La parte sumergida del Iceberg. La docencia del audiovisual entre el museo y la universidad. Javier Fernández Vázquez

Marzo 2019

Desde hace algunos años, como consecuencia del llamado “giro educativo” en los museos de artes visuales, es habitual que estos centros, especialmente aquellos dedicados al arte contemporáneo, cuenten con un departamento dedicado a actividades educativas que invite a artistas, comisarios, teóricos, etc. a proponer talleres, cursos e, incluso, en los casos más audaces, experiencias o situaciones que contribuyan a la elaboración o desarrollo de una obra artística colectiva. La continuidad en el tiempo de esta tipo de prácticas contribuye a la generación de una especie de campo educativo alternativo en el que predomina la experimentación y lo lúdico, difuminan los límites entre docente y alumnado y, sobre todo, contribuyen a crear comunidad.

Cuando uno, en calidad de artista y de docente, ha disfrutado tanto de experiencias en ese ámbito como en la enseñanza formal reglada propia de la universidad, es inevitable que surjan comparaciones, preguntas y reflexiones: ¿Por qué algunas propuestas funcionaban bajo un paraguas y fracasaban en otro? ¿Qué conclusiones extraía el alumnado pero también uno mismo de cada práctica en uno y otro campo? ¿Qué trasvases son razonables y cuáles una quimera?

Mi trayectoria profesional se ha desarrollado en ambas áreas. En este punto, considero necesario explicar el punto de partida de la gran mayoría de los proyectos educativos desarrollados por el colectivo Los Hijos, en el seno del cual inicié mi actividad docente antes de modelar mi trayectoria actual individual. Desde un inicio, pretendíamos explorar las posibilidades del lenguaje y del registro audiovisual como herramienta para obtener algún tipo de conocimiento o expresión relevante -ya fuera a través de la observación etnográfica, en algunos casos, o ejercicios de introspección, en otros, y dependiendo del curso o de la sesión-. Lo que sí considerábamos importante es que el proceso y no tanto el resultado -si lo hubiere- fuese propio del medio audiovisual, es decir, que no se hubiera podido llegar a las mismas conclusiones ni desarrollado las mismas destrezas a través de otra disciplina, por ejemplo la escritura.

La primera toma de contacto fue un curso para adolescentes llamado “De David Villa a Bill Viola”, impartido en el Centro de Arte 2 de Mayo (CA2M) en 2012, que constaba de 12 sesiones de 90 minutos y en el que se pretendía ofrecer una panorámica, desde un punto de vista lúdico y experimental, sobre maneras de trabajar el audiovisual desde enfoques no necesariamente mainstream, favoreciendo e impulsando la autonomía del alumnado a la hora de usar dispositivos con los que hacer sus prácticas.

Los alumnos procedían de institutos de enseñanza secundaria de la ciudad de Móstoles que colaboraban habitualmente con el CA2M. La propia institución ponía a su disposición tanto sus espacios como su equipamiento audiovisual. Entre las prácticas que solicitamos y que les animamos a realizar en sus entornos familiares o educativos, se podrían citar la elaboración de un plano secuencia con un desplazamiento, la adaptación audiovisual de una obra procedente de otra disciplina o la confección del retrato de alguien sin recurrir a la entrevista.

Las prácticas, en general, fueron sorprendentes y reveladoras a varios niveles. Por un lado, por la expresividad y creatividad de unas miradas, hasta entonces, no educadas formalmente en el lenguaje audiovisual y por otro lado, porque mostraban puntos de vista propios, no estereotipados, sobre sus entornos cercanos. De hecho, una de nuestras recomendaciones era que se concentraran en su vida cotidiana, que la analizaran, que la observaran.

Fue destacable comprobar cómo hubo bastantes prácticas relacionadas con la movilidad, los desplazamientos para ir al instituto, por ejemplo, algunos en transporte público, otros en coche, lo cual servía también, frecuentemente, como retrato fugaz de un padre o una madre. Prácticas, pues, que hablaban de ritmos, rutinas, de vida urbana y suburbana. También miradas -clandestinas, por cierto- hacia la institución educativa: clases del instituto que consideraban aburridas, por ejemplo, grabadas con cámara oculta o comentadas a través inscripciones a bolígrafo escritas en papel. También, y de manera sorprendente, miradas nostálgicas hacia objetos de la infancia. En definitiva, prácticas que hablaban de las relaciones familiares, los afectos, la frustración.

Asimismo, había muchos ejercicios -especialmente aquellos que pretendían retratar a alguien- que hablaban del trabajo o, al menos, de la ejecución de una tarea. Desde el tecleado de un ordenador hasta la elaboración de un plato, pasando por la reparación de un mueble. Eran retratos, pues, que recurrían de una manera metonímica a una actividad que los alumnos consideraban representativa de la persona retratada y que privilegiaban lo visual y lo material.

En definitiva, en este caso concreto del registro del trabajo, se daba un doble juego de habilidades y destrezas entre el alumnado, que adquiría y entrenaba una mirada y una seguridad técnica con la cámara, y el retratado desarrollando una actividad que le es familiar y que ha automatizado. El trabajo manual, la fisicidad, las trayectorias, la materialidad, los ritmos, las pausas del segundo terminaban por dotar de sentido a la actividad del primero y viceversa.

El curso no estaba orientado a la obtención de un producto final -de hecho, en muchas ocasiones era material bruto-, es decir, un trabajo que fuera a ser expuesto o proyectado en el propio Centro de Arte ni en los institutos de los que procedían los estudiantes y las prácticas tampoco eran evaluadas. Estas eran comentadas entre todos y todas, exponiendo o analizando las percepciones o sensaciones que nos provocaban y sugiriendo técnicas o dispositivos con los que afinarlas. Se daba, pues, un contexto óptimo para la realización de este proyecto.

En este experiencia inicial ya germinaban cuestiones que, siempre en el campo de las experiencias educativas en museos y centros culturales, pude ir modelando más adelante y que se podría resumir en lo que planteó Robert Morris (1970) en este fragmento:

Creo que hay “formas” que se encuentran en el proceso de elaboración tanto como en productos terminados. Estas son formas de comportamientos cuya intención es comprobar el abanico de posibilidades incluidas en esa interacción particular entre las acciones de uno y las materias primas. Esta es la parte sumergida del iceberg del arte (p.72).

Elaborar, modelar, dotar de forma, tocar, esculpir, arreglar, etc. En todo momento sobrevolaba, pues, la idea de “hacer”. Tim Ingold, uno de los antropólogos más interesantes en la actualidad, escribió una obra precisamente llamada Making (“Hacer” o “Haciendo”) y reflexionaba sobre los nudos que unían lo que el llama las cuatro “As”: antropología, arte, arqueología y arquitectura y, de hecho, ponía a prueba sus ideas en un curso llamado de esa manera, las cuatro “As” (Ingold, 2013). Y yo  me preguntaba si el Audiovisual podría ser una quinta A, en la medida en que algunas de las reflexiones de Ingold ordenaban o clarificaban algunas de las intuiciones que habíamos desarrollado en nuestros cursos. Por ejemplo:

El mundo en sí mismo se convierte en un lugar de estudio, una universidad que incluye no solo a profesores profesionales y estudiantes matriculados, confinados a departamentos universitarios, sino para todos, las personas y objetos con las que habitamos y con las que aprendemos, no sobre los que aprendemos (p.2).

Una cita que, sin duda, recuerda a la célebre cita de Trinh T. Minh-ha en su film Reassemblage. “No hablar sobre sino junto a”. Ingold aquí añade las “cosas” y yo me atrevería también a añadir “lugares”, en tanto que espacios en los que se relacionan personas y cosas y en los que es posible, también, percibir la ausencia de ambas.

Consciente de estas reflexiones y ya en solitario, tuve la ocasión de desarrollar otro taller llamado “El cine se hace con las manos”, en el Centro Cultural de España en Malabo, en Guinea Ecuatorial. El nombre ya indicaba mi intención de seguir explorando esa vía del aprender a mirar través del hacer. El taller solo duraba una semana esta vez, en cuatro sesiones de cuatro horas cada una y, al igual que en el CA2M, no se exigía ni conocimientos previos ni había evaluación.

Allí pude comprobar que la práctica de retratar a alguien a través de una acción no solo despierta una reflexión sobre esa persona, sus destrezas o estilo de vida, sino también sobre la influencia del lugar, del entorno en el que se desarrollan. Las prácticas de los alumnos del CA2M hablaban de entornos familiares, generalmente de clase trabajadora, de cierta división sexual del trabajo, de unas rutinas urbanas.

En Malabo también había situaciones domésticas en entornos urbanos y una inclinación por los trabajos manuales. Sin embargo, como era de esperar, los espacios -en algunos casos perfectamente visibles, en otros, vislumbrados como segundos términos desenfocados- hablaban de unos contextos sociales y unas condiciones materiales muy diferentes. De esta forma, además de expandir mi reflexión sobre el concepto de lugar o entorno, el curso sirvió para que yo mismo me despojara de, por lo menos, algunos de los esquemas previos o clichés que, inconscientemente, llevaba conmigo en calidad de europeo que visita una ex-colonia.

Vale la pena señalar que tanto en Móstoles como en Malabo pude trabajar con estudiantes de instituto. Es llamativo comprobar la aparente fluidez con la que los centros artísticos y culturales trabajan con estudiantes de primaria y secundaria en contraste con los escasos -hasta dónde yo conozco- ejemplos de este tipo de colaboraciones con estudiantes universitarios. Parecería, por un lado, que la universidad -con todo el riesgo que supone generalizar-, en tanto institución de enseñanza formal aunque con una oferta adicional de cursos y titulaciones propias, se “bastara” por sí misma y no sintiera la necesidad de extender su red fuera de sus límites -a los museos, por ejemplo-, mientras que, por otro lado, los programas educativos de los centros artísticos se conformaran -y no es un verbo que pretenda ser peyorativo- como una oferta complementaria, un servicio público más relacionado con el ocio y el entretenimiento, que con la educación formal que presupone la universidad y, por lo tanto, alejada de esta.

Estas son intuiciones que he ido desarrollando en los últimos años dado que, poco después de la citada experiencia en Malabo, empecé mi etapa docente en la Universidad Carlos III, como profesor asociado en el Departamento de Comunicación Audiovisual. Mi experiencia aquí es un tanto ambivalente. La división estricta por asignaturas bajo una coordinación que impone unos objetivos concretos, una necesidad de evaluación y, en mi opinión, una carencia de interdisciplinariedad -las “As” de Ingold-  limitaban la aplicación de los hallazgos pedagógicos que sí puede obtener en las experiencias anteriores fuera de la universidad.

A pesar de ello, durante un curso y de manera tentativa, intenté incluir el ejercicio práctico del retrato en la asignatura que tuve que impartir. Dedicada a la realización en cine y televisión, esta asignatura estaba estructurada en una serie de ejercicios prácticos evaluables cuyo valor didáctico estaba fuera de duda atendiendo exclusivamente, eso sí, a un punto de vista de adquisición de habilidades técnicas. Considerando que todos los resultados obtenidos en mi experiencia docente en centros artísticos merecían ser, al menos, testados en la universidad, introduje la citada práctica como opción voluntaria, a realizar fuera de horario lectivo y sin posibilidad de que contara para la nota final. A cambio, me comprometí a ofrecer feedback individualizado a quienes me entregasen un ejercicio.

Bajo mi punto de vista la convocatoria fue un éxito. Hubo muchos más ejercicios de los esperados, algunos de ellos de gran calidad. Además, logré entablar una relación más estrecha con algunos de los estudiantes en la medida en que ese feedback individualizado permitía compartir puntos de vista, referencias, opiniones que el marco del resto de la asignatura no facilitaba. En definitiva, fue un experimento esperanzador que indica, en primer lugar, que los estudiantes universitarios no tienen por qué diferir tanto de los voluntarios que acuden a los talleres en centros artísticos ni que haya que recurrir a metodologías necesariamente opuestas para llegar a ambos públicos.

Antes de acabar, querría señalar que mi posición en la universidad, a tiempo parcial, precaria, tampoco permite la inversión de tiempo y esfuerzo requeridos para poner en marcha, bajo la forma, por ejemplo, de curso o titulación universitaria propia, propuestas similares a las mencionadas anteriormente. Creo que las condiciones materiales son decisivas tanto para aquellos que, como docentes, nos implicamos y planteamos cursos, talleres y experiencias de colaboración, como para aquellos de los cuáles requerimos de su tiempo, esfuerzo y compromiso. Cualquier debate que conlleve hablar de colaboraciones entre instituciones, incluyendo además proyectos que a su vez exigen la implicación de gente a lo largo del tiempo, tiene que detenerse en examinar rigurosamente este punto.

Con todo, estos últimos párrafos no pretenden ser una impugnación del modelo universitario ya que los objetivos no son comparables y, ciertamente, la enseñanza superior permite desarrollar otras destrezas y habilidades. Lo que he tratado de describir con esta comparación basada, como ya mencioné, en una experiencia personal y, por lo tanto, inevitablemente subjetiva, es la estrechez de los canales por los que universidad y museo o centros artísticos parecen ya no solo comunicarse sino permitir el intercambio y trasvase de conocimiento en el ámbito educativo.

Referencias

INGOLD, Tim. (2013). Making. Anthropology, Archaeology, Art and Architecture. Londres. Routledge.

MORRIS, Robert. (1970). “Some Notes on the Phenomenology of Making by Robert Morris” en Artforum. Abril.


Javier Fernández Vázquez es cineasta, investigador en cultura visual y pertenece al colectivo de cine documental y etnografía experimental Los Hijos. Asimismo, es profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid y docente en la Escuela SUR de profesiones artísticas.

Encuentros Laav_2018. Museos y universidad: investigar en un espacio híbrido. Lorenzo Bordonaro

Marzo 2019

It is timely, in my view, to redefine and re-evaluate the academy – to emphasise the radical nature of some of its elements. Towards a radical academy (Frayling 2006: xiv).

Terrenos híbridos y rigidez académica

Si el museo y la universidad pretenden juntarse para investigar en un espacio híbrido – ese es el tema de los Encuentros –  en primer lugar será necesario evaluar y confirmar la capacidad de ambas instituciones de salir del espacio institucional específico de cada una de ellas, para operar de acuerdo con registros, patrones y criterios diferentes. El LAAV, en este sentido, como laboratorio integrado del MUSAC, representa una realidad particularmente interesante, por su capacidad de unir la práctica de la investigación con la realización de proyectos concretos de intervención y compromiso con la realidad del territorio social y cultural en el que opera. Mediante esta naturaleza ya de por sí híbrida del LAAV, cuyos proyectos tuvimos, a lo largo de los dos días del encuentro, oportunidad de conocer y apreciar, ¿cómo se encuadra la institución universitaria?

Este cuestionamiento, sobre la naturaleza de la institución universitaria contemporánea, y su capacidad de abrirse plásticamente a proyectos implementados en el territorio, como se pretende, híbridos, donde arte, intervención e investigación se crucen, se contaminen, ha dominado esencialmente el debate de los Encuentros LAAV 2018. Cabe mencionar aquí que la gran mayoría de los ponentes invitados pertenecen y trabajan en instituciones universitarias, por lo que no sorprende que el debate fuese monopolizado en la práctica por el tema de la universidad, de las actuales limitaciones de esta institución, y por innumerables quejas sobre el actual funcionamiento de la academia y su separación radical del territorio.

En particular, uno de los temas centrales es la forma en cómo son validados y evaluados los outputs de las investigaciones dentro de la universidad y por entidades estatales de financiación para investigación. Se señaló que la “máquina de las publicaciones académicas” – que en la práctica permite y garantiza el acceso a fondos y a la carrera académica – obstaculiza y desincentiva prácticas de investigación y de intervención que no sean contabilizables en términos de evaluación curricular: véase publicación académica sub specie artículos en revistas indexadas. Como fue patente varias veces durante el evento, actividades de investigación que desemboquen en outputs no reconocidos por las entidades financiadoras, son actualmente consideradas inútiles dentro del sistema de carreras y de financiación universitario. Los ponentes señalaron esta situación en las instituciones españolas, pero puedo perfectamente confirmar que también es el caso de la academia portuguesa, y cada vez más a nivel global.


