cuestión de la autenticidad de la imagen para concentrarse en las sensaciones que producen estas imágenes en el público. Hace ‘auténtico’ cine; sus películas se ven en salas comerciales y se entienden como un espectáculo. Parece sugerir que se puede hacer cine con antropología o al revés, pero no ambas cosas.

Recientemente, esta problemática ha recibido una interesante re-configuración a través de una nueva generación de realizadores de Harvard en el Sensory Ethnograhy Lab, donde la tecnología permite, literalmente, ver cosas nunca vistas. En Leviathan, pequeñas cámaras digitales registran la actividad de un barco pesquero desde múltiples perspectivas hasta hace poco impensables, como desde dentro de una red llena de peces que entra y sale de un mar revuelto mientras es arrastrada por el barco. Estas imágenes tienen algo inhumano, sugieren una etnografía de las cosas, de los espacios, de la maquinaria y de todo lo que nos rodea. Seguramente, en un mundo cada vez más lleno de cosas, esto es inevitable, pero si ya es casi imposible no malentender las culturas ajenas, ¿cuánto más difícil es aún pensar la existencia de lo no humano?

Tal vez se puede proponer que YouTube es una especie de archivo invisible de cine etnográfico. Tiene la singularidad de ser una antropología propia, lo que resuelve hasta cierto punto la problemática de la mirada ajena y extraña. También tiene la virtud de ser un cine sobre el cine: cada uno filma como quiere o más bien como entiende que puede y cada toma es un registro de nuestra manera de entender esta forma, cinematográfica, de ver el mundo. Pero es un cine etnográfico invisible por exceso; un ritual tradicional, como puede ser una boda, produce miles de documentos audiovisuales. A no ser que Google se disponga a emplear un ejercito de antropólogos para acercarnos con mas precisión a estos materiales, lo más probable es que desaparezcan sin dejar rastro.

Muchos de los proyectos de cine participativo, community video o auto-representación también esquivan la tradicional separación entre etnografía y etnógrafo. Cuanto mas alejados están los profesionales de la imagen de la filmación y edición de estos videos, mas se acercan a una imagen propia de una comunidad o un colectivo. Es un proceso que puede derivar en imágenes sorprendentes y a medida que el uso de móviles con cámara de video se vaya extendiendo será mas fácil realizar este tipo de trabajos autónomos. Pero la base de lo que consideramos como una imagen válida o interesante sigue siendo una construcción de los medios; el cine, la televisión, el documental, las noticias… y es difícil siquiera imaginar un cine que no se somete a sus reglas de representación.

Si un ‘verdadero’ cine etnográfico no es posible podemos al menos hacer un listado de las cosas que nos parece interesantes: Ver pasar el tiempo en Warhol, las maneras en Kubelka, lo técnicamente extraño de Sensory Ethnography Lab, la cercanía en YouTube y la autonomía en la auto-representación. Pueden ser puntos de partida para algo, pero es interesante también lo que no son; no son conceptos que nos ayudan a entender, no son explicaciones y no son espectáculos. El futuro de este tipo de cine puede estar más bien en los ‘slow films’, la artesanía, las conexiones sutiles y en las imágenes imposibles, invisibles y ‘homemade’ que poco o nada tienen que ver con el cine antropológico que conocemos.


Andy Davies es comisario de video y cine. Entre 1998 y 2000 trabajó como realizador para exposiciones en el CCCB de Barcelona. Desde 1998 hasta 2008 coordinó Sonar Cinema dentro del festival Sonar, fue co-fundador del programa de cine experimental X-Centric en el CCCB y dirigió el festival de audiovisuales en directo Play en La Casa Encendida en Madrid entre 2006 y 2013. Ha organizado varias exposiciones de cine como “Common Sense, Luke Fowler” en La Casa Encendida, Madrid y “Llora cuando te pase, Laida Lertxundi” en Azkuna Centroa, Bilbao.