Debajo del Polo Norte. Raúl Alaejos

Marzo 2021

Uno viaja antes de viajar. Cada vez que aparece un destino a la vista, acto seguido, comienza una proyección. Aparecen las expectativas de lo que va a ocurrir, de lo que se va a encontrar. Esas expectativas son el anhelo de alcanzar ese lugar.

Antes de llegar a Groenlandia por primera vez, yo ya había estado allí. Había leído la literatura de las expediciones polares. Ya había hecho ese viaje junto a Scott, Amundsen, Robert Peary, Frederick Cook… Los diarios de un explorador son como viajar con él, pero con la licencia de poder cerrar el libro y tomar distancia durante un rato. Pero cada vez que cerraba el libro tenía una sensación contradictoria, por un lado me veía arrastrado por la épica del valiente explorador, y por el otro no podía evitar ver ese trasfondo hiperantropocentrista con el que me resultaba difícil identificarme. Para llegar adonde antes no ha llegado nadie, el explorador ha de adentrarse en la naturaleza fascinado por ella, pero a la vez esa naturaleza es el enemigo contra el que luchar. Como el romántico que encuentra en la naturaleza una fuerza liberadora y exterminadora al mismo tiempo.

Pensemos en el diario de una expedición polar como un guion perfecto. Tiene todos los elementos para serlo. Contamos con la figura del héroe que ha de lograr un objetivo: un viaje hacia lo desconocido, para el lector y para él mismo. Hay un villano, en este caso es la propia naturaleza la que intentará impedir que alcance su objetivo: alcanzar el lugar donde nadie antes ha llegado que sería ese famoso clímax final. Tenemos, por tanto, el guion de aventuras idóneo. Y por si fuera poco, los escenarios y los protagonistas son reales. La fórmula no debería fallar. Además contamos con personajes “secundarios”, ya que el protagonista se servirá de los nativos para poder completar su misión. En el caso de las expediciones polares del norte, los personajes secundarios son los inuit, los que actúan siempre al servicio de la gran empresa a llevar a cabo. Ahí empecé a dejar de identificarme con el prota. Si la esquizofrenia amar/odiar la naturaleza me resultaba extraña, lo de los actores secundarios ya no podía con ello. 

Empecé a ver la parte frívola, ver que en realidad se trataba de unos valientes occidentales que tenían una gran misión: “conquistar” el Polo Norte, y para ello, se sirven de todo lo que tenían a su alcance. Son muchísimos los casos en los que los exploradores han abusado de las poblaciones locales bajo la supuesta superioridad de las sociedades “avanzadas”. Hizo falta mucho tiempo y muchas muertes por congelación, para que se dieran cuenta de que el conocimiento y la tecnología inuit era más eficaz contra el frío que todos aquellos sistemas diseñados en lugares más tropicales. Una vez asumido por los exploradores que los que saben del hielo son los que habitan el hielo, se dedicaron a explotar al pueblo inuit, conocido por ser especialmente hospitalario y pacífico. No contentos con esto, expoliaron recursos locales e incluso los propios inuit fueron llevados a EEUU para ser exhibidos como fieras en museos de ciencias naturales. 

Todos sabemos que estas prácticas han sido y son habituales en la manera que tenemos de relacionarnos con el otro. Además, sería ingenuo ponernos a juzgar ahora sin tener en cuenta el momento histórico. Por seguir hablando en esta jerga de guion cinematográfico, sólo diré que a mí todo esto me sacaba de la historia. La épica del heroico explorador no era suficiente para compensar el desdén con el que se hablaba del nativo en sus diarios. 

Comencé a buscar otras aproximaciones menos colonicistas con las que sentirme más identificado. Me puse con estudios de antropólogos como Jean Malaurie o Knud Rasmussen. Encontré que la forma en que el antropólogo se relaciona con la población local es opuesta a la del explorador. Lo hace desde la discreción absoluta, tratando de alterar al mínimo el modo de vida del “objeto” a estudiar, pasando largas temporadas tratando de diseccionar una determinada cultura con abundantes conocimientos desde la perspectiva de esa ciencia social. Encontraba, sin embargo, que el antropólogo (el del S. XIX), miraba con cierto paternalismo tratándolos como sociedades primitivas, a veces incluso haciendo una defensa acérrima del local amparado por una especie de buensalvajismo. Me sentía identificado pero a la vez avergonzado. Ese anhelo por conocer una cultura acababa en una idolatrización de la misma. 

Todas estas aproximaciones literarias no hacían sino confundirme. Aún no había encontrado la manera de acercarme de forma natural y pensé en desandar para poder llegar de una manera fresca. Para hacerlo a mi manera. Pensé que para que algo fuera exótico no podría existir la adaptación. Para que haya exotismo, siempre tiene que haber un principio de incomodidad: sentir lo que no eres. No hacer antropología desde la comprensión o identificación del individuo, sino desde una sensación permanente de lo exótico.   