Artistic research y la academia

Un caso particularmente inquietante de la hegemonía del texto académico, del efecto nocivo que la rigidez de la institución de la universidad puede tener, es el reciente debate sobre el art research, y sobre las modalidades legítimas y reconocidas en el espacio de la institución para esta disciplina híbrida e innovadora. Sobre este tema quería señalar aquí algunos elementos importantes para este debate específico, y que están profundamente relacionados con  el tema central de los Encuentros.

Voy a utilizar como punto de partida un reciente texto de Borgdorff (2012), The conflict of the Faculties, que de manera significativa tiene como subtítulo perpectives on artistic research and academia, que es particularmente relevante mientras nos ayude a reflexionar no solo acerca de la definición de lo que es ‘artistic research’ en términos puramente teóricos, sino también de las consecuencias de la institucionalización de la artistic research como disciplina académica, sujeta por tanto a las normas y reglas que hacen, literalmente, las instituciones universitarias, las facultades, las academias de bellas artes.

La distinción entre estos dos puntos es fundamental para orientarse en el debate contemporáneo, y para trazar algunas reflexiones críticas sobre el mismo. Por un lado, tenemos el esfuerzo reflexivo – presente en una plétora de textos – para definir la artistic research en términos teóricos, para trazar metodologías, para reivindicar la validez heurística y epistemológica de esta innovadora práctica de investigación. Por otro lado, un número sorprendente de textos es consagrado a analizar cómo y de qué modo la artistic research se debería constituir como disciplina académica de pleno derecho. En los debates relacionados con artistic research, además de las preocupaciones epistemológica y de definición, proliferan literalmente las cuestiones ligadas a los ordenamientos institucionales y a la política de las ciencias. Como escribe Hito Steyerl (2013):

(it) seems as if one of their most important concerns is the transformation of artistic research into an academic discipline. There are discussions about curriculum, degrees, method, practical application, pedagogy. On the other hand, there is also substantial criticism of this approach. It addresses the institutionalization of artistic research as being complicit with new modes of production within cognitive capitalism: commodified education, creative and affective industries, administrative aesthetics, and so on. Both perspectives agree on one point: artistic research is at present being constituted as a more or less normative, academic discipline.

Las dos cuestiones están solo aparentemente separadas, porque de hecho son las instituciones universitarias – a través de la atribución de grados, diplomas, y a través de la distribución de financiaciones, etc. – las que legitiman actualmente y de forma hegemónica los resultados de las investigaciones artísticas, las que definen la forma en que son presentados, las que regulan y determinan quién tiene competencias para enseñar en los institutos de educación superior en arte.

¿Qué tipo de instrumentos de legitimación y evaluación de la investigación artística son actualmente utilizados (o están siendo introducidos) dentro de las academias? ¿Qué es reconocido como ‘artistic research’ dentro de la academia? La respuesta es simple: independientemente de las definiciones teóricas o institucionales de la artistic research, independientemente de la dimensión utópica de estas perspectivas, el proceso de evaluación curricular dentro de la academia está, normalmente, basado en textos escritos de acuerdo con la norma académica. Desde los másters a la carrera de investigación, pasando por los doctorados, el texto escrito académico es el requisito administrativo indispensable en todas las facultades de Bellas Artes (véase sobre este punto Elkins 2009).

Esto implica que los artistas cuya artistic practice y/o artistic research no es transformada en textos académicos (doctorados y sucesivamente en artículos para revistas indexadas), van ser alejados (o no van tener acceso en el futuro) de las instituciones de enseñanza superior y de sus centros de investigación. El actual sistema de financiación de los centros de investigación, por lo menos en Portugal, contexto que me es bastante familiar, pasa, de hecho, por la evaluación de la producción de textos publicados en revistas académicas, con poquísima flexibilidad para otro tipo de ‘producciones de investigación’. En el momento en que la artistic research lucha para afirmarse como disciplina académica, es evidente que hay un debate bastante animado sobre cómo la misma debe ser presentada y ‘comunicada’ para poder ser evaluada de forma ‘objetiva’, para que le pueda ser atribuida una nota, un parecer. La discursividad específica de la prosa clásica académica es – en la mayoría de los casos – la solución adoptada.

Sobre este punto, todavía, el debate es muy intenso. Julian Klein escribió recientemente que

Some authors require that artistic knowledge, notwithstanding it all, must be able to be verbalized and thus be comparable to declarative knowledge. Many say it is embodied in the products of art. Ultimately, however, it has to be acquired through sensory and emotional perception, through the very artistic experience from which it cannot be separated. Whether silent or verbal, declarative or procedural, implicit or explicit, artistic knowledge is, in each and every case, sensual and physical, “embodied knowledge.” (2017)

Un abordaje discursivo a la investigación artística, que copia específicos modelos académicos del ambiente de la investigación científica, puede ser uno de los efectos negativos de la institucionalización. Incluso los autores que creen en la necesidad de un ‘discursive framing’ de la investigación artística, como requisito para su permanencia en el espacio de la academia, reconocen que eso no tiene que limitarse a la escritura convencional académica:

In the debate on research in the arts, there is disagreement about whether, or to what extent, the artistic outcomes of the research (the concrete artworks and art practices generated by the research) are to be discursively framed – that is, accompanied by a contextualisation, a theoretical frame, an interpretation, or a reconstruction or documentation of the research process. This is one of the issues of demarcation in the foundational debate. My position is that this discursive framing is necessary. (…) To forego such framing implies a departure from academia. That said, the discursive forms in which the framing may take place are highly varied. They do not confine themselves to conventional academic discourse. (Borgdorff 2012: 21, la cursiva es mía)

Con deliciosa ironía, Alys Longley escribe sobre la contradicción de la devolución discursiva canonizada y académica en el campo de la investigación artística dentro de las instituciones universitarias:

We are tasked with creating unique research that follows a distinctive creative practice and also of ensuring it meets the standards, taste and criteria of external funding bodies and high-ranked international journals/galleries/festivals (2015: 32)

Proviniendo del campo de la antropología, esta situación en las instituciones superiores de enseñanza de arte no deja de sorprenderme. La antropología cultural, que nace como disciplina ligada predominantemente al texto escrito académico (la monografía etnográfica),  ha venido desarrollando, a partir de los años 1980, críticas feroces a la textualización del saber adquirido de forma experiencial y sensorial durante la experiencia etnográfica (veáse en particular  Clifford y Marcus 1986 y Marcus y Fisher 1986, y toda la crítica al logocentrismo de la disciplina que derivó del desarrollo de la antropología visual).

Hubo un interés creciente de la antropología en el arte contemporáneo que tiene su origen precisamente en la búsqueda de distintas formas posibles de comunicar datos y conceptos etnográficos. Esta nueva preocupación ha sido definida como ‘sensory turn’ en la investigación etnográfica y antropológica (Pink 2009). Una serie de textos organizados por Arnd Schneider y Chris Wright, señalaron la posibilidad y el surgimiento de nuevas prácticas de investigación y de exhibición, que ponen en diálogo antropología y arte contemporáneo, con el fin de superar la dicotomía entre arte y ciencia y restituir a la etnografía su dimensión experimental y sensual (Schneider y Wright 2006, 2010, 2013; Schneider 2008). Estas formas experimentales de hacer etnografía y de exhibir la antropología, superan el paradigma narrativo lineal aún dominante incluso en la antropología visual clásica, que, de hecho se asienta en modelos logocéntricos y textuales su producción. Se trata, por lo tanto, de singularizar prácticas de representación para la antropología que superen las restricciones de los modelos textuales, aprovechando prácticas más materiales y sensuales que son propias de las artes. En relación a esto, Schneider y Wright escriben que ‘la iconofobia y las restricciones a la expresión visual que la antropología se impuso a sí misma, deben ser superadas a través de una apropiación crítica y con un abanico de prácticas materiales y sensuales propias de las artes contemporáneas’ (2006: 4).

Como antropólogo-artista o artista-antropólogo la propuesta de la artistic research me es, por lo tanto, particularmente afín y familiar. Lo que todavía resulta contradictorio (para mi), es que algunos antropólogos, conscientes del carácter sensorial e incorporado del saber adquirido a través de la experiencia personal de la investigación etnográfica, y profundamente frustrados con los patrones y límites de la escritura académica, establecieron un diálogo provechoso con el arte contemporáneo, precisamente para superar estas limitaciones, y encontrar formas diferentes de comunicar, restituir, y hasta de alcanzar el conocimiento antropológico en el contexto híbrido del contacto etnográfico.

Lo cuestionable, a mi modo de ver, no es el lenguaje, el discurso en sí, el carácter discursivo que el arte contemporáneo frecuentemente presenta, sino aquel  paradigma particular de la escritura que es la escritura académica, con sus nefastos apéndices (la jerarquía de las revistas y sus índices de impacto, la publicación como única forma de evaluación de la producción de la investigación etc.).

Sin  entrar aquí en la cuestión también importante de la publication productivity, la duda que planteo es si, considerada la ambición del proyecto fundacional de la artistic research, como es expresado por ejemplo de forma particularmente fascinante por Borgdorff (2012: 70-71), la academia y la institución de enseñanza superior, como son actualmente reguladas y organizadas, serán el lugar ideal para su desarrollo, sin una transformación radical de la propia academia. Borgdorff también subraya que:

If we near the point where institutionalisation of artistic research leads to curtailment or dilution of artistic practice, or to an erosion of academic values and conventions, it is time to step on the brake. And, now already, the way that institutionalisation has actually occurred in some places gives reason to watchfully monitor and criticise how the field is developing. (2012: 6)

Mika Elo, profesor de investigación artística y director del programa de doctorado de la Uniarte – facultad de Bellas Artes de la Uniarte de Helsinki, dijo recientemente en una entrevista que: “Artistic research is a transformative frame, a utopian moment, a hope that it doesn’t petrify itself into a discipline”[1]. Si así fuera, como ya apuntaba Frayling en 2006, la cuestión que tenemos que responder no es “¿Qué es artistic research?”, sino “¿Qué es la academia?”:

It is timely, in my view, to redefine and re-evaluate the academy – to emphasise the radical nature of some of its elements. Towards a radical academy (Frayling 2006: xiv).

arte/investigación/intervención

En conclusión, me parece que el espacio híbrido que se pretende crear, ya existe, y es el blanco de investigaciones e intervenciones de numerosos individuos, a pesar, diría, de las limitaciones impuestas por las estructuras académicas. He estado trabajando durante años en un área de superposiciones, elaborando proyectos donde la investigación, el arte contemporáneo y la intervención en el espacio público fuesen elementos en constante diálogo y articulados entre sí. Exploré la posibilidad de un arte público crítico, en el sentido de una forma de activismo artístico basado en la investigación antropológica y que se traduzca en intervenciones cuyo objetivo es ocupar el espacio público, interviniendo en el espacio polifónico y polisémico de la ciudad contemporánea (Canevacci 2004, Lacy 1995). Mis proyectos se proponían realizar concretamente intervenciones públicas que unieran arte y investigación – intervenciones artísticas etnography-based, como decidí llamarlas (Bordonaro 2013a, 2013b, 2017) – que se sitúen entre una applied visual anthropology (Pink 2009b) y el arte público participativo (Jackson 2011, Lacy 1995) ocupando el espacio público urbano y alterando y perturbando los circuitos segmentados de la ciudad contemporánea, promoviendo al mismo tiempo un cruce entre los espacios de la academia y los del arte contemporáneo. Se configuran, así, como intervenciones que alteran y superponen los recorridos físicos del arte, de la investigación académica y de la intervención social, en el espacio de la ciudad.

Este área interdisciplinar representa uno de los frentes más interesantes en el desarrollo contemporáneo de la antropología visual y al mismo tempo del arte contemporáneo. De hecho las nuevas tendencias del ‘arte público’ apuntan a la centralidad de la relación y del  diálogo en su proceso de creación, no solo ‘para el propio futuro del arte público sino para el discurso entre el arte, el artista, la audiencia, y la sociedad’ (Raven 1993: 2). El arte público de intervención comunitaria, concepto que me interesa desarrollar desde el punto de vista práctico y teórico, es un tipo de práctica artística basada en el diálogo y la colaboración entre los artistas y las comunidades, con el objetivo de realizar un trabajo de arte público en colaboración. Esta nueva tendencia llegó a ser conocida como new genre public art en palabras de Suzanne Lacy, para marcar un nuevo espíritu de intervención artística en el espacio público (Lacy 1995, Miles 1997, Cartiere y Willis 2008). Este tipo de arte público introdujo un elemento profundamente nuevo en la forma en cómo se entiende el arte público. El significado o el valor artístico de la obra dejó de residir en el propio objeto para pasar a manifestarse en un proceso de integración social que resulta de la relación entre el artista y el público. Lo más importante en este tipo de proyectos es asegurar la participación de las comunidades en la realización de un proyecto, involucrándolas directamente en todo su proceso, para que se identifiquen con el resultado final.

Es cierto que el objetivo de esta forma de arte público es crear mecanismos de intervención que impliquen la participación del público, estableciendo una relación de cooperación y  colaboración entre el artista y la comunidad, desencadenando así transformaciones en la sociedad. Este tipo de arte público induce la participación del público, substituyendo la materialidad del objeto artístico por un proceso de trabajo interactivo, a través del cual se establece una aproximación real entre el arte y la vida.

Una red de personas

¿Cuál es el contexto académico que actualmente permite desarrollar actividades de este tipo? La práctica híbrida, como la actividad del LAAV demuestra de forma incuestionable que no solo existe, sino que incluso ya se concretó en numerosas actividades y proyectos. La institución universitaria, ¿dónde está en ese proceso? Como pude recalcar varias veces durante el trascurso de los Encuentros, la Universidad, su forma actual, y a pesar – insisto– de emplear  numerosos investigadores, docentes e artistas de indudable valor y capacidad, no tiene la flexibilidad administrativa para navegar en un terreno híbrido como el que los Encuentros LAAV se proponían explorar. El caso de la artistic research que brevemente presenté, señala precisamente no solo la incapacidad, sino los riesgos de que la Academia se aproprie de este territorio híbrido, cuya potencialidad creativa y social es inmensa.

Tal vez la solución para continuar trabajando en este área, pase precisamente por dejar a un lado la pertenencia institucional, y estimular una red informal de personas que puedan colaborar en líneas de investigación específicas, constituyendo grupos informales de acción con competencia y estructura para accionar redes de financiación no-nacionales e independientes de las entidades académicas de investigación. Hay vida fuera de la Academia.

Notas

[1]          Citado en http://www.artsequal.fi/policy-briefs?p_p_id=101&p_p_lifecycle=0&p_p_state=maximized&p_p_mode=view&_101_struts_action=%2Fasset_publisher%2Fview_content&_101_assetEntryId=258645&_101_type=content&_101_groupId=204178&_101_urlTitle=the-utopia-of-artistic-research&inheritRedirect=true

Referencias

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Bordonaro, Lorenzo. 2013b. Ghetto Six. A antropologia ocupa espaço. Jornal Próximo Futuro n. 12 (Fundación Calouste Gulbenkian, Lisboa): 16-19. Disponible en http://www.proximofuturo.gulbenkian.pt/sites/proximofuturo/files/jornalpf_12_abril_2013.pdf

Bordonaro, Lorenzo. 2017. Nova Liberdade III: una experiência didática. En Bordonaro, Lorenzo y Ugo Maia (eds), Aprendendo antropologia em Sergipe: Experiências de pesquisa e de ensino. Editora UFS, São Cristóvão (SE). Pp. 168-195. 2017

Borgdorff, Henk. 2012. The conflict of the faculties. Perspectives on Artistic Research and Academia. Leiden, Leiden University Press.

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Schneider, Arnd, 2008. “Three Modes of Experimentation with Art and Ethnography.” Journal of the Royal Anthropological Institute 14 (1): 171–94.

Schneider, Arnd, y Christopher Wright (orgs.). 2013. Anthropology and Art Practice. Bloomsbury Academic.

