Relatorías. Encuentros Laav_ 18

Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Relatoría gráfica. Coral Bullón

Relatoría gráfica. Zoe Hernández

Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca


Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Febrero 2019

La universidad y el museo. Alguien allí presente las definió como dos estructuras monstruosas sometidas a la lógica capitalista, lastradas por las políticas antiguas de la vieja modernidad y aisladas en sí mismas. No era el más esperanzador de los escenarios para arrancar los Encuentros Laav_18. Museos y Universidad. Investigar en un espacio híbrido, que pretendían precisamente tender puentes entre las dos instituciones a través de la participación ciudadana y de la experimentación audiovisual, pero dejaba claro que existía un muro por romper y un camino por construir.  

El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental[1] del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León convocó en noviembre de 2018 a docentes, investigadores, artistas, galeristas y estudiantes[2] para quebrar ese muro e imaginar ese camino. A partir de notas tomadas durante esas jornadas, este texto pretende rescatar algunas de las ideas que salieron a relucir en la reunión, en la que se trató de dar respuesta de forma colectiva a varias preguntas clave: ¿Es posible llevar a cabo una investigación desde el ámbito académico que se desligue de lo textual? ¿Ofrece el museo ese campo de libertad a la universidad? ¿Qué podría hacerse para romper la dinámica estanca que aleja a las facultades de los centros de arte, aunque sea desde la utopía?

La hipótesis de un espacio común

Las tensiones entre el arte, la ciencia y los espacios de legitimación vienen de lejos, y adquieren especial visibilidad hoy en museos y universidades, organismos que, al tiempo que alientan la innovación y el descubrimiento en sus respectivos campos de conocimiento, demandan un sometimiento al canon. Ambas instituciones se rigen por sus propias reglas, a veces contradictorias, y ponerlas a dialogar, como era el propósito de los Encuentros Laav_18, no parecía sencillo. Ni siquiera las facultades de Bellas Artes, Educación, Comunicación Audiovisual y Antropología, representadas en la reunión para construir en común, comparten entre ellas los mismos objetivos y metodologías. El reto consistía, entonces, en encontrar una vía en la que los saberes y herramientas de cada disciplina pudieran enriquecerse mutuamente, revirtiendo en el museo al mismo tiempo que el museo revirtiera en ellas. Esbozar un marco compartido para la investigación social, abierto a las comunidades y enfocado al trabajo colectivo, para acercarse a la realidad a través de la creación.

Como recuerda Néstor García Canclini[3], “construir espacios en los que el saber y la creación puedan desplegarse con autonomía es una de las de las utopías más enérgicas de la cultura moderna, desde Galileo a las universidades contemporáneas, de los artistas del renacimiento hasta las vanguardias”. Por lo antagónico de sus propósitos, los procesos que constituyen la modernidad están condenados a entrar en conflicto y a convivir con crispación, sometidos siempre a presiones que chocan entre sí relacionadas con la sofisticación, la difusión, la autenticidad o el rendimiento económico. Al artista se le pide independencia, pero a la vez se requiere su encaje en la maquinaria. La academia exige rigor, pero busca trascender. Los centros de arte desean conectar con el público, pero con frecuencia siguen siendo percibidos como espacios cerrados. Estas y otras cuestiones afloraron en los encuentros Laav_18, donde se revisaron algunas de las causas que obstaculizan que facultades y museos acompasen sus ritmos.  

Tal y como se constató en los encuentros, el sistema de investigación de la universidad, jerárquico, competitivo, autorreferencial y sometido de forma permanente a la validación de la ANECA[4], dificulta que profesores y alumnos se desvinculen de la lógica del currículum para involucrarse en proyectos externos, en este caso museísticos. Cuando las carreras profesionales se miden en congresos y papers resulta complicado trabajar al margen de la meritocracia y los índices de impacto. Los créditos ECTS[5], que cuantifican la productividad en horas, no ayudan. Tampoco lo hacen las exigencias del mundo exterior, que condicionan los proyectos académicos o la oferta de titulaciones a su encaje en el mercado.  

En el campo concreto de las Bellas Artes, los ponentes subrayaron que existe una fuerte división entre teóricos y creadores, abonada por la disparidad de las leyes académicas y museísticas, que entorpece el desarrollo de propuestas originales y la ruptura de esta dicotomía forzada. En el de la Antropología, subsiste cierta iconofobia[6] que tiende a relegar las imágenes a una mera función ilustrativa e impide que las investigaciones visuales sean mayoritariamente aceptadas como un formato del todo válido para la transmisión del conocimiento científico. El texto, ya sea en el catálogo de una exposición con su necesario ISBN o en un artículo indexado que razona la metodología empleada en un trabajo etnográfico experimental, todavía manda en la universidad. No obstante, los enfoques híbridos propician el nacimiento de ideas nuevas que permiten avanzar. Como propuesta para desarrollarlas, el Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental invitó a utilizar el museo como espacio para la investigación social.  