Victor Segalen decía: “El exotismo no es la comprensión perfecta de un fuera de nosotros que englobaríamos en nosotros mismos, sino la percepción aguda e inmediata de una incomprensibilidad eterna (…) No presumamos de poder asimilar las costumbres, los pueblos, las naciones, los otros; por el contrario, alegrémonos de no conseguirlo nunca, reservándonos así el duradero placer de sentir lo Diverso.” Segalen, de pronto, me tranquilizó mucho.

Hasta aquí bien. Pero antes de lo que me esperaba ya estaba en Groenlandia viajando por razones de trabajo para documentar los efectos del cambio climático en una campaña de Greenpeace. Además, la organización había conseguido que el músico Alejandro Sanz se incorporase a la expedición como percha mediática para llegar a mucha más gente. Y así fue. La campaña fue todo un éxito y millones de personas siguieron las andanzas de Alejandro entre los hielos y de paso fueron conscientes de una realidad medioambiental que cada vez nos acecha más de cerca. 

Pero si con los exploradores del XIX no me identificaba, y con los antropólogos tampoco, ya ni hablo de los misioneros… imagínense lo que fue pisar Groenlandia por primera vez acompañado del músico de la canción romántica recién llegado al hielo desde Miami. Me sentía como aquellos exploradores que nada más llegar clavan en el hielo la bandera de su país. A diferencia de ellos, sosteníamos la bandera del ecologismo, mientras tratábamos de explicar a los locales el objetivo de nuestra expedición: comunicar a millones de personas que en el Ártico cada vez hay menos hielo y que ese señor que nos acompañaba tan campechano era ultra-famoso en cualquier latitud inferior y que nos ayudaría a salvar el destino del pueblo inuit. Un futuro, por cierto, que había sido provocado precisamente por los que ondeaban la bandera de la ciencia y el conocimiento. A la vuelta de aquel viaje, como se puede imaginar, entendía menos que antes de ir. 

La cosa no se quedó ahí. Volví al Ártico en otra expedición. Esta vez se nos ocurrió que el pianista Ludovico Einaudi podría interpretar una emocionante composición original en un piano que flotaba sobre una plataforma mientras pedazos enormes de hielo se desmoronan a su alrededor. De nuevo, la campaña funcionó de perlas. En esta ocasión viajamos a Svalbard, un archipiélago Noruego en la latitud 78º.

Una vez más quise viajar antes de viajar. Esta vez, a través de Google Street View. Tecleé Longyearbyen, el pequeño pueblo en el que me alojaría; navegué virtualmente por sus calles sorprendido del ambientillo que había en el remoto pueblo. En las fotos las calles aparecían rebosantes de gente. 

Nada que ver con la realidad. A los pocos días de llegar a Longyearbyen pude entenderlo: una vez por semana un enorme crucero desembarca a miles de turistas que durante 45 minutos recorren el pueblo. Uno de esos turistas era el muchacho encargado de tomar las fotos para Google (hizo lo que pudo). Y yo pude comprobar cómo algunos de esos turistas aprovechaban la ocasión para fotografiarse con niños locales que confundían con esquimales. En realidad, se trataba de niños de origen filipino cuyos padres habían emigrado a Noruega en busca de un futuro. Los niños simplemente posaban sin saber que al rato serían etiquetados como #eskimo. 

¿Podría llegar el día en que al buscar la palabra ESQUIMAL en google lo primero que aparezca sea un filipino? ¿Cuántos hastags hacen falta para que empecemos a tomar algo como cierto? ¿Tendríamos entonces esa imagen como la representación de un esquimal? ¿Podríamos pensar igualmente que en las calles de Longyearbyen hay una marcha que alucinas a pesar de sus 20 grados bajo cero?

Por su puesto cualquier antropólogo que se precie llega más al fondo de la cuestión y no le cuelan filipino por esquimal, pero esto me hizo pensar en internet y sobre todo en la autorepresentación. En la película “Of the North”, Dominic Gagnon toma 500 horas de vídeos encontrados en Youtube que han sido filmadas por inuits para hacer su película. En este ejercicio antiexotizante, el director muestra lo que los inuits (algunos) han querido enseñar sobre ellos en las redes sociales. El resultado es la sórdida realidad del oscuro invierno inuit: borracheras, caza, sexo y motos de nieve a gran velocidad. Todo muy lejos de la bucólica imagen del sonriente esquimal.