Steyerl, Hito (2013). Aesthetics of Resistance? Artistic research as discipline and conflict. http://athensbiennale.org/event-as-process/aesthetics-of-resistance-artistic-research-as-discipline-and-conflict/?from=ab4 (recuperado el 26 de noviembre de 2018)


Lorenzo Bordonaro es doctor en Antropología. Ha realizado investigaciones etnográficas en Guinea Bissáu, Cabo Verde, Portugal y Brasil. Ha sido profesor de grado y postgrado en Antropología en Portugal, Cabo Verde y Brasil. Su práctica artística se entrelaza con la investigación antropológica: sus obras, instalaciones y proyectos de arte público están a menudo arraigados en una reflexión social y filosófica más amplia y en el activismo político. Ha desarrollado proyectos de arte público en diferentes contextos sociales y geográficos: desde las favelas brasileñas a los nuevos barrios en las afueras de Lisboa; de los guetos de la capital de Cabo Verde a los barrios históricos de Gracia y Mouraria en Lisboa. Ha participado en numerosos eventos, festivales y exposiciones colectivas como la Bienal de Arquitectura de Venecia, Manifesta 12 en Palermo y Ethnographic Terminalia en Chicago. Más información en www.bordonaro.eu.

lorenzo.bordonaro@gmail.com

Laav_. Una experiencia de creación e investigación en el DEAC del MUSAC. Chus Domínguez y Belén Sola

Noviembre 2018

Paul Preciado, en una charla reciente[1], recordaba la genealogía política del museo y su importancia como institución total, una institución que se alinea con la prisión, el hospital o la escuela en su trabajo para la producción normativa de subjetividad.

El museo que conocemos hoy es la herencia de la revolución contracultural de los años 70 y décadas posteriores de activismo y crítica institucional hacia el museo-mausoleo. Un museo que se esfuerza por dejar de ser el espacio de las élites, la otrora burguesía decimonónica, ese espacio de enunciación heterocentrado y blanco, que produce a la vez que legitima “nuestra verdad” como occidentales portadores de una cultura privilegiada.

Acercándonos más en el tiempo (a nuestro tiempo), distinguimos un nuevo periodo para el museo que se marca una misión  “multicultural”, desplegando una variedad de acciones que puedan dar cuenta de la diversidad cultural e identitaria contemporánea para redimirse de los mandatos hegemónicos de corte colonial e ilustrado de los que nace. Por ello a partir de los años 90 las exposiciones con mujeres, identidades LGTBI+, artistas originarios de África, Asia o Latinoamérica… han estado y están en las agendas de los más renombrados museo de arte contemporáneo.

De manera paralela los departamentos educativos, espacios tradicionalmente destinados a la reproducción del discurso curatorial y el adoctrinamiento de audiencias con ansias de cultivarse, van a experimentar un auge sin precedente de la mano del discurso multicultural posmoderno. De esta manera, la educación en el museo se vuelve, al igual que la exposición, dispositivo desde el que accionar este nuevo paradigma posmoderno de museo: Dispositivo para la captación, clasificación y especialización programática para atraer a públicos diversos, en un concepto, eso sí, de educación bancaria y transaccional[2] que adopta sin complejos el concepto de mediación como bandera para este nuevo contrato posmoderno entre museos y ciudadanía.

Los museos, mientras dicen “dar voz” y lugar a “los otros” a los que denomina “públicos” “audiencias” “usuarios” o  incluso “clientes”, en realidad han conseguido re-empoderarse a ellos mismos después de décadas de descrédito institucional y social. Ahora ejercen su autoridad desplegando estrategias que son aplaudidas por amplios sectores no sólo sociales y culturales sino (y mucho más significativo) empresariales. Multitud de actividades para todo tipos de públicos, seleccionados y “seccionados” por edades, procedencias, (dis) capacidades, etnias, intereses culturales e incluso divididos por género o identidad sexual, son las nuevas tácticas del museo posmoderno que asume en sus propuestas la mercantilización, no ya sólo del objeto artístico, sino de los procesos y experiencias que un museo puede proporcionar.

Esta manera de entender el museo dentro de su propia genealogía política y situar el trabajo de un departamento de educación y acción cultural hoy, es necesaria para enmarcar el trabajo del Laav_, un espacio que nace con la intención de poder experimentar nuevos modos de hacer con las personas que rompan con la lógica de la hiperproducción consumista por un lado y de la colonización cultural posmoderna por el otro.

Conscientes de la importancia del museo como espacio social privilegiado, configurador de esfera pública, un melting pot donde se encuentran subjetividades diversas y se dan relaciones insospechadas, era importante que los modos de accionar tales potencialidades fueran también acordes con los principios y objetivos del proyecto. En este sentido, el Laboratorio se quiere definir con sus prácticas como un espacio feminista, que aboga por celebrar la diversidad en términos de justicia social y cultural pero también por poner en marcha proyectos que nacen del deseo e interés de las personas por encima del trazado discursivo que puede propiciar una exposición o una obra. Es un espacio por tanto fundamentalmente social, y esto es crucial para entender la naturaleza experimental del Laboratorio como probeta para la investigación.

Utilizando las definiciones de Almudena Hernando (2012), el Laav_ está comprometido con una manera de trabajo ligada a la “identidad relacional” frente a la que denomina “identidad individual” y que se refiere fundamentalmente a modos de hacer adscritos al patriarcado. Cuestiones como la autoría, el concepto de obra de arte como producto o la importancia de los circuitos de exhibición legitimados por el sistema del arte, pierden importancia en la valoración de la obra frente a la capacidad de generar vínculos afectivos, relaciones de confianza y respeto y capacidad para solventar de forma creativa y colectiva los retos que surgen durante el proceso de trabajo.

Podemos situar como precedentes del Laav_ varias experiencias previas con colectivos y fundamentalmente una serie de talleres audiovisuales (“Yo/Nosotrxs”, 2012-2015) que evolucionaron hacia una comunidad activa en la actualidad, La rara troupe, que reflexiona en primera persona desde las problemáticas relacionadas con la salud mental, como algo que afecta a toda la sociedad más allá de los diagnósticos. Este proyecto ha mostrado a lo largo de su desarrollo, desde la práctica creativa y la investigación asociada, las posibilidades (y limitaciones) de la auto-etnografía, las estrategias para convocar o recoger las capacidades creativas de todas las personas, la necesidad de trabajar con grupos inclusivos, la importancia de abrir la comunidad a una red que introduzca regularmente nuevas perspectivas, y las diversas formas en que las personas que trabajamos en la institución museo podemos situarnos dentro de esas comunidades.

Estas experiencias y aprendizajes son los que mostraron la posibilidad de crear el Laav_ como un marco estable de acción y pensamiento para experimentar e investigar en las prácticas colaborativas con comunidades a través de la creación audiovisual. En el corto recorrido del Laav_ hemos compartido proyectos con comunidades muy diferentes: mineras y mineros afectados por el fin de la actividad extractiva del carbón y las formas de vida asociadas a ella, habitantes de entornos rurales con una marcada desestructuración o adolescentes (y adultos) que reflexionan a partir de la ausencia de libertad durante los episodios más oscuros de nuestro siglo XX. En todos los casos entendemos nuestro trabajo como una práctica vinculada intrínsecamente a la comunidad que la realiza y pensada desde la primera persona del plural, que más allá de pretender utilizar el lenguaje audiovisual para ilustrar o representar algún aspecto de la realidad, busca utilizarlo como forma de enunciación colectiva y reflexión creativa, crítica y transformadora, generadora de una nueva realidad mediante la articulación de imágenes y sonidos en “un choque de culturas, voces, cuerpos y lenguajes” (RUSSELL, 1999).

Miguel Ángel Baixauli (2016), en su profundo análisis del Laav_, escribe: “Si pensamos que conocer significa representar adecuadamente lo que suponemos que las cosas son (nuestra idea teórica sobre ellas) no salimos de la metafísica occidental, de la proyección del modelo inteligible sobre lo sensible, del significado sobre lo perceptible, de las categorías lingüísticas sobre lo real. Si conocer significa, en cambio, transformar lo que pensamos y transformarnos a nosotros mismos, entonces ya no se trata de representar nada, sino de pensar de otro modo, como diría Foucault, de pasar por una experiencia que transforma lo que pensábamos”.

La creación audiovisual como medio para explorar cuestiones sociales sobre el grupo humano que la realiza se convierte en una práctica que hace autoetnografía desde el nosotros/as, que cuestiona la noción del otro, una antropología audiovisual basada en el ensayo-error, empírica y experimental, a la búsqueda siempre de nuevas posibilidades expresivas, aunque no desprecie los caminos ya recorridos por la tradición fílmica y antropológica. David MacDougall (1998) alertaba sobre una antropología no cuestionadora, más interesada en confirmar lo que ya sabe que en buscar “algo bastante diferente”, ante lo que proponía la posibilidad de una “etnografía radical”. Surge así de forma natural el marco del Laboratorio como espacio en el que la experimentación y la investigación se dan la mano a la hora de crear y de generar conocimiento, “conocimiento encarnado”. Se trata de poner en duda y volver a pensar cuestiones sobre representación, estética, aprendizaje, así como las ideas de comunidad e identidad. Como escribe Catherine Russell (Ibid), “la autoetnografía es un vehículo y una estrategia para cuestionar formas impuestas de identidad y explorar las posibilidades discursivas de subjetividades no auténticas”.

Uno de los planteamientos esenciales del Laboratorio es el hacer colaborativo, entendido como un horizonte hacia el que nos dirigimos por diversos caminos, ninguno libre de dificultades. Alain Bergala en La hipótesis del cine (2007), plantea en relación con ello una dificultad extrema: «En el acto de creación del cine, una de las mayores dificultades, y la causa de muchos fracasos, reside en el hecho de que a pesar de la apariencia de un trabajo colectivo, sólo hay una persona que tiene en la cabeza, aunque siempre sea de manera un tanto borrosa y con zonas mal definidas, la película como futura totalidad. Que el rodaje de una película movilice a un equipo no cambia nada en este sentido: el centro de la creación en el cine siempre es un individuo.»

Bergala, a la vez que plantea la imposibilidad de un cine realmente colectivo apunta la solución: ¿seremos capaces de que una comunidad pueda imaginar una película?. El punto clave sería activar ese “tener en la cabeza la película” grupal. La generación y el manejo de un imaginario común en algo tan inasible como una creación artística es una labor esencial en los procesos colectivos. Desde el Laav_ pensamos que el proceso de creación también es un proceso de descubrimiento y aprendizaje compartido. Quizás no tengamos que tener claro desde el principio un resultado final, sino más bien apostar por un cine orgánico que se descubre, de forma colectiva, en el camino de hacerse. Como dice Ignacio Agüero (2014) “Godard ya lo hacía desde su primera película, filmar e ir descubriendo el cine al mismo tiempo”. Se incorpora así, además, una de las dimensiones educativas inherentes a todo proceso, el aprendizaje desde la misma práctica.

Otras de las dificultades que conllevan las prácticas creativas colaborativas tiene que ver con los conocimientos y habilidades técnicas necesarias para su desarrollo, aspecto que suscita la necesidad de un acompañamiento por parte de profesionales o expertos. Jay Ruby (1991) apunta la paradoja consecuente: “Puede ser que las películas con autoridad compartida sean una imposibilidad. La colaboración requiere que los participantes tengan algún tipo de paridad técnica, intelectual y cultural. Si se reconoce a los sujetos como cineastas capacitados en la colaboración, ¿por qué necesitarían a alguien externo? ¿No querrían hacer sus propias películas?” De nuevo el planteamiento del problema puede apuntar la solución. Ruby habla del profesional que asesora como alguien ajeno (“outsider” en el original). En relación a ello, en el Laav_ hemos apostado por tratar de ampliar la comunidad de forma que nos incluya a todas aquellas personas que estamos desarrollando el proyecto, una comunidad de aprendizaje en la que todos los integrantes tenemos que aprender de los/as demás a lo largo de un tiempo más o menos prolongado[3]. Así estaríamos haciendo nuestra propia película, aunque ésta se encuadre en un cine “imperfecto en el sentido que los cánones de lenguaje y forma tienen en la industria del entretenimiento” (SUCARI, 2017).

Quizás sea imposible la paridad entre todos los miembros de la comunidad en los niveles técnico, intelectual y cultural que menciona Ruby, pero ¿hasta qué punto es necesaria? La paridad en la comunidad se ha de dar, pero en el nivel de poder: poder para hacer, para reflexionar, para decidir, para cuestionar, para imaginar. Las comunidades integran una diversidad que supone en sí misma una riqueza que permite compartir saberes y responsabilidades y generar conocimientos. La colaboración consiste en eso: reconocer la necesidad de la conjunción de esos saberes, procedentes tanto del campo social como técnico, artístico o afectivo. De esta forma, las ideas de experto/profano se desdibujan y la autoría se desplaza a una concepción colectiva, que reconoce en todos los sujetos participantes la capacidad creativa y la sensibilidad artística.

Hasta el momento, el Laav_ ha puesto en marcha, además del mencionado grupo de trabajo La Rara Troupe, otros tres proyectos, cada uno de ellos vinculado a una comunidad de prácticas. Puta mina[4] se ha planteado como una excavación audiovisual en torno a la desaparición de la actividad minera y las formas de vida asociadas a ella, a través de un montaje-choque de diálogos de las mujeres vinculadas con la minería con imágenes realizadas por los mineros en el interior de las galerías ya prácticamente inactivas. Las voces de las mujeres resuenan así en un espacio que no les ha pertenecido pero del que han sido un soporte esencial. Con Proyecto Teleclub[5] iniciamos una línea de trabajo sobre el mundo rural, afectado en nuestro territorio por un intenso proceso de despoblamiento y aculturación. Elegimos como eje del proyecto un teleclub, un local sociocultural situado en una pequeña población cercana a la ciudad de León en el que habíamos detectado una interesante confluencia de viejos y nuevos pobladores. Tratamos de generar un grupo que quisiera trabajar a partir del día a día de ese espacio, pero la propia desarticulación de la sociedad rural impidió la finalización del proyecto, entre otras razones por el cierre conflictivo del local en mitad del proceso. En estos momentos estamos tratando de analizar y evaluar los aprendizajes que nos puede haber aportado un proyecto «fracasado» para poder continuar con la línea de investigación sobre la ruralidad. El último proyecto activado, Libertad[6], convoca a adolescentes junto con profesores, artistas y mediadores para desarrollar un largometraje en torno a la represión y la juventud durante la Guerra Civil y el franquismo, a partir del testimonio oral de una mujer que en su juventud vivió la cara más oscura de nuestra historia. En este caso se ha planteado la realización audiovisual en formato de cine analógico (16 mm.), con revelado artesanal realizado por los propios participantes. El trabajo físico y colectivo con la materia histórica y cinematográfica se está concretando —en el momento en que escribimos estas líneas—, en un complejo encuentro a través del tiempo entre jóvenes con muy diferentes entornos sociopolíticos. Todas estas experiencias han constituido un espacio de aprendizaje para plantear nuevos recorridos artísticos y de investigación desde el marco del museo y de la antropología audiovisual. Y tratamos de no olvidar, mientras preparamos nuevos proyectos, que cada uno de estos ha de suponer cuestionar nuestro propio recorrido.

 

NOTAS

Este texto fue escrito a solicitud de Cine por Venir (Sonia MartÍnez y Miguel Ángel Baixauli) para el número 12 de la revista Concreta publicado en noviembre de 2018. Aquí se reproduce la versión original del mismo.

[1]  “Salir de las vitrinas” Curso de Cultura Contemporánea DEAC MUSAC. 2017. https://vimeo.com/239484758.

[2] Paulo Freire se refiere a la educación bancaria como aquella que se basa en un depósito de conocimientos de la educadora sobre el educando, negando ningún atisbo de bidireccionalidad en esta relación y mucho menos cualquier capacidad crítica y transformadora al acto educativo.

[3] La cuestión del tiempo disponible es cada día más determinante en las experiencias colectivas que, como la realización audiovisual y la práctica antropológica, necesariamente implican un importante desarrollo temporal. Desde el Laav_ creemos que no podemos renunciar a procesos realizados a lo largo de un tiempo prolongado, imprescindible para que se den los aprendizajes necesarios, profundizar en las cuestiones sociales y para que ocurran cambios transformadores.

[4] https://laav.es/puta-mina/

[5] https://laav.es/teleclub/

[6] https://laav.es/libertad/

 

REFERENCIAS

SUCARI, J. Retóricas de lo participativo en el documental social, Plataforma DSP, La Virreina, 2017. En línea en: http://plataformadsp.org/retoricas-de-lo-participativo-enel-documental-social [Última consulta realizada el 1 de febrero de 2019].

RUSSELL, C. Experimental Ethnography: The Work of Film in the Age of Video, Duke University Press, Durham, N.C., 1999.