El trabajo del Laav, un posible puente entre dos mundos

Desde su creación en 2016, el laboratorio del Musac combina herramientas artísticas y de las ciencias sociales para trabajar con comunidades en proyectos de investigación. Sus trabajos, enfocados a la autorrepresentación de los colectivos que participan en ellos, incorporan metodologías pedagógicas, etnográficas y audiovisuales, pero a la vez se sirven del arte para acercarse a lo real. En ese cruce de perspectivas se han gestado en los últimos años grupos de trabajo como La Rara Troupe, Teleclub, Puta Mina, Libertad u Hostal España. Proyectos colaborativos que generan textos y vídeos y que, pese a abordar temas tan dispares como la salud mental, la cultura rural, la memoria minera, la guerra civil o las personas mayores, comparten una apuesta común por la narración crítica, polifónica y experimental.   

Para quienes hemos abordado la antropología con herramientas audiovisuales desde el ámbito académico, como es mi caso, las propuestas del Laav resultan inspiradoras como ejemplo de obras reflexivas y sociales que pueden llevarse a cabo desde fuera de la academia aplicando tanto técnicas que proceden de ella como recursos ajenos. Es el caso de la película Puta Mina (2018)[7], cuya versión definitiva se estrenó en el Musac durante los encuentros tras haber girado por varios festivales. Nació por iniciativa de la antropóloga Conchi Unanue apoyada por el Laav, pero se diseñó y construyó por las personas que intervinieron en ella como una obra de autoría compartida. A través de las conversaciones entre varias mujeres mineras de la cuenca del Gordón (León), la cinta saca a la luz las vivencias y recuerdos de quienes jamás bajaron al pozo a faenar, pero que sin embargo convivieron a diario con ese duro oficio, hoy en extinción, que marcó la vida de la comunidad durante medio siglo. Se trata de un relato femenino crudo, incómodo, contrahegemónico, alejado de las frías crónicas de los periódicos sobre el desmantelamiento de la industria del carbón, pero también de las narraciones de los propios mineros, hombres, a veces esquivas con la cara menos amable y heroica de la mina y la lucha obrera.

Cuando se proyectó en León pudo adivinarse su impacto por el clima que se generó en el patio de butacas. Hubo personas que abandonaron la sala y otras que tomaron la palabra para compartir su emoción y agradecimiento. Superando la simple representación binaria del Otro través del género, parecía que Puta mina había conseguido revertir una pequeña parcela de poder, en este caso narrativa, que era a la vez muy específica y local. Y lo estaba haciendo desde el museo. Quizás, pese a la desconfianza inicial que generaba la capacidad de esta institución para conectar con la calle y desbordar sus márgenes, había motivos para el optimismo. Quizás, ese deseado encuentro entre lo antropológico, lo artístico y lo colectivo no quedaba tan lejos.

Algunas propuestas para avanzar

Como se puso de relieve durante los Encuentros Laav_18, toda etnografía es en sí colaborativa, ya que siempre sale a buscar el objeto de estudio fuera de la institución. También existe una relación antigua entre la antropología y los museos, en la que la primera ha suministrado a menudo material a los segundos. Por ello, las metodologías de la disciplina pueden ayudar hoy a estudiar qué artefactos son los que entran en los centros expositivos y, sobre todo, cómo se producen.

Aunque por lo general las facultades de antropología y los museos se desenvuelven en ecosistemas cerrados y resulta difícil mezclarlos, existen iniciativas que tratan de buscar convergencias. Además del Laav, en los encuentros se mencionó la Muestra de Antropología Audiovisual de Madrid, que cada año proyecta una selección de películas con vocación etnográfica en el Museo Nacional de Antropología. Organizada por el Instituto de Antropología de Madrid en colaboración con este centro, se desarrolla en un espacio abierto al público que facilita el acceso a quienes no están necesariamente vinculados a ninguna de las dos instituciones. En su última edición incorporó además una sección dedicada a trabajos audiovisuales realizados por estudiantes, permitiendo el visionado y el debate en torno a obras de creadores no profesionales, trabajos de alumnos o ensayos fotográficos y audiovisuales gestados dentro de la academia que normalmente no encuentran en ella su cauce para ser difundidos.