En otra ocasión estuve en el Ártico para realizar una campaña sobre el pueblo Sami. Nos acompañaba la actriz Elena Anaya. De nuevo, la situación era curiosa. Esta vez, la actriz llevaría una cámara para hacer su propia película. Cuando regresamos, al comprobar el material filmado por Elena descubrí que la mayoría de los planos, desde un punto de vista formal, eran un desastre. En muchas ocasiones se había olvidado de encender el micrófono, en otras, durante la entrevista, fruto de su fascinación hacia los Sami, olvidaba que tenía una cámara en las manos y el plano poco a poco iba subiendo hasta acabar en el cielo. Innumerables errores que hacían el material inemitible. Sin embargo, aquellos fuera de campo y aquellos planos mudos fruto del accidente, daban como resultado un metraje lleno de intención. Todos esos errores técnicos revelaban al espectador lo que le estaba ocurriendo a quien rodaba. La presencia de la realizadora era clara, sin tapujos. Las imágenes eran solo el resultado de una situación y no una situación creada para lograr unas imágenes. Sus preguntas, claras y directas, no daban lugar a sofisticados discursos narrativos, sin embargo todo ello te lleva a ponerte del lado del que no entiende nada porque, no nos engañemos, aquí nadie entiende nada.

Ahora que voy a regresar a Groenlandia lo hago solo, sin exploradores, sin antropólogos, sin científicos ni pianistas, sin celebrities ni ecologistas. Seguramente vuelva para cometer otros errores, mis propios errores, y a filmarlos. “Yo quiero estar ahí mirando hacia afuera, en vez de aquí, mirando hacia adentro,” decía Louise Boyd, una de las primeras exploradoras del ártico. Completamente de acuerdo con Louise, pero añadiría que para entender lo de fuera antes hay que mirar adentro.  Este proyecto no va de buscar una mirada pura y limpia. Tanto para el inuit, como para el explorador sepultado, el hielo es como una fotografía: un proceso que nos presenta un cuerpo pasado. Fotografiar o filmar es congelar, como decía Barthes, es dejar un cuerpo intacto. Sería ingenuo a estas alturas tratar de encontrar cuerpos intactos a través de una cámara invisible. Todo lo contrario, veo la cámara muy visible, como un detonante, como algo muy presente que hace que se desencadenen las situaciones. 

El que filma no deja de ser como un explorador. O acaso el explorador que corona el Polo no tiene la fundamental tarea de registrar su conquista, evidenciar que ha llegado. Una difícil tarea al encontrarse en un punto donde solo hay blanco. Un fotograma en blanco. En su libro “Hermano de hielo”, Alicia Kopf se pregunta: ¿Cómo hacer visible lo invisible? Esa pregunta poco frecuente para el explorador pero tan frecuente para el cineasta.

En este caso se trata de hacer nuestra presencia visible para poder entender la relación entre uno de los pueblos más aislados del planeta y todos los que estamos en latitudes inferiores. Los que estamos Debajo del Polo Norte. En definitiva, hacer antes una etnografía de nosotros mismos para poder entender la manera en que nos relacionamos. 

Quizá, hoy en día, tendría más sentido partir desde otro lugar. Tratar de obviar el “ellos” y el “nosotros”. Dejar de ver la naturaleza como un tercer personaje y poder entender todo esto como una familia intensamente interconectada y entregarse al paisaje y al “otro” desprendiéndonos de toda carga cultural, pero no me queda más remedio que llevarla a cuestas. En mis viajes no han dejado de aparecer Nanooks o hielos que ya había visto en los cuadros de Friederich. Así que asumir esta mochila y esta carga emocional es lo más honesto que se me ocurre y desde esta subjetividad quiero mirar sin complejos, aunque desearía que esta lucha también estuviese presente en la película porque es la lucha diaria. 

The Sea of Ice. Caspar David Friederich 1823 y un fotograma filmado por Raúl Alaejos en 2015

Seguramente el lector de estas líneas conoce las diferentes (im)posibilidades que hay de aproximarse al otro. Igual que con la literatura polar, yo había leído muchas veces todo esto pero no hay como experimentarlo para entender que ni la mirada poliédrica de la auto representación, ni la personalísima mirada del ensayista, ni la fina disección que lleva a cabo el antropólogo, ni la soberbia del explorador, ni siquiera la cámara invisible del documentalista nos darán la clave de esta incomprensibilidad eterna. Reservémonos así el duradero placer de sentir lo Diverso.


Raúl Alaejos (León, 1978) es realizador y artista visual. Junto a Ana Cortés son Serrin.tv, un proyecto que trabaja en los márgenes de la comunicación y el arte. En 2019 crean la compañía escénica Serrucho.org. En la actualidad está realizando el proyecto “Live: termografías del bosque” junto con Bárbara Fluxá, gracias a la beca VEGAP así como la ayuda a la producción para artistas visuales Matadero 2020.

Ha recibido la Beca Leonardo (Fundación BBVA) a investigadores y creadores culturales para filmar “Debajo del Polo Norte”.

raulalaejos.com