BAIXAULI, Miguel Ángel: «Notas sobre, para y con el LAAV_», Laav, 2017. En línea en: https://laav.es/notas-sobre-para-y-con-el-laav_-miguel-angel-baixauli [Última consulta realizada el 9 de agosto de 2018].

MACDOUGALL, D. Transcultural Cinema, Princeton University Press, Princeton, N. J., 1998.

BERGALA, A. La hipótesis del cine. Pequeño tratado sobre la transmisión del cine en la escuela y fuera de ella. Laertes, Barcelona, 2007.

AGÜERO, I. La imagen congelada. II Seminario Punto de Vista, 2014, Gobierno de Navarra, p. 57.

RUBY, J. Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside-An Anthropological and Documentary Dilemma. Visual Anthropology Review, otoño 1991, volumen 7, número 2. pp. 57-58. Ruby utiliza repetidamente la expresión «autoridad compartida», diferenciando autoría y autoridad.

Relatorías. Encuentros Laav_ 18

Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Relatoría gráfica. Coral Bullón

Relatoría gráfica. Zoe Hernández

Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca


Investigaciones híbridas: entre lo académico y lo museístico. Elena Sánchez Nagore.

Febrero 2019

La universidad y el museo. Alguien allí presente las definió como dos estructuras monstruosas sometidas a la lógica capitalista, lastradas por las políticas antiguas de la vieja modernidad y aisladas en sí mismas. No era el más esperanzador de los escenarios para arrancar los Encuentros Laav_18. Museos y Universidad. Investigar en un espacio híbrido, que pretendían precisamente tender puentes entre las dos instituciones a través de la participación ciudadana y de la experimentación audiovisual, pero dejaba claro que existía un muro por romper y un camino por construir.  

El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental[1] del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León convocó en noviembre de 2018 a docentes, investigadores, artistas, galeristas y estudiantes[2] para quebrar ese muro e imaginar ese camino. A partir de notas tomadas durante esas jornadas, este texto pretende rescatar algunas de las ideas que salieron a relucir en la reunión, en la que se trató de dar respuesta de forma colectiva a varias preguntas clave: ¿Es posible llevar a cabo una investigación desde el ámbito académico que se desligue de lo textual? ¿Ofrece el museo ese campo de libertad a la universidad? ¿Qué podría hacerse para romper la dinámica estanca que aleja a las facultades de los centros de arte, aunque sea desde la utopía?

La hipótesis de un espacio común

Las tensiones entre el arte, la ciencia y los espacios de legitimación vienen de lejos, y adquieren especial visibilidad hoy en museos y universidades, organismos que, al tiempo que alientan la innovación y el descubrimiento en sus respectivos campos de conocimiento, demandan un sometimiento al canon. Ambas instituciones se rigen por sus propias reglas, a veces contradictorias, y ponerlas a dialogar, como era el propósito de los Encuentros Laav_18, no parecía sencillo. Ni siquiera las facultades de Bellas Artes, Educación, Comunicación Audiovisual y Antropología, representadas en la reunión para construir en común, comparten entre ellas los mismos objetivos y metodologías. El reto consistía, entonces, en encontrar una vía en la que los saberes y herramientas de cada disciplina pudieran enriquecerse mutuamente, revirtiendo en el museo al mismo tiempo que el museo revirtiera en ellas. Esbozar un marco compartido para la investigación social, abierto a las comunidades y enfocado al trabajo colectivo, para acercarse a la realidad a través de la creación.

Como recuerda Néstor García Canclini[3], “construir espacios en los que el saber y la creación puedan desplegarse con autonomía es una de las de las utopías más enérgicas de la cultura moderna, desde Galileo a las universidades contemporáneas, de los artistas del renacimiento hasta las vanguardias”. Por lo antagónico de sus propósitos, los procesos que constituyen la modernidad están condenados a entrar en conflicto y a convivir con crispación, sometidos siempre a presiones que chocan entre sí relacionadas con la sofisticación, la difusión, la autenticidad o el rendimiento económico. Al artista se le pide independencia, pero a la vez se requiere su encaje en la maquinaria. La academia exige rigor, pero busca trascender. Los centros de arte desean conectar con el público, pero con frecuencia siguen siendo percibidos como espacios cerrados. Estas y otras cuestiones afloraron en los encuentros Laav_18, donde se revisaron algunas de las causas que obstaculizan que facultades y museos acompasen sus ritmos.  

Tal y como se constató en los encuentros, el sistema de investigación de la universidad, jerárquico, competitivo, autorreferencial y sometido de forma permanente a la validación de la ANECA[4], dificulta que profesores y alumnos se desvinculen de la lógica del currículum para involucrarse en proyectos externos, en este caso museísticos. Cuando las carreras profesionales se miden en congresos y papers resulta complicado trabajar al margen de la meritocracia y los índices de impacto. Los créditos ECTS[5], que cuantifican la productividad en horas, no ayudan. Tampoco lo hacen las exigencias del mundo exterior, que condicionan los proyectos académicos o la oferta de titulaciones a su encaje en el mercado.  

En el campo concreto de las Bellas Artes, los ponentes subrayaron que existe una fuerte división entre teóricos y creadores, abonada por la disparidad de las leyes académicas y museísticas, que entorpece el desarrollo de propuestas originales y la ruptura de esta dicotomía forzada. En el de la Antropología, subsiste cierta iconofobia[6] que tiende a relegar las imágenes a una mera función ilustrativa e impide que las investigaciones visuales sean mayoritariamente aceptadas como un formato del todo válido para la transmisión del conocimiento científico. El texto, ya sea en el catálogo de una exposición con su necesario ISBN o en un artículo indexado que razona la metodología empleada en un trabajo etnográfico experimental, todavía manda en la universidad. No obstante, los enfoques híbridos propician el nacimiento de ideas nuevas que permiten avanzar. Como propuesta para desarrollarlas, el Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental invitó a utilizar el museo como espacio para la investigación social.  

El trabajo del Laav, un posible puente entre dos mundos

Desde su creación en 2016, el laboratorio del Musac combina herramientas artísticas y de las ciencias sociales para trabajar con comunidades en proyectos de investigación. Sus trabajos, enfocados a la autorrepresentación de los colectivos que participan en ellos, incorporan metodologías pedagógicas, etnográficas y audiovisuales, pero a la vez se sirven del arte para acercarse a lo real. En ese cruce de perspectivas se han gestado en los últimos años grupos de trabajo como La Rara Troupe, Teleclub, Puta Mina, Libertad u Hostal España. Proyectos colaborativos que generan textos y vídeos y que, pese a abordar temas tan dispares como la salud mental, la cultura rural, la memoria minera, la guerra civil o las personas mayores, comparten una apuesta común por la narración crítica, polifónica y experimental.   

Para quienes hemos abordado la antropología con herramientas audiovisuales desde el ámbito académico, como es mi caso, las propuestas del Laav resultan inspiradoras como ejemplo de obras reflexivas y sociales que pueden llevarse a cabo desde fuera de la academia aplicando tanto técnicas que proceden de ella como recursos ajenos. Es el caso de la película Puta Mina (2018)[7], cuya versión definitiva se estrenó en el Musac durante los encuentros tras haber girado por varios festivales. Nació por iniciativa de la antropóloga Conchi Unanue apoyada por el Laav, pero se diseñó y construyó por las personas que intervinieron en ella como una obra de autoría compartida. A través de las conversaciones entre varias mujeres mineras de la cuenca del Gordón (León), la cinta saca a la luz las vivencias y recuerdos de quienes jamás bajaron al pozo a faenar, pero que sin embargo convivieron a diario con ese duro oficio, hoy en extinción, que marcó la vida de la comunidad durante medio siglo. Se trata de un relato femenino crudo, incómodo, contrahegemónico, alejado de las frías crónicas de los periódicos sobre el desmantelamiento de la industria del carbón, pero también de las narraciones de los propios mineros, hombres, a veces esquivas con la cara menos amable y heroica de la mina y la lucha obrera.

Cuando se proyectó en León pudo adivinarse su impacto por el clima que se generó en el patio de butacas. Hubo personas que abandonaron la sala y otras que tomaron la palabra para compartir su emoción y agradecimiento. Superando la simple representación binaria del Otro través del género, parecía que Puta mina había conseguido revertir una pequeña parcela de poder, en este caso narrativa, que era a la vez muy específica y local. Y lo estaba haciendo desde el museo. Quizás, pese a la desconfianza inicial que generaba la capacidad de esta institución para conectar con la calle y desbordar sus márgenes, había motivos para el optimismo. Quizás, ese deseado encuentro entre lo antropológico, lo artístico y lo colectivo no quedaba tan lejos.

Algunas propuestas para avanzar

Como se puso de relieve durante los Encuentros Laav_18, toda etnografía es en sí colaborativa, ya que siempre sale a buscar el objeto de estudio fuera de la institución. También existe una relación antigua entre la antropología y los museos, en la que la primera ha suministrado a menudo material a los segundos. Por ello, las metodologías de la disciplina pueden ayudar hoy a estudiar qué artefactos son los que entran en los centros expositivos y, sobre todo, cómo se producen.

Aunque por lo general las facultades de antropología y los museos se desenvuelven en ecosistemas cerrados y resulta difícil mezclarlos, existen iniciativas que tratan de buscar convergencias. Además del Laav, en los encuentros se mencionó la Muestra de Antropología Audiovisual de Madrid, que cada año proyecta una selección de películas con vocación etnográfica en el Museo Nacional de Antropología. Organizada por el Instituto de Antropología de Madrid en colaboración con este centro, se desarrolla en un espacio abierto al público que facilita el acceso a quienes no están necesariamente vinculados a ninguna de las dos instituciones. En su última edición incorporó además una sección dedicada a trabajos audiovisuales realizados por estudiantes, permitiendo el visionado y el debate en torno a obras de creadores no profesionales, trabajos de alumnos o ensayos fotográficos y audiovisuales gestados dentro de la academia que normalmente no encuentran en ella su cauce para ser difundidos.

En ese sentido, en los Encuentros Laav_18 se convino que la universidad puede superar la rigidez de su burocracia y de sus canales de transmisión tradicionales y servirse de la flexibilidad del museo para dar visibilidad a sus proyectos. También ayudar a diseñar propuestas específicas destinadas en origen a su exhibición fuera del campus desde distintas áreas del conocimiento, como el arte, la antropología, la comunicación audiovisual o la educación. El contexto propicia, sin duda, un campo de libertad extra no necesariamente reñido con el rigor.

Sin embargo, ninguna de estas opciones, que devuelven desde la universidad al museo lo que este les brinda en forma de información, archivos y espacios, contribuye en última instancia a liberar del todo la investigación social y artística de la institucionalización. Los ponentes invitados recalcaron que los comisarios de los centros de arte han de justificar sus proyectos ante sus financiadores de maneras muy concretas, mientras que el sistema de acumulación de méritos por el que se rige la academia induce a profesores y alumnos a participar en actividades computables y a excluir el resto por una cuestión de falta de tiempo. De alguna manera, los procesos acaban siendo mediados por normas que se dan la espalda. Como se expresó en los encuentros, si se desea una transformación esta debe venir desde dentro, buscando resquicios en las estructuras oficiales de legitimación que permitan revertir el trabajo colectivo invertido entre todos los eslabones de la cadena creativa.

Afortunadamente, es posible que la colaboración entre museos y universidades cristalice de muchas maneras. Más allá de las muestras y las proyecciones, quizás los formatos más habituales en los que se produce ese acercamiento entre los dos mundos, en los Encuentros Laav_18 se propuso canalizar ese esfuerzo común a través de encuentros de intercambio de saberes, grupos de investigación multidisciplinares o espacios nómadas de exhibición que salgan a la calle. Se barajó el diseño compartido de cursos de extensión universitaria y de cursos en línea masivos y gratuitos[8] como una forma de propiciar la apertura de los contenidos desde la docencia, al tiempo que se recordó la importancia de dar forma a posibles talleres tras escuchar las demandas de las comunidades participantes en vez de someterlos a esquemas concebidos a priori. También desde una perspectiva pedagógica, se instó a que los proyectos de antropología audiovisual establecieran lazos con la educación no solo universitaria, sino secundaria, en la línea seguida por el grupo de trabajo Libertad, que involucró a adolescentes en un trabajo de memoria histórica empleando herramientas de vídeo analógico. Todo parecía conducir, en definitiva, a huir de estructuras rígidas y mostrarse permeable a escenarios imprevistos para explorar lo colectivo, aunque estos apenas estén esbozados. Tras asistir durante dos días a la exposición de sugerencias, ideas e incertidumbres, quienes acudimos en noviembre a León nos fuimos con la certeza de que no había una sola fórmula de experimentar, sino múltiples.

Ni las investigaciones sociales de carácter audiovisual que surgen al abrigo de la universidad ni las que se gestan desde el museo se libran de momento de su adscripción al texto. La justificación teórica sigue siendo requerida en ambos contextos, incluso cuando estos se hibridan, pero eso no impide que este tipo de trabajos se desarrolle y continúe explorando vías nuevas de representación cultural que se desliguen de la palabra escrita. Mi experiencia personal como autora del primer TFM[9] audiovisual dentro del Máster en Investigación en Antropología y sus Aplicaciones (UNED), que en principio no contemplaba este formato como soporte de entrega, fue complicada pero satisfactoria. El reto nos animó a Sara Sama, mi directora, y a mí a buscar la manera de que este proyecto pudiera ser evaluado como el resto en un entorno no necesariamente especializado, lo que exigió la elaboración de un texto teórico adicional en el que se detallaban los objetivos, retos y metodología empleados. Pese a las dificultades, pudimos llevar a cabo la tarea con éxito, lo que nos demostró que existen formas de revertir los obstáculos y maneras gratificantes de sacar adelante investigaciones híbridas. Puede que los espacios en las que estas tienen cabida sean todavía escasos, pero quizás ese sea el estímulo para continuar imaginándolos.   

NOTAS

[1] El Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental, coordinado por Chus Domíngez, creador audiovisual, y Belén Sola, responsable del Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC, es un espacio para la investigación y la creación desarrollado desde el DEAC MUSAC.

[2] Entre los ponentes invitados a los Encuentros Laav_18 figuraban, entre otros, Diego del Pozo, artista, productor cultural y profesor en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Víctor del Río, ensayista y profesor de Teoría del Arte en la Universidad de Salamanca; Alberto Santamaría, poeta y director del Departamento de Historia del arte/Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; Olaia Fontal, profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Valladolid; Lorenzo Bordonaro, doctor en Antropología y artista; Sara Sama-Acedo, profesora de Antropología en la UNED; y Javier Fernández, director de cine y profesor asociado en el Dpto. de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III. El texto recopila ideas aportadas por todos ellos e incorpora algunas nuevas.

[3] García Canclini, N. (1990). De las utopías al mercado. En Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Capítulo I (pp. 31-63). México. D.F.: Grijalbo.

[4] Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación.

[5] European Credit Transfer System.

[6] Castaing-Taylor, L. (1996). Iconophobia: How Anthropology Lost It at The Movies. Transition No. 69 (1996), pp. 64-88.

[7] Puta mina (2018) fue desarrollado por Laura Alonso, Raquel Balbuena, Chus Domínguez, Mari Fernández, Áurea González, Belén Sola, Cristina Turrado, Conchi Unanue, Mercedes Ordás.

[8] MOOC (Massive Open On-line Course)​ o CEMA (Curso En línea Masivo y Abierto), en castellano.

[9] Sánchez Nagore, E. (2016) Vida social de un graffiti (Trabajo Fin de Máster). Facultad de Filosofía UNED.


Elena Sánchez Nagore es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra y máster en Investigación en Antropología por la UNED, donde obtuvo la medalla de la Facultad de Filosofía al mejor expediente académico. Trabaja como periodista y editora en prensa, donde ha coordinado proyectos editoriales para diversos medios, entre ellos El País en la actualidad. Fotógrafa y camarógrafa ocasional, como investigadora le interesa el cruce entre la etnografía y el arte.


Coral Bullón.

Febrero 2019


Coral Bullón (Ávila, 1995) tras terminar la carrera de Bellas Artes en Salamanca, se sumergió en las cuestiones teóricas acerca del arte y actualmente realiza un máster de Filosofía por la especialidad en Estética en esa misma ciudad. A pesar de centrarse en la investigación – en arte contemporáneo, fotografía y feminismos, entre otros temas – también realiza proyectos artísticos de manera individual y colectiva.