En ese sentido, en los Encuentros Laav_18 se convino que la universidad puede superar la rigidez de su burocracia y de sus canales de transmisión tradicionales y servirse de la flexibilidad del museo para dar visibilidad a sus proyectos. También ayudar a diseñar propuestas específicas destinadas en origen a su exhibición fuera del campus desde distintas áreas del conocimiento, como el arte, la antropología, la comunicación audiovisual o la educación. El contexto propicia, sin duda, un campo de libertad extra no necesariamente reñido con el rigor.

Sin embargo, ninguna de estas opciones, que devuelven desde la universidad al museo lo que este les brinda en forma de información, archivos y espacios, contribuye en última instancia a liberar del todo la investigación social y artística de la institucionalización. Los ponentes invitados recalcaron que los comisarios de los centros de arte han de justificar sus proyectos ante sus financiadores de maneras muy concretas, mientras que el sistema de acumulación de méritos por el que se rige la academia induce a profesores y alumnos a participar en actividades computables y a excluir el resto por una cuestión de falta de tiempo. De alguna manera, los procesos acaban siendo mediados por normas que se dan la espalda. Como se expresó en los encuentros, si se desea una transformación esta debe venir desde dentro, buscando resquicios en las estructuras oficiales de legitimación que permitan revertir el trabajo colectivo invertido entre todos los eslabones de la cadena creativa.

Afortunadamente, es posible que la colaboración entre museos y universidades cristalice de muchas maneras. Más allá de las muestras y las proyecciones, quizás los formatos más habituales en los que se produce ese acercamiento entre los dos mundos, en los Encuentros Laav_18 se propuso canalizar ese esfuerzo común a través de encuentros de intercambio de saberes, grupos de investigación multidisciplinares o espacios nómadas de exhibición que salgan a la calle. Se barajó el diseño compartido de cursos de extensión universitaria y de cursos en línea masivos y gratuitos[8] como una forma de propiciar la apertura de los contenidos desde la docencia, al tiempo que se recordó la importancia de dar forma a posibles talleres tras escuchar las demandas de las comunidades participantes en vez de someterlos a esquemas concebidos a priori. También desde una perspectiva pedagógica, se instó a que los proyectos de antropología audiovisual establecieran lazos con la educación no solo universitaria, sino secundaria, en la línea seguida por el grupo de trabajo Libertad, que involucró a adolescentes en un trabajo de memoria histórica empleando herramientas de vídeo analógico. Todo parecía conducir, en definitiva, a huir de estructuras rígidas y mostrarse permeable a escenarios imprevistos para explorar lo colectivo, aunque estos apenas estén esbozados. Tras asistir durante dos días a la exposición de sugerencias, ideas e incertidumbres, quienes acudimos en noviembre a León nos fuimos con la certeza de que no había una sola fórmula de experimentar, sino múltiples.

Ni las investigaciones sociales de carácter audiovisual que surgen al abrigo de la universidad ni las que se gestan desde el museo se libran de momento de su adscripción al texto. La justificación teórica sigue siendo requerida en ambos contextos, incluso cuando estos se hibridan, pero eso no impide que este tipo de trabajos se desarrolle y continúe explorando vías nuevas de representación cultural que se desliguen de la palabra escrita. Mi experiencia personal como autora del primer TFM[9] audiovisual dentro del Máster en Investigación en Antropología y sus Aplicaciones (UNED), que en principio no contemplaba este formato como soporte de entrega, fue complicada pero satisfactoria. El reto nos animó a Sara Sama, mi directora, y a mí a buscar la manera de que este proyecto pudiera ser evaluado como el resto en un entorno no necesariamente especializado, lo que exigió la elaboración de un texto teórico adicional en el que se detallaban los objetivos, retos y metodología empleados. Pese a las dificultades, pudimos llevar a cabo la tarea con éxito, lo que nos demostró que existen formas de revertir los obstáculos y maneras gratificantes de sacar adelante investigaciones híbridas. Puede que los espacios en las que estas tienen cabida sean todavía escasos, pero quizás ese sea el estímulo para continuar imaginándolos.   

NOTAS

[1] El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental, coordinado por Chus Domíngez, creador audiovisual, y Belén Sola, responsable del Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC, es un espacio para la investigación y la creación desarrollado desde el DEAC MUSAC.

[2] Entre los ponentes invitados a los Encuentros Laav_18 figuraban, entre otros, Diego del Pozo, artista, productor cultural y profesor en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Víctor del Río, ensayista y profesor de Teoría del Arte en la Universidad de Salamanca; Alberto Santamaría, poeta y director del Departamento de Historia del arte/Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Olaia Fontal, profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Valladolid; Lorenzo Bordonaro, doctor en Antropología y artista; Sara Sama-Acedo, profesora de Antropología en la UNED; y Javier Fernández, director de cine y profesor asociado en el Dpto. de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III. El texto recopila ideas aportadas por todos ellos e incorpora algunas nuevas.