Zoe Hernández.

Febrero 2019

Clicar sobre la imagen para acceder al archivo pdf.


Zoe Hernández, nacida en Zamora, manifestó su inquietud por lo artístico a una temprana edad, lo que la llevó a comenzar su formación en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de su ciudad natal. Estudiante ahora de la facultad de Bellas Artes de la USAL, continúa sus estudios en el área de escultura con especial interés en lo experimental y la poética de lo intrascendente.


Encuentros Laav_ 18. Pablo Coca.

Febrero 2019

Durante los Encuentros Laav_ que organizó el MUSAC de León el 23 y 24 de noviembre de 2018, se produjo un intenso debate sobre algunos de los aspectos que atraviesan el espacio del museo desde la perspectiva de la antropología visual. Entre los temas debatidos en ambas sesiones, apareció de manera recurrente el problema de la investigación como parte del proceso de producción de conocimiento en la contemporaneidad.

No cabe duda que existe una profunda preocupación sobre este hecho tanto en museos como en el ámbito académico, aunque por diferentes motivos. Esta cuestión tiene que ver con la propia génesis del conocimiento y los procesos de legitimación del saber, una realidad compleja que tiene además numerosos matices. Este texto es fruto de la reflexión colectiva surgida durante estas jornadas.

La investigación es una actividad intelectual, reflexiva y sistemática que trata de analizar o comprender alguna situación o problema específico de una realidad compleja. No obstante, ante los diferentes posicionamientos, es necesario plantear una serie de interrogantes sobre qué significa investigar en la contemporaneidad, qué otras maneras de investigar existen más allá de la académica (producción artística, cultural, proyectos comunitarios, etc), si los museos deben ser contemplados como centros especializados en esta materia o si la producción artística puede ser considerada investigación.

Responder a estas preguntas no es sencillo y, en cierta medida, forma parte de un debate mucho más complejo sobre la legitimación de la producción del saber. Además, la investigación se enfrenta a numerosos problemas como la falta de financiación, tanto pública como privada, el reconocimiento como centros de investigación de espacios ajenos a lo académico y el complejo condicionante de las temporalidades de estos procesos, ya sea de índole administrativa-burocrática, institucional o de los agentes implicados.

En los últimos años, los museos han anhelado su declaración como centros de investigación. Las labores de conservación, estudio, exposición y difusión del patrimonio material e inmaterial que marcó el ICOM en el año 2007, no parecen suficientes para que estos espacios sean reconocidos en esta labor.

Nadie parece dudar del enorme potencial que presentan los museos en esta tarea, dado que cuentan entre sus muros con factores determinantes: los artefactos culturales, sus públicos y comunidades de aprendizaje, además de una intensa actividad susceptible de formar parte de este tipo de procesos. Si esto es así, no se entiende su falta de consideración como centros de investigación, como tampoco se comprende que la práctica artística no sea reconocida como una actividad indagatoria.

En cualquier caso, parece que nadie del sector cultural queda plenamente satisfecho con esta situación. Existe, por tanto, una suerte de crisis sistémica de la cultura, en la que sus agentes parecen estar instalados en un malestar continuo.

El proceso de “producción” de conocimiento ya intuye una concepción propia de la economía de mercado. En el caso de la Universidad, inmersa en las lógicas del capitalismo cognitivo, ha tendido en los últimos años hacia un modelo de economía neoliberal que ha privatizado incluso la producción del conocimiento, favoreciendo la división del trabajo, entre teoría y práctica, entre teóricos y productores. Esta situación ha sumido a sus profesionales a una intensa e interminable tarea de contribuir con sus aportaciones a esta maquinaria de creación del saber, de superproducción curricular. Nunca antes hubo tantos proyectos de investigación y publicaciones académicas que han llegado, incluso, a saturar el mercado científico.

El panorama de muchos museos no es mucho más optimista, más si cabe desde la crisis económica que ha favorecido la externalización de numerosos servicios, algunos tan importantes como la educación, que tanto ha contribuido a la producción y gestión del conocimiento en estas instituciones. Además, los museos se enfrentan desde entonces a grandes problemas de financiación, lo cual repercute en la investigación. Estos centros están sometidos a los vaivenes políticos que, en muchas ocasiones, buscan una rentabilidad cortoplacista, no con el fin de crear las estructuras necesarias de accesibilidad a los ciudadanos, sino para multiplicar exponencialmente el número de visitantes como parte de una estrategia política.

La Universidad ha ostentado el monopolio en materia de investigación, al menos en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales. Las relaciones con los museos se han establecido tradicionalmente desde una supuesta jerarquía del conocimiento. De hecho, no son pocas las ocasiones en que desde el ámbito académico se ha puesto el punto de mira en los museos: públicos, artefactos, autores y políticas expositivas. No obstante, habitualmente han dejado al margen de los procesos de indagación a sus profesionales, seguramente por el carácter endogámico del ámbito académico, el desinterés por parte de los investigadores de incluir a otros agentes culturales, la ausencia de una tradición en este tipo de colaboraciones o la falta de reconocimiento de los museos como centros de investigación.

Si esto es así, por qué los museos no plantean investigaciones sobre sí mismos. Tal vez, la pregunta no sea la adecuada, sino, más bien, qué tipo de indagaciones se realizan desde dentro de la institución. Los museos no desarrollan los mismos modelos de investigación que las universidades, porque difieren de estas en el contexto, los recursos, las vías de difusión o en las dinámicas de sus profesionales. Por tanto, tal vez sea el momento de reivindicar otras formas de investigar que dependan más del contexto y no tanto de una forma de concebir la propia epistemología de la investigación.

En cualquier caso, no es el mejor escenario que ambas instituciones, al menos cuando hablamos de investigación, se sitúen en diferentes niveles respecto a la producción del conocimiento. Durante el debate quedó clara la postura de sus participantes, la apuesta por explorar vías de colaboración que favorezcan un enriquecimiento mutuo.

Museos y universidades deben plantearse la construcción de vías de colaboración que se traduzcan en proyectos de investigación entre iguales, sin relaciones jerárquicas. Por tanto, en primer lugar, se debe problematizar el propio concepto de investigación en el marco del sistema económico en el que estamos inmersos.

Tal y como se apuntó al principio del texto, son muchos los interrogantes que surgieron durante estas jornadas y pocas las respuestas, si es que estas existen. El debate puede ayudar a establecer puentes entre agentes e instituciones, favorecer proyectos de colaboración o generar alianzas estratégicas donde implicar no solo a los profesionales del ámbito universitario, museístico o creativo, sino también al territorio, al contexto local y, por supuesto, a sus comunidades. Museos y universidades deben ser aliados en esta empresa. Pese a los inconvenientes, debemos pensar en plural, en comunidad, en colaboración y, tal vez, sea el momento de repensar otras formas de investigar.


Pablo Coca eslicenciado en Historia del Arte, Doctor en Educación Artística y profesor del Área de Didáctica de la Expresión Plástica de la Universidad de Valladolid. Ha sido Coordinador del departamento de Investigación y Educación del Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo Español (2008-2018), de los Departamentos de Educación y Acción Cultural de los museos provinciales de Castilla y León (2008-2010) y responsable educativo en Valladolid del programa expositivo “Constelación Arte” de la Junta de Castilla y León (2005-2010).


 

Academia de majaras. La rara troupe, relato de un recorrido. Belén Sola Pizarro

Revuelta en el frenopático,
el hombre del tiempo ahorcado por haber informado:
granizos, rayos, truenos y viento huracanado.

La asamblea de majaras se ha reunido
La asamblea de majaras ha decidido:
mañana sol y buen tiempo.

Kortatu

 

Enero 2019


Palabras clave: salud mental, saberes profanos, prácticas artísticas relacionales, auto representación, políticas afectivas, audiovisual.


 

Año 2012 en la ciudad de León, provincia del norte de España con apenas 130.000 habitantes en su capital y con un sistema de salud pública que mantenía un psiquiátrico en las afueras, El Hospital de Salud Mental de Santa Isabel, y una red de apoyo a través de los Centros de Atención Primaria y de intervención psico-social[1]. En paralelo, la asociación de familiares y amigos de enfermos mentales (ALFAEM) iba fortaleciéndose sostenida en un discurso protector que consigue fondos para la creación de residencias, pisos tutelados y otros recursos destinados a las personas diagnosticadas con una enfermedad mental.

Comenzamos[2] presentaciones en el hospital y en diferentes centros de atención a la salud mental cargadas con unas cuantas grabadoras de voz y unas pequeñas vídeo cámaras caseras. Enseñamos a las personas que se acercan a conocernos los principales propósitos que nos marcamos en un proyecto que explicamos como un taller donde aprender a utilizar los medios audiovisuales para narrar nuestras experiencias de vida en primera persona.

A las pocas semanas de empezar los talleres en el hospital de Santa Isabel entendimos que estábamos corriendo un peligro habitual en este tipo de propuestas para un museo que intenta trabajar con personas y en el contexto de lo real; ser utilizados como recurso ocupacional por el hospital o por las propias personas, que se acercaban, en muchas ocasiones, con un nulo interés en el formato audiovisual y con pocas ganas también de hablar desde la primera persona. Programas de radio con invitados, canciones dedicadas o tertulias con los equipos médicos y otros profesionales asistenciales, eran algunas de las propuestas que se hacían, pese al esfuerzo en trasmitir un trabajo “otro” fuera de los formatos habituales de radio fórmulas[3].

En pocos meses decidimos salir del hospital y comenzar a trabajar de forma estable y continuada en el museo, un espacio que entendíamos neutral[4] para las personas del hospital o de los centros  de ALFAEM; “un espacio sin diagnóstico” como algún compañero diría posteriormente (Sola, 2015, p. 234, párrafo 5). El museo se ha convertido así en un espacio que convoca desde la “normalidad” de un taller de arte, al que se “apunta” gente diversa; artistas locales, estudiantes, personas conocidas de otras actividades del museo y otras que se enteran del taller a partir de la experiencia de usuarias del hospital y de ALFAEM o por los propios equipos médicos.

Es entonces cuando se da un primer giro inesperado en el proyecto; surge el deseo de estar juntas, de no dar fin al taller sino pensar qué podríamos “llegar a hacer” y por tanto qué podríamos “llegar a imaginar” personas tan dispares si continuamos encontrándonos y trabajando colectivamente. Ha nacido el grupo de personas que van a constituir el motor futuro de La rara troupe y lo hace desde el deseo de compartir un espacio de tregua, un descanso de nuestros diagnósticos cotidianos y de caminos trazados que no sólo tienen que ver con la enfermedad mental sino más bien con el malestar social que nos convoca.

Nombramos el taller Yo/nosotrxs intentando expresar de esa forma la intencionalidad no sólo enunciativa sino también comunicativa del acto de hacer audiovisuales. Pero más allá de las proclamas proyectivas, los cuerpos que nos juntamos conseguimos generar a partir de la confianza de pertenecer a algo que aún está por hacer, y sobre todo a un algo que está por hacer por nosotras mismas, ésta es tal vez la sensación que nos anima y envuelve en los encuentros y que estará cosiendo de forma trasversal todas las acciones del taller durante el año 2013.

En esta primera etapa, la apuesta metodológica fue el intercambio de vídeo cartas[5], primero entre nosotras y después con otros colectivos de fuera de León. Estos  ejercicios consiguieron su propósito, restablecer a un estado de igualdad las diferentes voces desautorizadas por pequeñas, invisibles o aturdidas, darnos cuenta de las pocas diferencias que existen en nuestros anhelos y miedos, abrirnos al pudor de sentirnos mal, saber qué es eso que te ocurre a partir de las sensaciones y reflexiones que nos dejan las imágenes, de lo profundo que puede ser un silencio o de lo histriónico de una risa.

Correspondencias: Otoño 2012

Correspondencias: Primavera 2013

Correspondencias: Otoño 2013

 

Yo/nosotrxs se ha convertido en un espacio posible desde la convivencia de personas que de otra manera no podríamos coincidir en un mismo lugar. Hemos ganado una batalla, el derecho de estar juntas, de crear “comunidad de cuerpos enajenados” [6], pero esto no nos era suficiente, necesitábamos conseguir los medios para crear, investigar y producir conocimiento de nuestros encuentros y hacerlo a nuestra manera. Escuchar al otro u otra y reconocernos en el o ella,  será el primer paso para llegar a ser juntas desistiendo de la corrección inclusivista pues, de acuerdo con Aracil (2016) “la lógica de inclusión que protagoniza la mayor parte de clínicas y terapias para enfermos mentales se revela como una práctica victimizante dirigida a desarmar el saber-hacer del otro” mientras que en nuestros encuentros, llegar a ser juntas pasa por la operación de desactivar individualidades victimizadas a través de la puesta en valor de lo vulnerable, anómalo, enfermo o raro, abrir un espacio para los saberes de los cuerpos que sufren y comenzar a hacer desde un punto de partida común; expertizar la vida, politizar el malestar, inscribirlo en el cúmulo de desagravios de los modos de vida contemporánea.

En 2014 los talleres se amplían y la actividad rebasa las horas de trabajo en el museo; quedamos para grabar, tomar un café, comentar los encuentros de la semana, las dificultades que encontramos con algunxs compañerxs o las ideas que nos rondan.  Proponemos textos para leer juntas e invitadas que nos gustaría tener[7], comenzamos a sentir que sobre la diversidad que encarnamos nos cubre la piel de un mismo tambor y empezamos a respirar y a generar residuos a la vez que experimentamos con nuestros propios límites y deseos.

Las resonancias son múltiples pero necesitamos contarlas en colectivo.

Fin de línea (2014)

 

En este momento decidimos nombrarnos Rara web queriendo remarcar el espacio de encuentro con “les otres”. Esa ventana virtual desde la que mostrarnos a un mundo que no nos ve pero nos nombra y diagnostica, acaba de rebasar una nueva frontera, ya no somos más “yo y el mundo”, “yo y el afuera”, sino que hemos conseguido ser un plural a partir de la identificación de nuestros límites y corporalidades.

Si como dice Garcés (2011), tratar honestamente con lo real sería, no tantoañadir la visión de las víctimas a la imagen del mundo, sino alterar de raíz nuestra forma de mirarlo, Rara web consigue exactamente esa mirada transformada desde el momento en que se proclama en plural. Es más, como he dicho anteriormente, remarco la idea de que en Rara ya no hay “víctimas”, las personas que se acercan al grupo en un principio por “pertenecer” a un diagnóstico han conseguido salir de allí[8], se ha abierto un espacio de posibles desde el anhelo de ser otras o mejor aún, de ser nosotras mismas.

Se ha producido un nuevo giro en el proyecto donde Rara web se va a transformar en el grupo que ahora se nombra como La rara troupe. La rara ha dejado sólo de contar(se) como individualidades y comienza a actuar como cuerpo colectivo, realizando sus películas desde las ideas de todas y ejecutando más que nunca las políticas de afecto, que conllevan poner en juego las emociones y saber hacerlas circular creativamente (Amhed, 2015).

El sufrimiento mental es la temática que nos convoca y provoca intensidades que desbordan los límites individuales, es en el dolor y el malestar donde anclamos el sentido para estar juntas, y es desde el dolor y la frustración que nos sentimos autorizadas para producir maneras de nombrarnos y de tratarnos.

Por otro lado, esa relación de afectos se está ordenando de forma circular y apela no sólo a las identidades, que se organizan de forma colectiva y no jerarquizada por roles profesionales o diagnósticos médicos, sino también a las propias producciones fílmicas que realizamos. Esto es interesante porque otorga un lugar relevante a los audiovisuales no solo como instrumentos transmisores[9], sino como objetos que funcionan emotivamente dentro del grupo convirtiéndose en eslabones de unión desde la identificación afectiva que establecemos con ellos. Volviendo a Amhed, tal vez resulta esclarecedor cómo “en las economías afectivas los sentimientos no residen en los sujetos ni en los objetos, sino que son producidos como efectos de la circulación” (2015, p.31) esto es exactamente lo que se observa en La rara, que produce o crea movida por los efectos relacionales (de tipo emotivo) en base a una organización circular entre los sujetos y los objetos que nosotras mismas producimos y con los que nos identificamos.

Empezamos el año 2015 con una residencia de creación invitadas por Azala[10], una experiencia de una semana de convivencia que nos permitió testar hasta dónde podíamos tensionar los espacios de colaboración entre nosotras. Un escenario nuevo donde el espacio privado y los espacios comunes, el trabajo creativo y los estados de ánimo particulares de cada una tenían que encontrar su lugar. Es en este momento cuando nos comenzamos a llamar La rara troupe nombre que ya no abandonamos y que surge de la idea de viaje que nos ofrece la residencia y del visionado de fragmentos de algunas películas (Serra, 2006, 2011 y Fassbinder, 1971) que nos sirvieron de estímulo.

El proyecto planteaba investigar en la idea de troupe como colectivo de artistas o creadoras que se desplazan juntas, como “compañía” en el sentido etimológico original de la palabra, como cuerpo de actores, bailarines o técnicas… así como en los roles que desempeñamos cada una dentro del colectivo, para reconocernos en ellos o cuestionarlos. Por otro lado, estábamos desplazándonos de nuestras “instituciones” de referencia en el día a día; de nuestro trabajo, del hospital, la casa compartida o el museo, así que decidimos nombrar la residencia des-plazadxs. En definitiva, la semana de trabajo juntas iba a suponer una oportunidad para ahondar en la noción de lo comunitario y las contradicciones y fricciones que se dan en nuestro trabajo colaborativo.

Tal vez, lo que Azala nos enseñó como grupo fueron más las diferencias que las coincidencias entre nosotras, las personas que querían experimentar con la cámara frente a las que estaban disfrutando de los mejores días de sus últimos años; los litros de café y los kilos de azúcar que consumimos parecían ratificar el ejercicio de libertad que decían necesitar muchas compañeras.

Los días de residencia pasaron con una intensidad que nuestro invitado/relator Martín Correa (Sola, 2015, p.297) contaba así:

(…) creo que desde “La rara” están encontrando las preguntas, detectando las necesidades colectivas e individuales y es ese un paso de gigantes. Ante un planteo creativo, el “qué hacer” no es relativo sólo a un formato o a una herramienta (el “cómo”) sino que el “qué hacer” está sujeto a una necesidad o deseo, a una búsqueda que en ocasiones cuesta detectar porque venimos de una trayectoria vital marcada por el sobre-control y en donde casi-siempre le dicen a uno-a lo que tiene que hacer. Decía, entonces, que he visto que han creado ese contexto de reposo, espacio de fractura, límite habitable, en relación a las condiciones anteriores de opresión: Y entonces se van visibilizando las necesidades, las que estaban allí desde antes, pero que ahora se hacen visibles, se comunican, se expresan. Es allí, con esas primeras semillas que es necesario ponerse a trabajar, a componer, a crear. Y es eso lo que  quizás es necesario poner en valor. Muchos procesos creativos se centran en la herramienta, La rara troupe ya sabe que la herramienta es un medio y un fin al mismo tiempo para contar algo que duele, algo que de muchas maneras “urge”…..que es como un “grito” desde dentro. La rara troupe ha encontrado o ha empezado a encontrar ese “grito” que “urge”. Ahora es tiempo de seguir analizando formatos, herramientas, maneras de contar y de construir un cuerpo para lo contable. (…)

Construir un cuerpo para lo contable era el anhelo que contenían los dos vídeos que proyectamos al final de nuestra residencia, Abrazos y Picnic.

Des-plazados (2015)

 

El primer vídeo conseguía a partir de la cámara crear una coreografía de cuerpos que se encuentran bajo el signo del abrazo, como metáfora de la comunión entre nosotras. Picnic, en cambio, supone un ejercicio donde la cámara sólo es una invitada a la escena de conflicto que se produce de una manera totalmente imprevisible.

Me gusta pensar en el primero como un vídeo-máquina, en el sentido de que la herramienta audiovisual organiza y pone a funcionar a los cuerpos para ejercitar la metáfora del trabajo colectivo, mientras que el segundo actúa como un vídeo-síntoma, donde el malestar que se produce es en gran parte consecuencia de no saber desprendernos de nuestros estados mentales y obsesiones individuales. En todo caso, y en base a la escucha de las entrevistas de evaluación que realizamos (Sola, 2015), la semana en Azala supuso para La rara troupe una experiencia de vida y libertad indefectiblemente unida al acto de crear.

Particularmente, me ha gustado escuchar una frase que dije entonces en esta grabación de vuelta: “he aprendido a saber aceptarme en el grupo desde mi rol profesional [11] . Creo que esto hace referencia a la experiencia de transitar de  condición, a aprender a ser otra, a saber incorporar los aprendizajes lentamente aunque eso te obliga a cuestionarte y observarte de forma a menudo obsesiva y frustrante. Ponerte en cuestión como ejercicio para dar cuenta de ti, dos maneras de transitar en el trabajo que provocan dolor y fatiga pero que entiendo como condiciones necesarias en los proyectos creativos donde el cuerpo está presente.

La rara troupe, desde ese momento, se nombra así misma como grupo de creación artística, pero no abandona nunca su identidad política como grupo de pensamiento sobre la salud mental desde la indagación en dos cuestiones:

– La generación de modos de vida contemporáneos que nos enferman y nos producen malestares múltiples y que en última instancia, además nos incapacitan para organizarnos en colectivo.

– La utilización de vidas vulnerables o precarizadas como parte de un discurso normalizador y capacitista que busca abrir espacios donde integrar voces que dice enfermas.

Son curiosos estos días consigue conectarnos en nuestro día a día en el mes de abril de 2016. A través de nuestras cámaras, registrando momentos encontrados al azar o buscados explícitamente, compartimos espacios de tiempo cargados de cotidianidad. La película expresa la dignidad de nuestras vidas vulnerables y quiere señalar la importancia negada por las pequeñas cosas, dotándolas de interés, metáfora también de nuestras pequeñas y precarias pero también significantes y valiosas vidas.

Son curiosos estos días (2016)

 

Un nuevo giro se va a producir en este momento y esta vez no es tanto de tipo endógeno o auto-referencial sino exógeno o reflexivo. Me refiero a la capacidad que ha tenido el proyecto para imaginar un espacio mayor, dentro del museo, para la investigación y puesta en marcha de proyectos de creación con comunidades. Desde el año 2016, La rara troupe se integra en el Laav_, Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental[12] que se pone en marcha en el Departamento Educativo del MUSAC, constituyéndose como el proyecto probeta del que aprender a partir de la experimentación constante del grupo.

En el año 2017, invitadas por Alfredo Aracil, formamos parte de la exposición Apuntes para una psiquiatría destructiva. En el contexto de la muestra proponemos un intercambio audiovisual con otro grupo de personas de Madrid que se iba a coordinar desde el equipo de mediación de La Sala de Arte Joven donde tiene lugar la exposición. Así surgen dos vídeos que nacen de la intención de indagar sobre la construcción de un cuerpo colectivo manejando ideas cruzadas entre la performance, el rito, la fiesta y el juego.

El primer vídeo CocinaPlaza/PlazaCocinada, supone una experiencia planteada después de la lectura de extractos del libro Ser o no ser (un cuerpo) de Santiago Alba Rico. Conseguimos, no sin mucho esfuerzo para llegar a consensos, juntarnos, en una plaza medio abandonada de una de esas urbanizaciones a medio acabar que hay en cualquier capital de provincias, para hacer una paella. En el vídeo se diferencian dos momentos, en el primero (hasta el minuto 4’45’’) hemos recogido imágenes tomadas el día en que nos acercamos a conocer la plaza y en el segundo, se muestran secuencias en que estamos cocinando la paella: en ambos casos utilizamos el sonido grabado en ejercicios de experimentación que estuvimos realizando por el espacio.

El grupo de Madrid nos respondió con un vídeo muy dinámico donde se resaltaba el juego como experiencia colectiva, por lo que nosotras decidimos terminar la correspondencia con la grabación de una fiesta que diera continuidad pero a la vez nos permitiera incluir diversidad de acciones. Lo llamamos El cuerpo del delito y utilizamos como referencia cinematográfica Tongues untied (Riggs,1990) que nos inspiró la coreografía final, subtitulada con el texto de una compañera, Ángela María, que terminó por dar el título al vídeo. Lo demás fue un raro registro de las propuestas hechas por cada una, desde un karaoke hasta un taller libre de pintura pasando por momentos de lectura o disfraces.

Apuntes para una psiquiatría destructiva (2017)

 

Más allá de estos vídeos, la participación de La rara troupe ha supuesto para el grupo un reconocimiento desde los espacios legítimos de la cultura. La rara definitivamente dejó atrás su adscripción al taller de formación para comenzar a ser un espacio de producción o creación, y esta vez no lo dice La rara sino el espacio de legitimación artística por excelencia, la exposición.

Entre el otoño de 2017 y la primavera de 2018 hemos pasado momentos duros. Hay personas que han abandonado definitivamente el grupo y entre las que quedamos nos esforzamos por equilibrar la necesidad de reivindicación activista por parte de muchas compañeras con la radicalización de la propuesta artística por parte de otras. Nuestra última película hasta el momento, La humana perfecta, convive en pocas semanas con textos de Félix Guattari y la película Le moindre geste de Fernand Deligny en el contexto de un grupo de lectura y un programa de pensamiento[13] en el museo Reina Sofía de Madrid. Más allá del simbolismo de que un grupo anónimo que se define raro comparta mesa con nombres reconocidos y autorizados del mundo de la cultura, a La rara troupe se la convoca por mostrarse como un espacio con sabiduría acumulada suficiente para producir y compartir conocimiento, y a esto hemos llegado desde nuestras propias herramientas (auto) elaboradas o lo que es lo mismo, con epistemologías situadas en nuestros malestares.

La humana perfecta (2018)

 

Con este breve recorrido por el trabajo de La rara troupe he querido subrayar por un lado, el papel actual del museo como lugar privilegiado para la investigación social desde las metodologías artísticas de investigación, y por otro, la necesidad de habilitar espacios para la organización en comunidad con identidades subalternizadas y hacerlo desde la toma consciente de la palabra y las imágenes, la construcción de nuestros relatos y la creación por tanto de nuestras propias narrativas genealógicas.

La academia de majaras que es La rara troupe, reivindica y pone en juego su vida, sus estados emocionales y sus malestares y se hace consciente de una alienación común, que nos une en un trayecto donde ni los diagnósticos médicos, ni las recetas neoliberales de ajustes sociales y pastillas consiguen hacer de las personas seres más plenos, personas más felices.

 

NOTAS

La primera versión de este artículo fue publicada originalmente en la revista Re-visiones en diciembre de 2018. Es un relato personal del proyecto La rara troupe, un espacio de creación y convivencia entre personas con y sin diagnósticos clínicos de salud mental que se viene imaginando y reconfigurando desde el año 2012 en el departamento educativo del MUSAC. Recomendamos la lectura combinada con el visionado de los audios y videos enlazados en el texto.

[1] El sistema público de salud mental ha pasado por transformaciones radicales en el estado español,  desde el manicomio o auspicio franquista hasta el actual sistema asistencialista semi-privado que se implanta a partir de los años 80.

[2] Chus Domínguez, creador audiovisual y la persona con la que se diseña el proyecto y yo misma.

[3] https://raraweb.org/programa-piloto.html

[4] Esto no significa que pensamos que el museo como institución es neutral, sino más bien lo contrario. Como apunta Preciado (2017), el museo es una máquina de producción de subjetividad y reproducción de códigos normativos.

[5]  Esto no significa que pensamos que el museo como institución es neutral, sino más bien lo contrario. Como apunta Preciado (2017), el museo es una máquina de producción de subjetividad y reproducción de códigos normativos.

[6] Ver vídeo “el cuerpo del delito” en este mismo artículo. Minuto 4’45.

[7] Otro síntoma de que estamos formando un grupo de investigación es el deseo que surge en el grupo de (auto) formación, para ello comenzamos a ampliar nuestros encuentros audiovisuales con el complemento de los textos y voces invitadas. Empezamos en febrero de 2014 con el Grupo Esquizo Barcelona y desde entonces talleres, charlas y encuentros, así como lecturas varias propuestas por nosotras, han sido fundamentales en el crecimiento de La rara troupe. Para un recorrido exhaustivo de invitadxs y textos se puede consultar. raraweb.org/blog

[8] En todo momento expongo observaciones directamente extraídas del espacio de trabajo y relación de La rara troupe, no pudiendo hacerlas extensibles a otros contextos.

[9] Me refiero a que los audiovisuales que realizamos no están pensados como instrumentos de auto expresión o planfleto anti estigma, sino que son creaciones de imaginarios propios y como tal de nuestras subjetividades en proceso.

[10] Espacio de creación ubicado en Lasierra, Álava. www.azala.es

[11] https://archive.org/details/2.EntrevistaIdaAzala/3.entrevistas_vuelta_Azala.mp3, min. 38

[12] www.laav.es

[13] http://www.museoreinasofia.es/actividades/fuerza-posible-hacia-poietica-vivir-juntas

 

REFERENCIAS

Aracil, A.(2016). “Saber-hacer con el otro, La Rara Troupe o la potencia de la anomalía”. En: https://laav.es/saber-hacer-con-el-otro-la-rara-troupe-o-la-potencia-de-la-anomalia-alfredo-aracil/ (Recuperado el 10/06/2018)

Aracil, A. (2017). Apuntes para una psiquiatría destructiva. Catálogo. Madrid.

Ahmed. S. (2015). La política cultural de las emociones. UNAM (ed.). México, D.F.

Garcés. M. (2011) “La honestidad con lo real”. En Álvaro de los Ángeles (ed.), El arte en cuestión. Sala Parpalló, Valencia.

Preciado, P. (2017) “Salir de las vitrinas: del museo al parlamento de los cuerpos”. Vídeo de la conferencia en https://vimeo.com/239484758 (recuperado el 10/06/2018)

Riggs, M. (1989) Tongues Untied. Película documental. 55’. EEUU.

Sola, B. (2015). Prácticas artísticas colaborativas, nuevos formatos entre las pedagogías críticas y el arte de acción: La rara troupe. Tesis Doctoral. ULE.

Serra, A. (2006) Honor de Cavallería. Película. 110’. España

Serra, A. (2011) El señor ha fet en mi meravelles. Película. 146’. España

Fassbinder, R.W. (1971) Atención a esa prostituta tan querida. Película. 106’. RFA

Acerca de la imposibilidad de un cine antropológico

Práctica fílmica, ritual y duelo. La emoción como frontera entre el yo y el nosotros. La investigadora y profesora Noemí García Díaz, a partir de la exploración de las relaciones entre arte, antropología y psicología, abre una nueva vía en este proyecto de reflexión colectiva sobre las posibilidades y límites de la antropología audiovisual, “una disciplina que nunca ha logrado consolidarse, ni definirse, situada en la frontera, en una eterna búsqueda de identidad. En ese tránsito inestable que le ha permitido hibridarse con el arte encontramos su máximo interés y potencial”.

Presentación. Mercedes Ordás (Colectivo Puta Mina)

El documental Puta Mina nos traslada a las Cuencas Mineras. A una forma de entender la vida. Nos inundará de sentimientos, recuerdos y vivencias de las mujeres de las cuencas.
Puta Mina combina la imagen y el sonido para que podamos entrever los vestigios de una época y una manera de vivir en trámite de extinción. Continuar leyendo

La palabra frente a la oscuridad, un prólogo para Puta Mina. Daniel Bernabé.

«¿Cómo contar lo que no nos pertenece, lo que no conocemos, aquello que se oculta bajo la tierra? ¿Cómo hablar de un territorio vinculado a un trabajo o de un trabajo que sólo se da en un determinado territorio? ¿Cómo narrar a una comunidad, a un colectivo de personas cuyas vidas han girado alrededor de una profesión, de una compañía, de un concepto casi mítico de clase social? Construyendo un grupo donde las palabras y las imágenes encuentren un impulso y un cobijo».
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Las voces de la mina. En torno al proceso de creación de Puta mina. Chus Domínguez

Noviembre 2018

El último grito.