[3] García Canclini, N. (1990). De las utopías al mercado. En Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Capítulo I (pp. 31-63). México. D.F.: Grijalbo.

[4] Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación.

[5] European Credit Transfer System.

[6] Castaing-Taylor, L. (1996). Iconophobia: How Anthropology Lost It at The Movies. Transition No. 69 (1996), pp. 64-88.

[7] Puta mina (2018) fue desarrollado por Laura Alonso, Raquel Balbuena, Chus Domínguez, Mari Fernández, Áurea González, Belén Sola, Cristina Turrado, Conchi Unanue, Mercedes Ordás.

[8] MOOC (Massive Open On-line Course)​ o CEMA (Curso En línea Masivo y Abierto), en castellano.

[9] Sánchez Nagore, E. (2016) Vida social de un graffiti (Trabajo Fin de Máster). Facultad de Filosofía UNED.


Elena Sánchez Nagore es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra y máster en Investigación en Antropología por la UNED, donde obtuvo la medalla de la Facultad de Filosofía al mejor expediente académico. Trabaja como periodista y editora en prensa, donde ha coordinado proyectos editoriales para diversos medios, entre ellos El País en la actualidad. Fotógrafa y camarógrafa ocasional, como investigadora le interesa el cruce entre la etnografía y el arte.


Coral Bullón.

Febrero 2019


Coral Bullón (Ávila, 1995) tras terminar la carrera de Bellas Artes en Salamanca, se sumergió en las cuestiones teóricas acerca del arte y actualmente realiza un máster de Filosofía por la especialidad en Estética en esa misma ciudad. A pesar de centrarse en la investigación – en arte contemporáneo, fotografía y feminismos, entre otros temas – también realiza proyectos artísticos de manera individual y colectiva.


Zoe Hernández.

Febrero 2019

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Zoe Hernández, nacida en Zamora, manifestó su inquietud por lo artístico a una temprana edad, lo que la llevó a comenzar su formación en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de su ciudad natal. Estudiante ahora de la facultad de Bellas Artes de la USAL, continúa sus estudios en el área de escultura con especial interés en lo experimental y la poética de lo intrascendente.


Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca.

Febrero 2019

Durante los Encuentros Laav_ que organizó el MUSAC de León el 23 y 24 de noviembre de 2018, se produjo un intenso debate sobre algunos de los aspectos que atraviesan el espacio del museo desde la perspectiva de la antropología visual. Entre los temas debatidos en ambas sesiones, apareció de manera recurrente el problema de la investigación como parte del proceso de producción de conocimiento en la contemporaneidad.

No cabe duda que existe una profunda preocupación sobre este hecho tanto en museos como en el ámbito académico, aunque por diferentes motivos. Esta cuestión tiene que ver con la propia génesis del conocimiento y los procesos de legitimación del saber, una realidad compleja que tiene además numerosos matices. Este texto es fruto de la reflexión colectiva surgida durante estas jornadas.

La investigación es una actividad intelectual, reflexiva y sistemática que trata de analizar o comprender alguna situación o problema específico de una realidad compleja. No obstante, ante los diferentes posicionamientos, es necesario plantear una serie de interrogantes sobre qué significa investigar en la contemporaneidad, qué otras maneras de investigar existen más allá de la académica (producción artística, cultural, proyectos comunitarios, etc), si los museos deben ser contemplados como centros especializados en esta materia o si la producción artística puede ser considerada investigación.

Responder a estas preguntas no es sencillo y, en cierta medida, forma parte de un debate mucho más complejo sobre la legitimación de la producción del saber. Además, la investigación se enfrenta a numerosos problemas como la falta de financiación, tanto pública como privada, el reconocimiento como centros de investigación de espacios ajenos a lo académico y el complejo condicionante de las temporalidades de estos procesos, ya sea de índole administrativa-burocrática, institucional o de los agentes implicados.

En los últimos años, los museos han anhelado su declaración como centros de investigación. Las labores de conservación, estudio, exposición y difusión del patrimonio material e inmaterial que marcó el ICOM en el año 2007, no parecen suficientes para que estos espacios sean reconocidos en esta labor.

Nadie parece dudar del enorme potencial que presentan los museos en esta tarea, dado que cuentan entre sus muros con factores determinantes: los artefactos culturales, sus públicos y comunidades de aprendizaje, además de una intensa actividad susceptible de formar parte de este tipo de procesos. Si esto es así, no se entiende su falta de consideración como centros de investigación, como tampoco se comprende que la práctica artística no sea reconocida como una actividad indagatoria.