En junio de 2016 casi todo está perdido. Cuatro mineros de la Hullera Vasco Leonesa se encierran indefinidamente en el pozo Aurelio, junto a la localidad de Ciñera, en protesta por la negativa del gobierno a convocar las ayudas al cierre de los pozos mineros. Conchi Unanue, antropóloga y compañera del Laav_, crecida en la misma comarca minera, nos propuso grabar desde la urgencia ese encierro, ya que nos encontrábamos ante el último grito de la minería, un grito desesperado que no buscaba la mejora en las condiciones laborales en el futuro sino precisamente el cierre, aunque ordenado y contando con la participación de los trabajadores de la empresa. Sin tiempo para pensar un proyecto que se nos venía encima, decidimos ceder una cámara a los mineros para que grabaran el encierro. Ante el aislamiento en que se encontraban en el pozo, solo pudimos intentar transmitirles el interés que tendría que grabaran todo aquello que, dentro de lo que pudieran y quisieran, reflejara su situación.

Mientras esperábamos la llegada de las imágenes, fuimos convocando al grupo de personas con las que, además de con los mineros encerrados, podríamos plantear y desarrollar el proyecto audiovisual, un proyecto que más allá de las protestas del momento profundizara en la situación social que vivía la minería, así como en sus orígenes y evolución.  Comenzamos reuniéndonos en una céntrica cafetería de Ciñera con varias mujeres relacionadas con la mina, casi todas residentes en esa localidad. El hecho de haber invitado solo a mujeres dejaba claro que nos interesaba escuchar las voces de aquellas que consideramos parte esencial de la comunidad minera, pero que prácticamente no han tenido hasta el momento una legitimación como voces autorizadas.

En ese primer encuentro pudimos observar claramente algunas inercias de la comarca minera, cuando un hombre del pueblo se acercó en tono jocoso a preguntar por lo que se estaba preparando allí. Y se acercó precisamente al único hombre presente en la reunión (quien esto escribe). Aunque fuera de manera informal, estaba lanzando con su presencia algún tipo de aviso, o, en cualquier caso, estaba tratando de situar su voz en el tapete de juego.

Como forma de empezar, en aquella reunión se propuso que las mujeres participantes grabaran conversaciones en diferentes situaciones, bien entre ellas mismas o con otras mujeres de la zona, para lo que se cedieron dos grabadoras de sonido. La idea consistía en registrar diálogos sobre las cuestiones sociales que rodean y han rodeado la mina y la vida asociada a ella. El grupo acordó irse reuniendo con cierta periodicidad para ir recopilando el material grabado y seguir avanzando en el proyecto audiovisual, a la espera de la evolución del encierro de los mineros. A partir de este momento, se apuntaban ya dos grupo de acción: uno que estaría generando imágenes en la mina y otro que recogería las voces de las mujeres.

Puta mina.

Pronto comenzamos a recibir las grabaciones de vídeo realizadas por los mineros en su encierro. En ellas se recogían situaciones como paseos por la mina o la redacción colectiva de una declaración de los encerrados, a la vez que se hacían bromas explícitamente para la cámara. Por las difíciles condiciones del encierro y la imposibilidad de intercambiar impresiones sobre el sentido y la necesidad de esos registros, parte de esas grabaciones nos parecían difíciles de utilizar. Como es lógico, los mineros no grababan en muchos de los momentos difíciles del encierro, como durante las numerosas horas de inactividad o los instantes de angustia. La dificultad que veíamos en la posibilidad de montar esos materiales quizás estaba relacionada con que la demanda de la grabación había venido desde fuera, de nuestra parte, y no había surgido de los propios mineros, que, por tanto no tenían una conciencia clara del alcance que podían tener los materiales por ellos registrados. En todo caso, intentamos transmitir de nuevo a los encerrados, siempre teniendo en cuenta lo delicado de su situación, la importancia de reflejar los diferentes momentos que vivían en el encierro.

En las siguientes grabaciones que recibimos, a los episodios de distensión ya comentados se añadieron más paseos por el interior de la mina, en los que describían lugares y trabajos que se realizaban antes del cese de la actividad. Una oda a esas labores que desaparecían. Después de varias jornadas de encierro se había grabado aproximadamente una hora de material. No fue posible obtener una imagen del encierro que reflejara la inactividad o el agobio. Los encerrados no dejaban de rellenar los silencios y de hablar, de mostrar su voz, en una suerte de conjuro que parecía que fuera a devolver la vida a la mina según se iban nombrando galerías, herramientas o trabajos.

La situación se complicó con el inicio de una huelga de hambre por parte de los cuatro mineros encerrados. Estos, finalmente, abandonaron su protesta unos días después.  Habían estado en total 19 jornadas en el interior de la mina. El día de la salida de los mineros grabamos los gritos de apoyo a los encerrados en la boca del pozo, y, al atardecer, entre una sensación de derrota que planeaba por un paisaje que se acercaba a la ruina, en una conversación con un grupo de mujeres, una de ellas pronunció el binomio puta-mina que acabaría dando nombre al proyecto.

Dar la voz, tener la voz.

Por lo que se refiere a las conversaciones grabadas entre las mujeres, nos fuimos dando cuenta de que se postergaban y prácticamente no se llegaban a realizar. Parecía que de alguna manera se requería nuestra presencia para que los encuentros y su registro ocurrieran, como meros mediadores o responsables técnicos de la grabación, como oídos vírgenes para relatos muchas veces contados, o, quizás, como legitimadores de la importancia del registro de esas conversaciones. Esto contribuyó a que tomáramos conciencia de que en las comunidades de prácticas vinculadas al Laav_ nuestra presencia es tan necesaria como la del resto de personas, y que cada una de esas personas, nosotros también, aporta al proyecto desde su campo de conocimiento y acción. Aunque nuestras voces, con la excepción de la de Conchi Unanue, prácticamente no estuvieran presentes en las grabaciones, pues tomamos el papel de escucha y aprendizaje sobre una cultura que nos era relativamente ajena, asumimos la labor de catalización de los encuentros y registro técnico, a la vez que tratamos de traer a las situaciones de diálogo una cierta conciencia sobre la construcción fílmica.

Se registraron así varias horas de conversaciones, primero en cafeterías y posteriormente en la escuela de Ciñera, que se convirtió en nuestro lugar habitual de reunión. Aunque en principio se había planteado que participaran en las grabaciones tanto las mujeres directamente involucradas en el proyecto como cualquier otra relacionada con la mina (se habló por ejemplo de la importancia del testimonio de las mujeres de más edad), finalmente la mayoría de los diálogos tuvieron lugar entre aquellas que formaban parte del grupo que se había creado. Esta es una forma característica del trabajo  del Laav_: los proyectos se desarrollan desde la primera persona y se van armando colectivamente a partir de las experiencias de las personas que constituyen el grupo.

A lo largo de estas grabaciones, poco a poco empezaron a incorporarse algunas mujeres con menor relación con la localidad de Ciñera, pertenecientes a la asociación “Mujeres del Carbón”, protagonista en los últimos años de numerosas reivindicaciones vinculadas a la minería. No deja de ser revelador que una forma de reconocimiento de esa asociación en el espacio público y en los medios sea una consigna que trae directamente sus voces, y sus cuerpos, a la mente: «Aquí están, estas son, las Mujeres del Carbón». Curioso lema que viene a decir sencillamente, a través del nombrarse, somos. Como escribe Marlene Schäfers, la voz, a través del acto performativo de su repetición, “representa una fuerza disciplinaria capaz de generar categorías sociales y posiciones subjetivas”2. Ser requiere tener voz, una voz que quiere contar y ser tenida en cuenta. Como ellas mismas reivindican, desean ser conocidas por las Mujeres del Carbón y no como las mujeres de los mineros. Parecería que el mantra “aquí están, estas son…” serviría para investirse de un poder negado, consigna que además se enuncia desde la tercera persona, como constancia de que el reconocimiento ha de venir desde fuera.

Aunque hoy puede ser leído como una oposición dicotómica simplista hombre-mujer, oralidad-escritura, en La voz en el cine, Michel Chion habla de la corriente feminista como una de las causas de la importancia que se estaba dando a la voz en los años 70 en que escribe el libro: “el discurso feminista suele oponer la voz como expresión fluida, continua, a lo escrito, con su rigidez y discontinuidad; o a la palabra, con su carácter limitado, circunscrito, ordenador. La voz sería un espacio de libertad que la mujer tendría que reconquistar”3. Esta propuesta de “reconquista” nos remite a una lucha por el poder en la que no se especifica la paridad entre los contendientes, aunque es interesante que proponga a la mujer como sujeto de la acción. Una alternativa demasiado común a la (re)conquista de la voz por parte de la mujer (o de cualquier persona o grupo subalterno) podría leerse en la expresión “dar voz a quien no la tiene”, pronunciada desde un poder que, en el fondo, no se está dispuesto a ceder. James Clifford sentenciaba: “Ha pasado el tiempo en que autoridades privilegiadas podían rutinariamente «dar voz» (o historia) a otros sin temor a contradecirse”4.

La antropología visual ha estado bien atenta a las cuestiones que rodean la expresión “dar voz”, como se refleja en el título de un artículo fundamental de Jay Ruby: “Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological and Documentary Dilemma”. En él podemos encontrar las dos caras de la moneda. Por un lado leemos: “Se asume que el documental da «voz a los que no tienen voz», es decir, retrata las realidades políticas, sociales y económicas de las minorías oprimidas y de otras personas a las que anteriormente se les negaba el acceso a los medios para producir su propia imagen. Desde esta perspectiva, el documental no es solo una forma de arte, es un servicio social y un acto político”5. Pero, por otro lado, más adelante aclara: “se suponía que los cineastas podían descubrir e informar la verdad sobre otras personas. Los documentales se entendieron como […] la versión oficial de la realidad de otras personas. Las personas retratadas fueron consideradas como no capaces de hablar por sí mismas”6.

Maneras de decir.

En la sociedad minera, y en su representación en los medios, es obvia la separación marcada por el género: el hombre es el que “trabaja en la mina”7, es la parte visibilizada del entramado socio-laboral minero, mientras que la labor y la voz de la mujer quedan enterradas por la sobrerrepresentación masculina.

Alberto Santamaría escribe acerca de la emancipación del sujeto que el problema “no está en la saturación de imágenes sino en la eliminación de la voz (y del lenguaje). El otro aparece como terrorista, como víctima, como inmigrante, etcétera, aparece, pero su lenguaje ha desaparecido. Este sujeto es encerrado bajo una etiqueta-imagen cuya misión es encapsular e imposibilitar todo discurso cuyo fin sea la huida de esa forma de catalogación sensible”8. Y continúa citando a Rancière: “La emancipación de los trabajadores comienza con la posibilidad de constituir maneras de decir, maneras de ver, maneras de ser que rompan con las que están impuestas por el sistema dominante”.

En relación a ello, y en función de cómo se había organizado la grabación, propuse9 la idea de utilizar las bandas de imagen y sonido sin sincronía, asignando a cada una de ellas un género y un espacio: la imagen sería la que hubieran grabado los mineros en el encierro, bajo tierra, y la banda sonora estaría formada básicamente por las voces de las mujeres dialogando, en la superficie. De alguna forma, la propia estructura social nos había señalado el dispositivo formal para desarrollar el proyecto audiovisual, un dispositivo que iba a jugar situando las voces en un espacio que no habían ocupado, el interior de la mina, pero también en el espacio que otorga visibilidad, o, más certeramente, audibilidad. Por otro lado, esta decisión formal también planteaba, al no mostrar los cuerpos que emiten las voces, que no fueran unas determinadas mujeres las que protagonizaran el relato, sino que este se extendiera a toda una comunidad.

Michel Chion habla de la magia y el poder de la situación acusmática, aquella en que no se ve en la pantalla la fuente del sonido. Siempre que la voz acusmática no cumpla una mera función de presentación o comentario, ocupa “un lugar específico del cine, estando en la pantalla sin estar en ella”. Las mujeres, a través de sus voces alojadas en las imágenes de las galerías, están en la mina sin estar en ella. Lo que puede causar cierto extrañamiento es que sabemos que no están allí (una voz, justo al principio de la película, deja claro que las mujeres no bajan a la mina), aunque por momentos parecería que realmente sí estuvieran.

Serge Daney distinguía la voz en off, aquella en que no se visualiza su fuente y que va paralela a las imágenes sin afectarlas, como es el caso de la voz en los típicos documentales expositivos, de la voz in, aquella que sí interviene en la imagen. Esta voz afectaría a los personajes, ya que estos la escuchan. Aquí Daney se está refiriendo a un cine clásico de ficción y personajes. En el caso de Puta mina se puede decir que la voz sí afecta a la imagen, de hecho se introduce en la imagen, aunque cabría cuestionarse quiénes son los personajes afectados. ¿Quizás es la propia mina quien escucha esas voces?.

En  noviembre de ese año (2016) tuvieron lugar los primeros encuentros organizados por el Laav_ y una de las jornadas la desarrollamos en Ciñera bajo el lema ¿Qué significa ser minero o minera hoy?. Mostramos primero la película Harlan County, USA (Barbara Kopple, 1976), que aunque producida de manera muy diferente a la nuestra, y con una autoría individual muy clara, muestra explícitamente la voz de las mujeres mineras. Proyectamos después un pequeño teaser montado a partir del material de vídeo y audio que habíamos recogido hasta el momento, a lo que siguió un debate en el que hubo pareceres diversos, entre ellos los de varias mujeres, incluida alguna que había estado en el inicio de las grabaciones, que echaban de menos el dramatismo y la emoción que sentían inherente a la historia minera, algo que sí veían presente en la película norteamericana. Aunque vimos muy marcado el interés por continuar hablando desde lo emocional referido a los accidentes mineros y a la dificultad de la vida en la comarca, el grupo decidió continuar el proyecto buscando la posibilidad de otros relatos y otras voces que se añadieran a las ya conocidas hasta el momento.

Para continuar el proyecto se decidió intentar grabar más material de vídeo, ya que, como se ha comentado, el metraje grabado por los mineros durante el encierro era escaso. El proyecto iba evolucionando y consideramos que la banda de imagen no tenía por qué ceñirse a una protesta específica, y que mostrar la mina inactiva, vacía, también tenía mucho que ver con lo que pretendíamos contar, además de que planteaba un tratamiento visual diferente al de la mayoría de las películas sobre la mina, en las que el trabajo centra toda la imagen. Contactamos entonces con algunos vigilantes que, con el permiso de la empresa, realizaron dos sesiones de grabación más que aportaron algo menos de una hora de nuevo metraje sobre una mina prácticamente muda, en la que únicamente ocurrían algunas labores de desmantelamiento. Aunque se les había comentado que la banda sonora estaría “ocupada” por los diálogos de las mujeres, y que convendría grabar buena parte del material en silencio, prácticamente toda la línea sonora estaba ocupada de nuevo por las conversaciones entre los mineros. La necesidad de relatar a la cámara los lugares y las labores de la mina podemos relacionarla con los hábitos de conversación entre los vigilantes cuando recorren las galerías, obligatoriamente en grupo, pero también con que los intereses de los participantes, mineros y mineras, han sido diferentes, así como la conciencia del proceso audiovisual que se estaba desarrollando. Esto ha supuesto una dificultad para disponer, a lo hora del montaje, de ambientes sonoros silenciosos de la mina que pudieran acoger los diálogos de las mujeres. Esta imposibilidad de aunar los dos tipos de voces, masculinas y femeninas, no es un tema meramente técnico, sino que simboliza de manera muy clara diferentes niveles narrativos y representa la dificultad de aunar los relatos provenientes de unos y otras, al menos con el tiempo que se dispuso para desarrollar el proyecto.

Identificarse con la voz de cualquiera.

Después de varios meses de recogida de diálogos se produjo un cambio importante derivado de que algunas de las mujeres pertenecientes a las Mujeres del Carbón convocaron a otras compañeras suyas que no pertenecían al entorno de Ciñera. Empezaron a aparecer así en las conversaciones otras cuencas mineras (principalmente Laciana, también en la provincia de León), otras voces, otros relatos e intereses que desplazaron el núcleo narrativo desde Ciñera a la minería en general e incluso a las luchas sociales más allá de la minería, que además ponían en cuestión la especificidad de esa cuenca. Esto supuso un punto de fricción en el desarrollo del proyecto, ya que ponía en duda cuestiones que se habían dado por establecidas y removía un terreno en el que el grupo inicial se sentía cómodo. En lo político, sugería una deriva en consonancia con el Rancière de Sobre políticas estéticas, cuando afirmaba que un sujeto político “es un colectivo de enunciación y de manifestación que identifica su causa y su voz con las de cualquiera, con las de todos aquellos y todas aquellas que no tienen “derecho” a hablar”10.

Por otro lado, como las nuevas integrantes no residían en Ciñera, se convocaron algunas reuniones en León, en el Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC donde el Laav_ tiene su sede. Sin darnos cuenta, se crearon prácticamente dos grupos de mujeres parcialmente separados tanto geográficamente como en ciertos intereses y miradas. Aunque creemos que todo proyecto tiene que evolucionar y acoger lo imprevisto, e incluso los momentos de conflicto, hay giros en los proyectos que a veces pueden suponer un obstáculo importante para su desarrollo. Si ya nos estábamos cuestionando la pertinencia de no haber podido tener mayor interlocución con los mineros encerrados, que en último caso constituían un grupo separado, esta nueva división del grupo principal de trabajo nos parecía que no favorecía la búsqueda de una mirada plural integrada. La solución al problema la encontramos en el montaje, como se detalla más adelante.

Al final de las 15 sesiones de grabación, repartidas a lo largo de varios meses, habíamos recogido muchas horas de diálogos, voces que en principio tenían como fondo el contexto sonoro de las cafeterías o de la escuela de Ciñera, y que en la última etapa estaban contenidos en el ambiente más neutro de la oficina del MUSAC en que tuvieron lugar.

Construyendo una voz múltiple.

En la mayoría de las experiencias del Laav_ podemos decir que la fase de montaje es aquella en la que realmente crece la película, no solo porque es donde finalmente se escribe el guion mientras se van armando los materiales recogidos, sino porque constituye un punto de encuentro entre todas las personas participantes y entre éstas, las imágenes, los sonidos y las ideas que, a pesar de no haberse concretado, han sobrevolado el proyecto de forma más o menos explícita. No quiere esto decir que previamente no haya habido un trabajo intenso de reflexión y grabación, pero hasta que se produce ese encuentro es muy difícil que las personas que participan, muchas de ellas neófitas en el campo de la creación audiovisual, tengan una conciencia real del poder discursivo y artístico que pueden manejar.

En el caso de Puta mina esta fase tuvo lugar alrededor de las voces emitidas por dos monitores de sonido y de una grabadora, que a su vez grababa los nuevos diálogos que la escucha y la edición generaban. Este dispositivo de escucha-grabación estuvo activo durante unas 20 sesiones, y permitió, por fin, un encuentro real entre las mujeres de los dos grupos antes mencionados. Se formó un núcleo mixto Ciñera-León, constituido por unas 7 mujeres (a estas alturas del desarrollo del proyecto algunas participantes se habían descolgado del mismo por la dedicación que requería), que trabajó de manera muy activa para elegir y situar en un determinado orden los fragmentos de las conversaciones que pasarían a formar parte de la película.

Los criterios para seleccionar unos u otros fragmentos tuvieron que ver desde luego con aquello que contaban, pero también se valoraron especialmente los momentos de diálogo, disenso e incluso superposición, y además se tuvo en cuenta la voz como objeto lleno de connotaciones, en relación a la presencia de diferentes timbres, acentos, volúmenes, quiebros, etc. Como señala Marlene Schäfers “para comprender el papel de la voz en la vida social, es imperativo estudiar no solo cómo las voces funcionan rutinariamente como metáforas, sino también sus dimensiones sonoras, corporales y materiales”11.

En su análisis del Laav_12, Miguel Ángel Bauxaulli escribe refiriéndose a la teoría de Bajtin que “la propia subjetividad es dialógica y va construyendo una voz propia pero siempre múltiple, polifónica, habitada por muchas voces que dialogan y rivalizan entre sí, las voces de los otros que constituyen la propia”. De forma similar, podríamos decir que a través del montaje las voces van construyendo una voz múltiple subjetiva de la mina, que aparecería de nuevo como personaje narrándose a sí misma.

En todo proceso de edición de diálogos es fundamental tratar de respetar al máximo el sentido original de los mismos. Como descubrieron las participantes durante la edición, ésta permite fácilmente alterar cualquier discurso. Aquí se incrementa esa capacidad de “ventrilocuismo” que tienen el texto y vídeo etnográficos, aunque la edición colectiva a partir de materiales propios es una buena manera de evitar cambiar el discurso de otras personas, ya que por un lado hay una supervisión múltiple de cualquier acción, y, por otro, en realidad ya no hay “otras personas”, las voces que editamos son las nuestras.

Quizás las voces que faltan en la película son las del Laav_. Como se comentó anteriormente, en las sesiones de grabación decidimos estar como observadores o mediadores, pero es cierto que en el momento de la edición sí tuvimos un papel activo, posiblemente equivalente al del resto de participantes, y aunque esa participación se recogió en la grabación que se hizo durante la edición, y se pensó en incluirla en el montaje final, en último término, debido a la cantidad de material acumulado y al tiempo disponible para su selección, se decidió contar únicamente con las voces grabadas previamente al montaje sonoro.

El mundo invisible.

Quedaba todavía la edición de las imágenes y los sonidos de la mina. El montaje de los diálogos nos había llevado mucho más tiempo del previsto, y teníamos la presentación de la película programada inmediatamente en los segundos Encuentros Laav_ (octubre 2017), un año después de mostrar aquel teaser que había generado tanto debate. Esta etapa de edición tuvo que hacerse en muy pocos días, y las integrantes del grupo pudieron participar solo en contadas ocasiones.

Se había llegado al acuerdo de que las caras de los mineros no se apreciaran claramente para tratar, igual que con las voces, de no personalizar, y extender así su imagen a la de “cualquier minero”. Según el dispositivo que se había planteado no tenía que haber una correspondencia entre imágenes y diálogos, se trataba simplemente de unir/colisionar las conversaciones ya seleccionadas con las imágenes y sonidos de la mina, de forma más o menos aleatoria, sin buscar un discurso descriptivo en esa suma de imágenes-voces. La escasez de imágenes recogidas hizo que el montaje fuera relativamente rápido.

El dispositivo general y la forma de montaje, en la que se dio prioridad a las voces de las mujeres, cuestiona de alguna manera el planteamiento de realización clásico, que suele tener en cuenta como punto de partida y elemento articulador a las imágenes (y a los sonidos sincrónicos con las mismas, aunque estos en un lugar secundario). En nuestro caso el montaje de voces funciona como eje esencial, y a él se superponía la imagen-mantra, como un bucle infinito en el avance por galerías similares, una imagen a veces ausente, por la propia oscuridad de la mina y porque ya no hay nada que ver. Queda la película situada en un territorio extraño, ya que el espectador pronto empieza a ceder en la búsqueda de un sentido claro y una narración en lo visual, para entregarse a la experiencia de un deambular sin rumbo llevado por unas voces que no proceden de la imagen. Están, además, omnipresentes otros sonidos, procedentes de la mina, estos sí sincrónicos con las imágenes, y que de alguna manera envuelven, contextualizan o transportan a los sonidos-voces.

Toma relevancia en la pieza el trabajo sonoro, y aquí compartimos con Isobel Anderson13 que “el sonido lleva al oyente más allá en el mundo imaginario invisible de las historias y que en algunos contextos, la narración oral, en lugar de restringir la imaginación del oyente, puede permitir experiencias auditivas notablemente inmersivas y creativas”. En nuestro caso el “mundo invisible” corresponde al interior de la mina, pero también a muchos aspectos del contexto social. Anderson menciona la noción de “storylistening trance” de Brian W. Strum, “el estado alterado de conciencia experimentado al escuchar historias”. Y recoge la siguiente cita de este último: “…las personas que escuchan historias pueden sufrir un cambio profundo en su experiencia de la realidad”. Esta idea la creemos muy vinculada con lo que entendemos por antropología audiovisual, que situamos en un espacio entre el arte y el conocimiento al que el espectador accede a través de una escucha “con todo tu cuerpo en lugar de desde el exterior con solo tus ojos”14. Aunque el texto de Anderson esté enfocado al arte sonoro y la performance site specific, creemos que puede ser perfectamente aplicable a Puta mina. Son precisamente los sonidos, las voces, las que expanden lo que vemos, las que desenmascaran el lugar, las que liberan al fantasma.

Justin Patch15 nos recuerda la estrecha relación entre el sonido y las emociones, así como la importancia de una antropología que sea capaz de recoger esa relación. “En la larga sombra de la antropología interpretativa o simbólica, la idea de que la vida social es un texto y, por lo tanto, puede leerse e interpretarse, ha priorizado, sin saberlo, el ojo sobre el oído. Sin embargo, las frustraciones con los límites de este enfoque han llevado a los antropólogos hacia formas más poli-sensuales de investigar y experimentar la cultura”. Para Patch “mientras el ojo juzga, el oído participa”. Y más adelante habla del “ojo crítico” contra el “oído emocional (e irracional)”. Como señala David MacDougall “el cine ofrece a la antropología […] una mezcla de hebras encarnadas, sinestésicas, narrativas y metafóricas…”16.

Voces que circulan.

La última etapa pendiente era la mezcla de sonido17, que define cómo y dónde el espectador realmente percibe los sonidos. Aquí la mediación tecnológica es fundamental. Schäfers18 resalta la importancia de prestar atención a esa mediación en relación a su influencia en las ideologías de la voz: “las voces pueden circular por separado de los cuerpos (humanos) que las producen. Esta habilidad plantea la cuestión de cómo las voces circulantes deben corresponder con sus orígenes. Las ideologías de la voz determinan qué tipo de respuestas encontrarán las personas a esa pregunta y dónde, en consecuencia, ubican la subjetividad y la agencia”.

La mezcla se planteó dando prioridad a la comprensión de las voces, que habían sido grabadas en su mayoría con un micrófono profesional, y que se limpiaron para mejorar legibilidad, pero dejando el residuo suficiente para conservar el espacio en que se habían generado, de forma que no sonaran demasiado neutras. Por otro lado, los sonidos de la mina habían sido recogidos por los mineros con una cámara de vídeo amateur, con grabación de sonido automática, y por tanto, con baja calidad (únicamente se hizo una sesión con grabadora de sonido profesional). Este sonido se filtró ligeramente por razones técnicas, aunque no se procesó para tratar de conseguir otro sonido. Este ambiente recogido por la cámara doméstica estaba acorde con el aspecto amateur de la imagen; podemos decir que en conjunto formaban uno de los niveles de narración de la película. El otro nivel superpuesto lo constituían los diálogos de las mujeres.

La cuestión fundamental de la mezcla sonora consistía en relacionar esos dos niveles narrativos o sonoros: voces y ruidos, exterior e interior, creando a través de la tecnología una nueva realidad al relacionarse. A ello ayudaba el que la materialidad de algunos espacios en que se grabaron los diálogos (interiores reducidos) se podía confundir con la materialidad de algunos espacios de la mina. También contribuía a integrar esos niveles el pacto que el espectador establece con la propuesta fílmica: situar las voces en el espacio que no han ocupado físicamente, pero que simbólicamente tienen todo el derecho de habitar.

El lenguaje.

El preestreno del trabajo tuvo lugar dentro de los segundos encuentros Laav_, en el cine Emilia de Ciñera, una sala que llevaba años cerrada y que se abrió expresamente para la ocasión. La proyección registró una entrada bastante importante, principalmente de la población local de la cuenca minera. 

Al finalizar la película comenzó un diálogo entre las mineras-directoras y el público. En el final de este debate fue muy significativo cómo la voz de algunos mineros fue invadiendo el espacio de la sala, y enterrando la voz de las mujeres, mientras señalaban que no había “tanto machismo” como se indicaba en la película y que para ellos eso que se había mostrado no era la mina, no representaba la mina que habían conocido. Los espectadores situados en las primeras filas quizás pudieron escuchar la voz suave de una de las mujeres que presentaban la película: “es que no os habéis enterado…”. Jacques Ranciere escribía: “El rechazo a considerar determinadas categorías de personas como individuos políticos ha tenido que ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas como algo inteligible”19.

Mientras se escriben estas líneas ha pasado un año más, y la película por fin se estrena en su versión definitiva en los terceros encuentros Laav_ (noviembre 2018), a la vez que se está proyectando en varios festivales. En cada una de estas presentaciones trataremos de escuchar, tras la proyección, si la película consigue abrir alguna fisura en el muro que ha querido separar las voces de la mina del lenguaje.


Notas

  1. El autor quiere agradecer a Belén Sola y Miguel Ángel Baixauli sus sugerencias y aportaciones a la hora de elaborar este texto. También a todas las personas que han participado en el desarrollo del proyecto, en especial a las mineras codirectoras del vídeo Puta mina (2018): Laura Alonso, Raquel Balbuena, Mari Fernández, Áurea González, Cristina Turrado, Conchi Unanue y Mercedes Ordás. Por último, han sido esenciales para la escritura del apartado “Voces que circulan” las conversaciones mantenidas con Rafael Martínez del Pozo, responsable de la mezcla de sonido del vídeo mencionado.
  2. SCHÄFERS MARLENE: «Voice», In The Cambridge Encyclopedia of Anthropology (eds) F. Stein, S. Lazar, M. Candea, H. Diemberger, J. Robbins, A. Sanchez & R. Stasch. p. 6. En línea en: http://doi.org/10.29164/17voice [Última consulta realizada el 3 de noviembre de 2018]. Quizás no sea casual que las investigaciones sobre la voz desde la filosofía y la antropología estén en gran parte firmadas por mujeres. Ricardo Piglia escribía en Formas Breves: “Simone Weil señala la voz femenina como opuesta a la tradición escrita: el archivo de la memoria se construía en el cuerpo de la mujer en contra de la escritura, ligada, desde su origen, a las técnicas del Estado, a la comunicación religiosa, a los cálculos agrarios. El relato femenino (Sherezade) resiste los dictados del rey”.
  3. CHION, MICHEL: La voz en el cine, Cátedra, Madrid, 2014, p. 11-12.
  4. CLIFFORD, JAMES: Dilemas de la cultura, Gedisa, Barcelona, 2001, p 21.
  5. RUBY, JAY: «Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside-An Anthropological and Documentary Dilemma», Visual Anthropology Review, otoño 1991, volumen 7, número 2. p. 51.
  6. RUBY, JAY: Óp. cit., p. 53.
  7. Es obvio que ni siquiera podría decirse que la mujer no trabaja en la mina, ya que si entendemos por “mina” todo ese entramado laboral, social y cultural necesario para que funcione la extracción mineral, la mujer cumple un papel esencial. Y como relata Laura, quien se reclama minera en el comienzo de la película resultante de este proceso, las mujeres también bajan a la mina a través de la conversación diaria compartida con los hombres.
  8. SANTAMARÍA, ALBERTO: Parodojas de lo cool. Arte, literatura, política, Textos (in)surgentes, Santander, 2016, p. 58.
  9. Aunque se ha descrito hasta el momento el proyecto como algo plural y compartido, se ha considerado apropiado en este punto indicar una aportación individual que, como otras que puede que no se describan en este texto, ha tenido una influencia decisiva en el desarrollo del proyecto. La tensión entre lo estrictamente colaborativo y otras posibilidades de creación colectiva está siempre presente en este tipo de proyectos, tema que se deja para un análisis más detallado en el futuro.
  10. RANCIÈRE JACQUES, Sobre políticas estéticas, Servei de Publicacions de la Universitat Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2005 pp. 77-78.
  11. SCHÄFERS MARLENE: Óp. cit., p. 4.
  12. BAIXAULI, MIGUEL ÁNGEL: «Notas sobre, para y con el LAAV_», Laav, 2017. En línea en: https://laav.es/notas-sobre-para-y-con-el-laav_-miguel-angel-baixauli. [Última consulta realizada el 3 de noviembre de 2018].
  13. ANDERSON ISOBEL: «Voice, Narrative, Place: Listening to Stories», En línea en: https://www.researchcatalogue.net/view/228635/228636. [Última consulta realizada el 3 de noviembre de 2018].
  14. ANDERSON ISOBEL, Óp. cit.
  15. PATCH JUSTIN: «Caught in the current: writing ethnography that listens». En línea en: https://www.researchcatalogue.net/view/290439/290440. [Última consulta realizada el 3 de noviembre de 2018].
  16. MACDOUGALL, DAVID: Transcultural Cinema, Princeton University Press, Princeton, N. J., 1998. p. 83.
  17. La mezcla de sonido fue llevada a cabo por Rafael Martínez del Pozo en diálogo con Chus Domínguez.
  18. SCHÄFERS MARLENE: Óp. cit., p. 8.
  19. RANCIÈRE JACQUES: Óp. cit., p. 14.