En cualquier caso, parece que nadie del sector cultural queda plenamente satisfecho con esta situación. Existe, por tanto, una suerte de crisis sistémica de la cultura, en la que sus agentes parecen estar instalados en un malestar continuo.

El proceso de “producción” de conocimiento ya intuye una concepción propia de la economía de mercado. En el caso de la Universidad, inmersa en las lógicas del capitalismo cognitivo, ha tendido en los últimos años hacia un modelo de economía neoliberal que ha privatizado incluso la producción del conocimiento, favoreciendo la división del trabajo, entre teoría y práctica, entre teóricos y productores. Esta situación ha sumido a sus profesionales a una intensa e interminable tarea de contribuir con sus aportaciones a esta maquinaria de creación del saber, de superproducción curricular. Nunca antes hubo tantos proyectos de investigación y publicaciones académicas que han llegado, incluso, a saturar el mercado científico.

El panorama de muchos museos no es mucho más optimista, más si cabe desde la crisis económica que ha favorecido la externalización de numerosos servicios, algunos tan importantes como la educación, que tanto ha contribuido a la producción y gestión del conocimiento en estas instituciones. Además, los museos se enfrentan desde entonces a grandes problemas de financiación, lo cual repercute en la investigación. Estos centros están sometidos a los vaivenes políticos que, en muchas ocasiones, buscan una rentabilidad cortoplacista, no con el fin de crear las estructuras necesarias de accesibilidad a los ciudadanos, sino para multiplicar exponencialmente el número de visitantes como parte de una estrategia política.

La Universidad ha ostentado el monopolio en materia de investigación, al menos en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales. Las relaciones con los museos se han establecido tradicionalmente desde una supuesta jerarquía del conocimiento. De hecho, no son pocas las ocasiones en que desde el ámbito académico se ha puesto el punto de mira en los museos: públicos, artefactos, autores y políticas expositivas. No obstante, habitualmente han dejado al margen de los procesos de indagación a sus profesionales, seguramente por el carácter endogámico del ámbito académico, el desinterés por parte de los investigadores de incluir a otros agentes culturales, la ausencia de una tradición en este tipo de colaboraciones o la falta de reconocimiento de los museos como centros de investigación.

Si esto es así, por qué los museos no plantean investigaciones sobre sí mismos. Tal vez, la pregunta no sea la adecuada, sino, más bien, qué tipo de indagaciones se realizan desde dentro de la institución. Los museos no desarrollan los mismos modelos de investigación que las universidades, porque difieren de estas en el contexto, los recursos, las vías de difusión o en las dinámicas de sus profesionales. Por tanto, tal vez sea el momento de reivindicar otras formas de investigar que dependan más del contexto y no tanto de una forma de concebir la propia epistemología de la investigación.

En cualquier caso, no es el mejor escenario que ambas instituciones, al menos cuando hablamos de investigación, se sitúen en diferentes niveles respecto a la producción del conocimiento. Durante el debate quedó clara la postura de sus participantes, la apuesta por explorar vías de colaboración que favorezcan un enriquecimiento mutuo.

Museos y universidades deben plantearse la construcción de vías de colaboración que se traduzcan en proyectos de investigación entre iguales, sin relaciones jerárquicas. Por tanto, en primer lugar, se debe problematizar el propio concepto de investigación en el marco del sistema económico en el que estamos inmersos.

Tal y como se apuntó al principio del texto, son muchos los interrogantes que surgieron durante estas jornadas y pocas las respuestas, si es que estas existen. El debate puede ayudar a establecer puentes entre agentes e instituciones, favorecer proyectos de colaboración o generar alianzas estratégicas donde implicar no solo a los profesionales del ámbito universitario, museístico o creativo, sino también al territorio, al contexto local y, por supuesto, a sus comunidades. Museos y universidades deben ser aliados en esta empresa. Pese a los inconvenientes, debemos pensar en plural, en comunidad, en colaboración y, tal vez, sea el momento de repensar otras formas de investigar.


Pablo Coca eslicenciado en Historia del Arte, Doctor en Educación Artística y profesor del Área de Didáctica de la Expresión Plástica de la Universidad de Valladolid. Ha sido Coordinador del departamento de Investigación y Educación del Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo Español (2008-2018), de los Departamentos de Educación y Acción Cultural de los museos provinciales de Castilla y León (2008-2010) y responsable educativo en Valladolid del programa expositivo “Constelación Arte” de la Junta de Castilla y León (2005-2010).